"!Ja, ja, ja! !Mi querida Úrsula, fíjate que estos imbéciles de italianos todavía se estan haciendo ilusiones de que vaya a cambiar algo fundamental! Serán imbéciles..."

Mi pobre Italia. (Y mi pobre Europa)

Que en el mismo país y a lo largo de la siguiente década se vuelva a repetir una traición casi idéntica (a la de Gianfranco Fini), y por parte de los mismos (léase Georgia Meloni), entonces es que...

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“Mi pobre Italia”, por el mucho cariño, por la gran admiración que profeso por su cultura, su arte, su belleza, su forma misma de ser y de sentir. Y por su forma de haber combatido políticamente, tantas veces al menos.

Pero no en la actualidad. Porque lo que está sucediendo hoy en Italia —algo que curiosamente no despierta ningún comentario— supera todo lo imaginable (y hasta lo inimaginable).

Uno puedo comprender que, alguna vez en la vida, en una determinada circunstancia histórica (la que protagonizó, en este caso, un tal Gianfranco Fini, pretendido dirigente de la derecha radical o identitaria en la primera década de este siglo), una determinada orientación política haya alcanzado (o casi) el poder y se haya visto traicionada por quien la aupó hasta tales alturas. Son cosas que, por abominables que sean, se pueden más o menos entender a cuenta de la bajeza humana inherente al quehacer político. Tal fue el caso de este Gianfranco Fini, secretario general del MSI (Movimento Sociale Italiano) hasta que el propio Fini disolvió la formación neofascista para crear una edulcorada Aleanza Nazionale, partido que, sin embargo, aún permitía albergar ciertas ilusiones disidentes hasta que, al contacto con el poder (Fini llegó a presidente de la Cámara de Diputados y a ministro de Exteriores), tales ilusiones se desvanecieron y la careta que cubría al personaje quedó hecha trizas.

Pues bien, que tales cosas —que tan descarada traición— suceda una vez en la vida, se puede, como decía, más o menos entender, despreciar y luego olvidar (Giancarlo Fini ha quedado totalmente arrinconado y olvidado desde hace años). Ahora bien, cuando en el mismo país y a lo largo de la siguiente década se vuelve a repetir una traición casi idéntica, y por parte de los mismos (es decir, de gente de similares orígenes políticos); peor, cuando la traición se hace incluso más grave, al ocupar esta vez plenamente el Gobierno y parecer mucho más firmes las esperanzas de transformación política; entonces, cuando tales cosas suceden, la cosa empieza a ser más que inquietante y merece ser seriamente interrogada. Por mucho amor que uno le tenga al país. O precisamente por el mucho amor que uno le tiene.

Me estoy refiriendo obviamente al caso del actual Gobierno italiano de Georgia Meloni y de su partido Fratelli d’Italia. Meloni, procedente también de las filas del Movimento Sociale Italiano, fundó su nuevo partido Fratelli d’Italia e impulsó, a lo largo de su trayectoria en la oposición, unas alentadoras propuestas llenas de firmeza social y patriótica que la llevaron a enfrentarse a cara de perro a las políticas del tinglado burocrático de la UE y a combatir radicalmente la invasión de Italia por las masas inmigrantes. Todo ello produjo que la aplastante victoria electoral de Meloni y de sus Fratelli hiciera saltar, por un lado, las más jubilosas esperanzas y, por el otro, los más angustiados temores acerca del comienzo de un nuevo despertar político en Italia e, indirectamente, en el conjunto de Europa.

Pronto, sin embargo, se desvanecieron los júbilos de los unos y los temores de los otros. Los jerarcas de Bruselas, que al principio habían lanzado todo tipo de ataques contra Meloni, en quien presentían el nacimiento de un nuevo Orbán de dimensiones aún más temiblesno han tardado demasiado en absolverla con todos los pronunciamientos favorables. La mismísima jerarca máxima, la alemana Úrsula von der Leyen, ya le ha otorgado su bendición urbi et orbi, reconociéndole a Meloni el carácter de fiel servidora del tinglado globalista y antieuropeo. Sólo alguien tan bruto como el terrorista Armando Otegui sigue aferrado a los periclitados clisés, desde los que ha protestado contra dicha absolución en nombre de la necesidad de seguir por todos los medios la lucha contra el fascismo (sic).

La acogida de la hija pródiga en la familia globalista (se habla incluso de la posible integración de Fratelli d’Italia en el Partitdo Popular Europeo, aliado a los socialistas) también ha corrido parejas con la asidua y pertinaz política de la primer ministra italiana como fiel servidora de Estados Unidos y de la OTAN en todos los aspectos y muy en particular en la guerra de Ucrania, a la que Italia contribuye aportando su armamento como el mejor de los aliados.

Todo lo anterior se conjunta con la política inmigracionista, donde Georgia Meloni ha vuelto a efectuar un espectacular cambio de chaqueta, traicionando todas sus fervientes declaraciones en contra de la invasión a la que Italia está particularmente sometida. Todo su programa electoral, todas las medidas proclamadas a voz en cuello contra las mafias y los barcos de las ONGs que socorren a los pretendidos “náufragos”, todo ello se ha quedado en agua de borrajas, de modo que, a día de hoy, el número de inmigrantes que llegan a Italia ya ha superado las cifras existentes antes de la llegada del Gobierno Meloni.

Sólo nos queda la AfD alemana (y la Hungría de Orbán)

Y, por si ello fuese poco, a las anteriores noticias se suman las procedentes de Alemania, donde el partido identitario AfD (Allianz für Deutschland) prosigue, lento pero seguro, su consolidación política como principal fuerza en los estados de Alemania oriental y segunda fuerza en el conjunto del país. Sin embargo, le acaban de propinar un duro golpe sus “camaradas” de Francia (Marine Le Pen y el Rassemblement National) y de Italia (de nuevo Italia: con Mateo Salvini, de la Lega, esta vez; Fratelli d’Italia ni siquiera formaba parte de su grupo en el Parlamento Europeo). A raíz de unas recientes declaraciones de Maximilian Krah, cabeza de lista de la AfD en las elecciones europeas, Marine Le Pen y Mateo Salvini han roto relaciones con los identitarios alemanes, al no poder tolerar la mera y aplastante evidencia que había declarado el alemán. A preguntas de un periodista de La Reppublica, que le preguntó si los miembros de las SS eran criminales de guerra, respondió: “Ciertamente había entre ellos un alto porcentaje de criminales, pero no todos lo eran necesariamente”. Respuesta obvia, evidente, aplicable por lo demás a cualquier grupo de parecida catadura (para los comunistas, por ejemplo, sería igual de pertinente), pero respuesta que en el mundo de la biempensancia “antifa” está terminantemente prohibido, bajo pena de muerte política, proferir. Por más cierta que sea.

¿Y en España, se preguntarán ustedes?

¿En España?... Pero ¿en qué medida interesan en España estas grandes cuestiones internacionales? ¿Acaso pintta algo España en "el conciertp de naciones", como se decía antes? Aparte de hueras generalidades expresadas en el florido lenguaje politiqués, ¿acaso se está diciendo algo en serio, de verdad, en la campaña de las “europeas”, acerca de la degeneración antieuropea que significan las políticas desplegadas por Bruselas? Aparte de las tomas de posición de Vox (que tampoco hace de ello su gran y principal caballo de batalla), ¿le importa realmente al pueblo español la Gran Sustitución que la actual invasión migratoria acabará produciendo dentro de no demasiados años? Aparte de la sumisión a las políticas de Washington y de la OTAN por parte de todos los partidos, tanto los del Sistema como los del antisistema, ¿acaso alguien tiene corazón para interesarse y ojos para ver algo que vaya más allá de las cazurrerías indígenas del sanchismo y del antisanchismo, del secesionismo y del antisecesionismo, por más legítimo que sea el combate que estos dos últimos representan?

(Seguirá)

 

 

 

 

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