«España ha muerto», dice el más españolista de los españoles

El desaliento que el bueno de don Eduardo expresa con tanta claridad y crudeza es más que comprensible. Sin embargo...

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«España ha muerto», dice, rota el alma, Eduardo García Serrano, español de los de verdad, hijo como es, por lo demás, del gran escritor Rafael García Serrano. Lo dice en una emotiva entrevista (la reproducimos en video) realizada en la madrileña calle Ferraz. Ahí se ubica se ubica la sede del Partido Socialista, y ante ella se han sucedido durante los últimos meses importantes y cotidianas manifestaciones de protesta.

La degeneración actual —no ya del gobierno, no ya de los oligarcas: la degeneración de un pueblo que inclina la cerviz y parece incapaz de sublevarse ante su opresión— llevan a García Serrano a considerar que España ha muerto y que, salvo milagro, no hay quien la resucite.

El ánimo y el desánimo

El desaliento que el bueno de don Eduardo expresa con tanta claridad y crudeza es más que comprensible. ¿Quién no lo ha experimentado en algún que otro momento? Pero lo que no tiene en cuenta don Eduardo es que la historia es, como dice Dominique Venner, el ámbito por antonomasia de lo imprevisible, de lo inimaginable, de lo indeterminado e indeterminable. ¿Quién, por ejemplo, pocas semanas o hasta pocos días antes de que estallara la Revolución francesa, o pocos días antes de que estallaran la mayoría de las grandes transformaciones que han sacudido y sacudirán siempre al mundo, quién hubiera podido imaginarse que tales estallidos iban a cambiar por completo la faz del mundo?

Sólo hay una cosa absolutamente cierta. Tan cierta como la muerte. Si los rebeldes nada hiciéramos, si nos encerráramos en nuestra burbuja, no cabe la menor duda de que nada, absolutamente nada, cambiaría y el mundo seguiría precipitándose por el abismo.

Tampoco es seguro que, haciendo cuanto corresponde hacer, veamos a lo largo de nuestra vida el cambio que todos anhelamos. Pero aparte del sentimiento del deber cumplido, ¿qué importa esta incertidumbre cuando se sabe —y si alguien aún no lo sabe, hora es de que lo sepa— que los cambios que están en juego, aquellos por los que tantas veces es cuestión en unas páginas como las de EL MANIFIESTO, representan un envite, una transformación del mundo, que es imposible que se realice en el espacio de unos breves años o décadas.

Hablábamos antes de los imprevisibles estallidos revolucionarios que han cambiado la faz de la tierra. Pero si estallaron como de la noche a la mañana, fue porque antes, durante años y años, toda una tenaz, sorda labor había ido preparando el terreno que en un momento dado se abrió como por un aparente ensalmo.

¿Cuánto tiempo, por ejemplo, tardó el cristianismo en transformar de arriba abajo el mundo de la Antigüedad? ¡Siglos! ¿Cuánto tiempo tardaron los pensadores de la Ilustración en ver plasmadas sus ansias —en realidad ninguno llegó a verlas realizadas—de transformar el mundo (cosa distinta es que haya sido a mejor o a peor) como lo transformó su pensamiento?

Es por ello por lo que, pese a la negrura de predicciones como las del video que les ofrecemos a continuación, seguimos, por nuestra parte, en la brecha. Sin vacilar.

Es por ello por lo que además de seguir combatiendo como siempre nos esforzamos, además, por lanzar nuevas ideas, nuevos e ilusionantes proyectos, como el de la revista de la que se habla en el anterior artículo.

Y ello, pese a no tener aún la total certeza de que dicha revista llegará a buen puerto. Ese puerto al que con su ayuda, amigos lectores, sí estamos seguros, sin embargo, de poder llegar.

 

 

 

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