Hace unos días apareció mi primera entrevista realizada a José Vicente Pascual sobre su último libro, Once Veces NO al Nuevo Orden Moral, publicada en algunos medios digitales. Como explicaba en ese texto, el resultado final fue producto de una serie bastante nutrida de correos electrónicos cruzados entre el autor y este humilde entrevistador; un trabajo minucioso y bastante extenso, la verdad. Pero lo que son las cosas:
La deserción del Estado en es tan sangrante como clarificadora, expresa rotundamente lo que podemos esperar de ellos: de la autonomía, incompetencia absoluta; del gobierno, el criminal cálculo político de lo que podían “ganar” desgastando al PP en la Comunidad Valenciana a costa del sufrimiento, el abandono y la muerte de ciudadanos.
desde que di por finalizada la fase de, digamos, acumulación de material, hasta que apareció públicamente la entrevista, ha pasado casi un mes… Y en ese mes han sucedido algunos acontecimientos que, me parece, refuerzan la actualidad de Once veces No al Nuevo Orden Moral. Me refiero a acontecimientos terribles como la gota fría y las riadas que han asolado Valencia, Castilla la Mancha y parte de Andalucía, con las consecuencias que todos sabemos. También, cómo no, los nuevos capítulos de corrupción que azotan a nuestro gobierno de “mayoría social progresista”. En definitiva, como siempre la actualidad se impone y sobrepasa a las intenciones de quien intenta situar su trabajo y su opinión en la estricta contemporaneidad.
Un poco abrumado por este encadenamiento de sucesos, me pongo nuevamente en contacto con el autor. Debo decir que no las tenía todas conmigo porque bastante lata le di con la primera “versión” de la entrevista. Pero, para mi suerte, Pascual también se encuentra atento a la actualidad y preocupado por todo lo que está sucediendo. Y con ganas de hablar. Con su permiso, por tanto, reproduzco, extractados, los contenidos de los siete u ocho correos que nos hemos enviado durante estos últimos días. Por si sirviese para algo.
—Están los tiempos bravos, como las aguas
—Están los tiempos como siempre: las élites y el poder a lo suyo, que es perpetuarse y acumular más poder, más medios a su alcance, más control sobre la población, más presencia del Estado en la vida de los ciudadanos… y los de abajo también como siempre, oprimidos, explotados y jodidos, con perdón por la expresión, no me pilla usted de buen humor, con todo lo que está cayendo.
—Lo de “la presencia del Estado” lo dirá usted en tono sarcástico, porque tras el desastre de la DANA la ausencia del Estado ha sido clamorosa.
—No, no, ni hablar. Lo digo completamente en serio. La deserción de los poderes del Estado en este asunto es tan sangrante como clarificadora, es toda una declaración de naturaleza: son así y así funcionan. Esa ausencia a la que usted se refiere lo que hace es expresar rotundamente lo que podemos esperar de ellos: por parte de la autonomía, incompetencia absoluta; por parte del gobierno, el miserable y criminal cálculo político de lo que podían “ganar” (“ganar” entre muchas comillas), desgastando la imagen de Mazón y del PP en la Comunidad Valenciana a costa del sufrimiento, el abandono y en algunos casos incluso la muerte de ciudadanos. No estar, en este caso, es la manera más directa de decirle a la gente que ellos todo lo pueden, que ellos deciden sobre nuestro destino y mandan en nuestras desgracias, y que nosotros, el pueblo, somos en campo de experimentación y el huerto de votos donde ellos trabajan y del que se nutren. La respuesta del gobierno de Sánchez al pueblo de Valencia ha sido tan calculada como perversa, tan fría y desalmada como cruel: “No haber votado al PP, la próxima vez me votas a mí y te irá mejor, y mientras te vas muriendo porque a mí que vivas o mueras me importa un pimiento, lo que yo quiero es que me votes”. Así piensan y así actúan.
—Caramba, pues sí está usted de humor
—Ya ves… Mira, hay cosas que… En fin, hay cosas. Por ejemplo… Perdona, no te diré que estoy “indignado” porque desde hace años la gente se indigna por asuntos tan estúpidos que el término ha perdido su fuerza y su capacidad de expresar malestar emocional ante las fechorías del Estado. Pero estoy tan cabreado que se me atropellan las palabras al escribirlas, mi corrector ortográfico echa chispas. Mira, te lo resumo en una frase de Santiago Posteguillo, un escritor muy famoso, creo, de mucho éxito, que soltó esta mina en el Senado hace unos días, y cito de memoria: “Es muy cruel no haber avisado, pero más cruel todavía es no haber enviado ayuda a tiempo, dejar a la gente abandonada”. Con eso lo ha dicho todo. Y sabe de lo que habla porque, según cuenta él mismo, la riada le sorprendió en Paiporta, en casa de su pareja. No conozco de nada a Posteguillo y, sinceramente, nunca he leído nada suyo; pero desde ya lo considero una persona decente que sabe decir la verdad y, lo más importante: decirla a tiempo y ante quienes debe decirse. Aunque fíjate que a los senadores que le escuchan no se les cae la cara de vergüenza. ¿Cómo podría ser, si vergüenza no tienen ni la han conocido?
—Usted también tiene vínculos familiares con Valencia
—Todos. Mis padres, mis abuelos por parte de padre y madre. Mis bisabuelos y mis tatarabuelos. Todos menos una abuela encantadora que tuve y que falleció hace muchísimo, una mujer entrañable que era natural de Barcelona, como toda su familia. Yo ahora vivo en Barcelona, como sabes, de manera que entre los ancestros y el destino que van tomando mis pasos en este mundo creo que estoy donde debo estar. Y si te referías a esos vínculos familiares porque pudieran haber determinado una sensibilidad especial ante el desastre de Valencia, así es. Estas últimas dos
¿Qué pintaba allí ese pasmarote? Luego diría que le habían agredido elementos de la “extrema derecha”. Más cutricia y maldad no caben
semanas han sido terribles, conectado a todas horas con mi familia de allí, las tías que aún me quedan, primos… He sufrido un poco más de la cuenta, he llorado de rabia, de desolación, de impotencia. Ha sido duro, sí. Muy duro.
—Algo me llama la atención: en Once veces No al Nuevo Orden Moral señala usted una tarea, por así decirlo, que conviene a la desobediencia ante este sistema de desigualdad e injusticia: ayudarnos los unos a los otros. ¿El famoso lema de “El pueblo salva al pueblo” encarta con esa proposición suya?
—Naturalmente que sí. Y no es un lema, es una realidad. Desde que se produjeron las riadas hasta que empezó a llegar la ayuda a los damnificados, en cuentagotas, sólo los vecinos de los pueblos arrasados y los voluntarios fueron capaces de ponerse a trabajar, a rescatar cadáveres, a buscar desparecidos, a retirar escombros y vehículos y quitar el barro que pudieran. Mientras, en Moncloa, el impresentable facineroso que tenemos de presidente seguía con su retórica de los “discursos del odio”, de la “máquina del fango” y pendejadas similares. Una pesadilla orwelliana.
—Cuando visitó la zona, en compañía del presidente de la Generalitat valenciana y de los reyes, ya le recordaron que muy bienvenido no era.
—Claro que no. ¿Qué pintaba allí ese pasmarote? Luego diría que le habían agredido elementos de la “extrema derecha”. Más cutricia y maldad no caben. Lo que sucedió durante la famosa visita es de una lógica popular aplastante: sus fangos acabaron en estos barros. Por eso la gente le echaba un poco de barro, a ver si se enteraba.
—Este elemento, nuestro Sánchez, ¿sería el político paradigmático del Nuevo Orden Moral que usted denuncia en su libro?
—Desde luego.
—Recuérdenos un poco, si es tan amable, en qué consiste ese Nuevo Orden Moral.
—Está usted un poco reiterativo
—Sí. ¿Nos lo recuerda?
—Voy. Es una tendencia justamente mayoritaria en estos tiempos. Pero aún
Pregonar con insistencia la culpabilidad histórica de la civilización occidental y del varón blanco heterosexual; y relegarlo y poner al frente de nuestras sociedades y de nuestra cultura a las identidades “marginadas”, los grupos raciales oprimidos, las feministas, los colectivos homosexuales y transexuales y cualquier identidad cultural victimizada
tendencia, tengámoslo presente. No es lo establecido aunque es la ideología en torno a lo público que intentan imponer las mayorías políticas, los grupos de presión y desde luego los que mandan en la economía mundial globalizada. Es también una pretensión, la idea terrible y, desde mi punto de vista, desquiciada, de que todos los habitantes del planeta deberíamos compartir los mismos valores, las mismas sensibilidades, las mismas costumbres cívicas y la misma vida en definitiva. Es el borrado de la identidad cultural de las civilizaciones realmente existentes en aras de una nueva identidad utópica, todavía por asentarse y convertirse en guía de acción ética provechosa para el común. Se trata, básicamente, de reivindicar la “diversidad” integrada en la conformidad universal; en plata: que cada cual siga siendo cada cual pero que todos coincidamos en una serie de supuestos valores democráticos que nos igualarían en tanto que ciudadanos. Eso en la teoría. En la práctica, supone pregonar con insistencia la culpabilidad histórica de la civilización occidental y del varón blanco heterosexual; y relegarlo y poner al frente de nuestras sociedades y de nuestra cultura a las identidades “marginadas”, los grupos raciales oprimidos, las feministas, los colectivos homosexuales y transexuales y, al totum revolotum, cualquier identidad cultural victimizada que no coincida ni de lejos con ese paradigma de la maldad que es, como lo llama Jim Goad en el Manifiesto Redneck, el Varón Blanco Culpable.
—¿Y no lo es? Quiero decir: ¿No es culpable?
Desde cierto punto de vista, en absoluto. El varón blanco, heterosexual o de la inclinación que fuere, ha padecido a lo largo de los siglos, en los ámbitos de nuestra civilización y nuestra cultura, todas las injusticias y atrocidades con que la historia ha querido afligirle. Es el hombre que ha muerto en todas las guerras, el que fue sometido a esclavitud y padeció la barbarie social del feudalismo, el que llenó las calles con su sangre durante las revoluciones del los siglos XVIII, XIX y XX, el que tragó barro en las trincheras de dos guerras mundiales y fue explotado salvajemente a partir de la revolución industrial, y etcétera. Hasta hace poco, un par de décadas, el hombre blanco heterosexual era tan víctima del sistema de opresión de clases como cualquier otro sujeto, mujeres, minorías y demás. Pero como resulta que la teoría de la lucha de clases como motor de la historia ha fracasado con estrépito, la izquierda contemporánea, siempre ágil y atenta a los nuevos rumbos que va tomando la realidad, han reformulado sus principios doctrinales; ya no se trata de lucha de clases sino de “empoderamiento” de colectivos; el empresario millonario ya no es el enemigo a batir (aunque no les caiga bien) porque siempre podrá manifestarse como un tío de buen rollo, ecologista, partidario de una economía sostenibles y demás milongas. Ahí tenemos los casos de Bill Gates o los actores de Hollywood, iconos del progresismo, casi todos productores con cientos de asalariados en nómina. Ahora el malo y el responsable de todas las tropelías de la historia es el que no encaja en la nueva definición de “Hombre Deconstruido y Redefinido”, es decir, el ya citado varón blanco. Ahora bien, desde otro punto de vista, igualmente cierto, históricamente tan culpable es el varón blanco como los varones de todos los colores y las mujeres de todos los tonos de piel y los gays de toda la gama arcoíris y los demás colectivos de toda condición. La historia propiamente es voluntad de ser y, que se sepa, la voluntad de ser conlleva el afán de hegemonía, de sojuzgar al otro para imponer lo propio; así ha funcionado la humanidad desde los tiempos más remotos de la civilización, hasta hoy. Y antes de lo que llamamos civilización, igual. La tribu paleolítica que era más numerosa y tenía mejores armas, triunfaba y se quedaba con el mejor territorio para la caza y con los refugios más seguros; los vencidos, si quedaba alguno, ya podían arreglarse como pudieran. Si lo vemos y lo analizamos bajo el prisma moral contemporáneo, la humanidad es una inmensa culpa desplazándose por el planeta como una mancha de aceite. Como diría mi abuela: un pecado con patas.
—¿Y ese subtítulo, Propuesta General de Desobediencia?
Porque se me antoja que al ser los fundamentos del Nuevo Orden Moral la base homogeneizadora de la doctrina político-moral imperante en nuestra civilización, perfectamente representada en las famosas agendas 20/30 – 20/50, la primera obligación de quien quiera oponerse a esa calamidad es desobedecer. Pero, ojo: no se trata de una desobediencia puntual, como negarse a pagar una multa o manifestarse en contra de los impuestos excesivos y cosas así. De acuerdo, estas acciones pueden tener su valor y ser útiles en determinados momentos. Yo abogo por algo que vaya más allá, por negarse a participar de los supuestos valores y el, por así decirlo, estilo de vida propuesto por el Nuevo Orden Moral. Propongo tener hijos, cuantos más mejor, frente a unos poderes públicos que publicitan cansinamente sexualidades no reproductivas y por tanto enemigas de la prole abundante.
Resulta siniestro que el aborto anticonceptivo sea un sacramento pero los tratamientos de fertilidad para mujeres que desean ser madres no encuentran la menor atención ni la menor ayuda
Resulta siniestro que en sociedades avanzadas como la nuestra el aborto anticonceptivo sea prácticamente un sacramento, que cualquiera pueda cambiarse quirúrgicamente de sexo, estando todo ello cubierto por la seguridad social; pero los tratamientos de fertilidad para mujeres que desean ser madres y por un motivo u otro tienen serias dificultades para realizar su anhelo no encuentran la menor atención ni la menor ayuda. Propongo enraizarse en un lugar que sintamos como nuestro y establecer vínculos social y culturalmente fuertes con nuestros vecinos, la ayuda mutua, la defensa del valor de la tradición y de los sesgos propios de cada cultura por pequeños que parezcan. Todos son importantes. Propongo trabajar y producir con una vocación, o dedicación, comunitarista, pensando nuestro esfuerzo como un aporte más al sostenimiento de nuestra civilización; quiero decir: crear nuestra propia sostenibilidad hacendosa, contraria a la dejadez de sofá y televisión de los globalistas conectados por medio de las redes sociales.
—También da importancia, entonces, a la tradición
No tanto por sus contenidos en sí como por su carácter conformador de nuestras sociedades actuales. Sin enrollarme mucho: si hemos llegado hasta aquí, es debido a la tradición y gracias a los que estuvieron antes que nosotros. Se lo debemos a ellos. El discurso progresista dirá que por culpa de la tradición hemos construido sociedades injustas, belicistas y otras lacras. Yo afirmo que gracias a la tradición vivimos en el mejor de los mundos posibles. ¿Acaso puede referirse algún momento anterior de la historia humana en el que las condiciones de vida de la población fueran mejores, con mejor sanidad y educación, más justas, con leyes más humanizadas, con mayores niveles de bienestar, con mejores servicios sociales…? Yo creo que eso es imposible. No estamos en el paraíso, evidentemente, pero estamos mejor que cualquier generación anterior. Comparto plenamente aquella definición de la tradición según la cual no es el culto a las cenizas sino la transmisión del fuego. No está claro de quién es la frase, algunos la atribuyen a Benjamin Franklin, otros a Gustav Mahler… Tanto da.
—Esas propuestas de desobediencia, ¿se recogerán con el tiempo en algún programa político?
No creo. Los programas políticos los hacen los políticos porque saben lo que quieren y no sólo lo saben sino que aspiran a que la población comparta con ellos, mayoritariamente, aquello a lo que aspiran. Yo no sé lo que quiero. Sé lo que no quiero. Por eso desobedecer y vivir con libertad, sin dejarse aplastar por la ideología dominante y sin hacer caso a los nuevos predicadores y los modernos inquisidores es lo más proactivo que puedo proponer.
—¿No sabe lo que quiere?
No lo sé, le doy mi palabra. Desconfío de la gente que tiene muy claro lo que quiere. Bueno, entiéndame: sé que quiero vivir tranquilo, poder dedicarme a las personas y actividades que me importan y me gustan y que nadie moleste mis afanes. Pero no sé qué sería lo mejor para mis semejantes, me resulta imposible y además una temeridad proclamar que uno sabe lo que es mejor para los demás, como hacen los políticos contemporáneos. La verdad,
No me fío de la gente que sabe lo que quiere
no me fío de la gente que sabe lo que quiere, los que tienen un sistema, un programa, unas ideas absolutas sobre el bien y el mal, un plan. La gente que tiene un plan es peligrosísima. Todos los canallas, genocidas, tiranos y criminales que en la historia han sido, tenían un plan. Yo prefiero tener unas cuantas ideas claras que conciernan a mi vida y nada más. Y llevarme bien con el vecino, que no es poco. Si todos hicieran los mismo, el mundo sería como se describe en la zarzuela Gigantes y Cabezudos: una balsa de aceite.
Once veces NO al Nuevo Orden Moral
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