O lo que es lo mismo: el pueblo francés da la victoria al islamo-izquierdismo y se complace en ser dominado por él.
Los resultados de las elecciones francesas son claros, contundentes. Cuando, según todos los sondeos, la derecha patriótica de Rassemblement National (RN) iba a obtener como mínimo una mayoría simple de diputados, todas las previsiones se han ido al traste y el Frente Popular (coalición de partidos izquierdistas defensores de la inmigración islámica) se ha hecho con la mayoría simple. De tal modo, el RN ha quedado relegado a la tercera posición, detrás de los afines a la oligarquía liberal de Emmanuel Macron.
¿Por qué? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo entenderlo cuando los vencedores de la primera vuelta habían sido los patriotas del RN?
Veamos primero las razones inmediatas. El juego de alianzas y renuncias de la segunda vuelta ha hecho que en un gran número de circunscripciones los electores han tenido que elegir entre un candidato RN y otro izquierdista o macronista. Eso ha hecho que, ante el temor (sic) de votar a un candidato de “la ultraderecha racista y fascista”, votantes que en la primera vuelta habían votado por un izquierdista se han tapado la nariz y han dado su voto al candidato del Macron al que hasta ahora tanto odiaban. Y al revés: orondos y respetables burgueses que habían votado por el candidato de Macron, han votado (por igual "temor") por el candidato de un Frente Popular que, entre otras cosas, ya ha anunciado que los va a crujir a impuestos en un grado hasta ahora no visto. Burgueses votando a comunistas... Ya lo decía Lenin: “Acabaremos vendiéndoles la soga con la que serán ahorcados”.
¡¿Cómo es posible?! ¿Hasta tal punto son necios, hasta tal punto son masoquistas? Sí, son necios, son masoquistas, no cabe duda —así puede ser y actuar el Pueblo: ése mismo al que solemos ponerle una rimbombante mayúscula. Y esa necedad no la salva (sólo la atenúa) el hecho de que millones de inmigrantes con DNI francés —éstos, desde luego, no han sido ni necios ni masoquistas— han votado masivamente por quienes toman su partido contra los blancos “franceses de origen”. Así los llamaba, para vituperarlos, el muy blanco Jean-Luc Mélenchon, jefe de un Frente Popular que nada tiene de popular cuando se sabe que los obreros industriales y los campesinos de la Francia profunda son la primera categoría social que da su apoyo al Rassemblement National.
¿Hasta tal punto se odian a sí mismos los urbanitas blancos de las grandes ciudades, los profesionales, intelectuales, estudiantes y clases medias empobrecidas de por doquier, toda esa multitud de blancos que ha preferido los “Otros” a sí mismos? Sí, se odian, por supuesto. Pero aún odian más lo que consideran ser el monstruo ultraderechista y fascista en el que Marine Le Pen y Jordan Bardella son lo mismo que Hitler y Mussolini. La ideología (llamémoslo así) con que la oligarquía liberal lleva adoctrinando al mundo desde hace ochenta años no se vence, en efecto, de la noche a la mañana.
Dicho lo cual, es una batalla perdida, desde luego, pero no la guerra. Y ésta continúa. Con victorias importantes, como la creación en el Parlamento Europeo del grupo Patriotas por Europa, comandado por el húngaro Viktor Orbán y al que se unía, el mismo día en que Orban visitaba a Putin en Moscú, nuestro Vox, y del que forman ya parte (exceptuando a Fratelli d’Italia, empeñado en desertar el campo nacional) muchos otros partidos identitarios, como el mismo Rassemblement National francés.
Quienes no quieren ser sustituidos leen... ⇓ ⇓
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