Cuando un régimen se pudre, el pueblo se limita a soportar la incompetencia, la frivolidad y la codicia de las diferentes facciones que rapiñan los presupuestos. El ciudadano tributa y calla. Aquí, en España, donde todo se aguanta a los señoritos, las cosas no se llevan muy lejos porque nuestros asuntos privados nos ocupan y no esperamos ninguna reforma en la conducta de nuestros explotadores. En los últimos meses hemos aguantado la amnistía de los golpistas catalanes, la excarcelación de los terroristas de ETA, el escándalo de la mujer y el hermano del presidente y las andanzas prostibularias del número dos del régimen y de su ninfa Egeria, el famoso Koldo, perito en casas de lenocinio.Y todo se resuelve con un chiste de barra de bar y un exabrupto entre amigos. Luego, al día siguiente, volvemos a trabajar para ellos.
Aquí nunca pasa nada hasta que llega la naturaleza y nos golpea no sólo los cuerpos, sino las conciencias. Con tragedias como la de Valencia no nos podemos encoger de hombros y seguir a lo nuestro. No nos podemos conformar con mirar con desprecio a la piara dirigente; el horror de los hechos, la conmoción que nos causa el sufrimiento de nuestros compatriotas, evidencia lo que supone soportar un régimen corrupto, chapucero e inepto. Hemos comprobado a qué conduce el votar cada cuatro años a unos maniquíes, a unos mequetrefes, a unos mindundis que sólo sirven para sacarse fotos y malversar las arcas públicas. A esto nos aboca el hacer la vista gorda. Ya dijo Burke que el mal triunfa por la ausencia de los buenos. Y eso es lo que pasa en España, donde cuarenta años de selección de los peores han puesto al frente del país a la escoria de sus aborígenes: a los lamebotas de los partidos, incapaces de concebir el bien común, de tener ideas propias y, sobre todo, de tomar el mando en condiciones difíciles. En esto son fieles al principio esencial del régimen del 78: el gobierno irresponsable.
Esta chusma lleva medio siglo al timón de la patria, atrincherados en la babel de los reinos de taifas y sus múltiples y contradictorias “competencias”, esas mismas que han matado a cientos de nuestros conciudadanos mientras ministros, consejeros, alcaldes y demás parásitos se enredaban en bizantinismos administrativos. Ya no engañan a nadie: éstos son los “servicios” que los caciques autonómicos nos ofrecen por nuestros impuestos. Ellos, en cambio, sancionan draconianamente a los pobres pecheros que cometen un error en la comprensión de la jerigonza con la que castigan la imprenta o a los vasallos que llegan tarde a un plazo tributario. Y todo para que nos quedemos tan inermes y desprotegidos como los damnificados de La Palma y de Valencia.
En Paiporta, los honrados vecinos de la localidad comprobaron la esencia del régimen del 78. Y cuando los principales beneficiarios del tinglado se dieron un garbeo para hacer creer a las víctimas que su dolor les importa algo, el pueblo les devolvió el producto más refinado de casi cincuenta años de monarquía constitucional: enormes pellas de cieno y mierda. A ver si nos damos cuenta de que ya es hora de drenar esta ciénaga coronada.
El barro de Paiporta
Hemos comprobado a qué conduce el votar cada cuatro años a unos maniquíes, a unos mequetrefes, a unos mindundis
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