Usted sostiene que España no tiene nada por lo que pedir perdón a América. Pero, incluso asumiendo que el imperio español fue generador —al contrario que otros, que fueron depredadores—, ¿no está la verdad en un término medio entre la leyenda negra y la rosa?
Eso es un error conceptual profundo propio de los españoles, que tienen un sentimiento de culpa inculcado por la leyenda negra. Es como si uno dice que dos más dos es igual a cuatro, otro que dos más dos son seis y acabamos quedando en que son cinco. Es absolutamente absurdo, porque hay una verdad objetiva: antes de la llegada de los españoles, el 90% de la población de América vivía en un infierno en la tierra. Eso los españoles de ahora no lo entienden: Cortés no llega a un lugar donde existe la nación mexicana, sino en el que hay más de cien naciones y donde una de ellas ha conquistado al resto, las oprime y les pide la cosa más atroz, seres humanos para ser llevados a una pirámide para abrirles el corazón y comérselos. Lo mismo pasaba en Colombia, donde los pijaos se comían a los chibchas. Y el imperio inca, aunque no practicaba la antropofagia, era brutal.
Por tanto, si uno se pone del lado de la mayoría, que eran los oprimidos, verá que no hay una conquista sino una liberación de la pesadilla más atroz de la historia de la humanidad. Sólo así se explica que un pequeño puñado de hombres conquiste un territorio de miles de kilómetros cuadrados y de millones de habitantes contra un ejército poderosísimo.
Por eso no hay nada de lo que pedir perdón, más allá de que cualquier empresa no está hecha por ángeles, sino por hombres que cometen errores y delitos.
¿Por qué el relato de la leyenda negra funciona tan bien, tanto en América como en España?
Una mentira sólo se mantiene en el tiempo cuando es funcional a unos intereses políticos. La casa de Orange miente a propósito y hace cuarenta ediciones del libro de Bartolomé de las Casas. Después, Inglaterra convierte eso en política de Estado porque mira a América como el gato al canario. Como no ha podido nunca derrotar a España en el campo de batalla, trata, con inteligencia política, de vencer en la guerra cultural y en la propaganda política. Eso es la leyenda negra: una propaganda de Inglaterra dirigida a contrabandistas y criollos. Eso sí, los ingleses nunca pensaron que los propios españoles pudieran creérsela, pero increíblemente lo hicieron.
También le fue funcional a Estados Unidos, que recibió la ayuda de España para su propia independencia y que apenas cien años después le robó Cuba y Filipinas. Para ello también usaron como justificación el relato de que allí llevaban «más de trescientos años de opresión» y de que había que terminar con aquella tiranía.
Esa leyenda negra, ¿se circunscribe al ámbito político y de la cultura popular o de ella también han participado los historiadores profesionales, la academia?
No se puede generalizar, pero hoy la leyenda negra, desde el punto de vista científico, ha sido pulverizada. Por eso yo sostengo que los historiadores negrolegendarios, sobre todo los de la Universidad Complutense de Madrid, son en realidad militantes políticos disfrazados de historiadores e investigadores. Mienten y saben que están mintiendo.
¿Ve vasos comunicantes entre la leyenda negra y la izquierda? ¿Y con la llamada cultura woke?
Hoy la leyenda negra le funciona a Maduro, que es un inútil, que vive en un país lleno de petróleo ,pero cuyo pueblo se muere de hambre. Él carga esa culpa en el relato de que España trajo todos los defectos del país y robó todo. Lo mismo hace López Obrador, que dice que México está como está porque los españoles trajeron la corrupción. Pero hace siglos que ellos se fueron: ¿no han tenido tiempo de solucionar la corrupción?
También hay vasos comunicantes con la izquierda woke. Hay que ser muy claro: la izquierda woke —o caviar, fucsia o como queramos llamarla— no es más que el caniche comprado de la oligarquía financiera mundial, una oligarquía que intenta la destrucción espiritual de los pueblos. ¿Por qué? Porque los poderes no quieren tener enfrente otros poderes, sino la nada, para así poder mandar. ¿Y cuál es la mejor forma de destruir a un pueblo? Quitándole su fe fundante, algo que se logra diciendo que todo es relativo. En el origen del poder de las naciones siempre hay una fe fundante; cuando ésta se suprime, se desintegra esa nación. En el caso americano, se apunta al catolicismo como la fe que trajo el invasor español. Para eliminarla, se produce una coalición en que la oligarquía financiera va pagando a sus socios, desde los indigenistas hasta los wokistas.
Usted suele hablar del catolicismo como de una de las grandes riquezas que España trajo a América. Sin embargo, eso no le impide criticar al papa Francisco precisamente por sus ideas acerca de la etapa virreinal.
Es un error histórico. Yo soy católico y, cuando Su Santidad habla de doctrina y teología, tiene toda la autoridad moral. Cuando habla de fútbol, mi opinión vale tanto como la de él. Pero, cuando habla de historia, yo tengo más autoridad que él.
Al ser América la supuesta víctima, ¿cree que las voces que vienen de allí son más eficaces para desmontar la leyenda negra que las que vienen de España?
Es probable, pero más allá de eso España es el único pueblo del mundo que se ha creído la historia que sus enemigos cuentan sobre él. Es inimaginable pensar en un romano que se creyera su historia contada por un cartaginés o a un francés creyendo el relato alemán sobre Francia en 1914. Esa historia de España la inventan la casa de Orange, Inglaterra y Francia. España tiene que despertarse de una vez.
¿Qué le debe América a España?
Su ser, igual que España también le debe a América su ser. España se hace en América, es un camino de ida y vuelta. Ahí nace un ser que es la Hispanidad. Porque España es la parte de un todo, igual que Argentina, Colombia o México. Nosotros teníamos un gran transatlántico; cuando se hundió, cada uno cogió un bote, algunos uno más grande y otros uno más pequeño. No es que España perdiera América, sino que éramos una misma cosa, un mismo pueblo, que se fragmentó. Y para navegar por el mundo y por la historia, no es lo mismo navegar en un transatlántico que en un bote; los primeros hacen la historia y los segundos la sufren.
La huella positiva de España en América es indudable, pero ¿qué pasó para que se pusieran en marcha los procesos de independencia?
La independencia no fue popular y necesitaba un relato para justificar su traición: ahí entra la leyenda negra. Pero ese relato caería como un castillo de naipes si a los españoles les entrase en la cabeza que las masas indígenas lucharon contra la independencia. Cabe recordar las palabras del general Posadas Gutiérrez, segundo de Bolívar: «Es preciso que se sepa que la independencia fue impopular en la generalidad de los habitantes, que las clases elevadas fueron las que hicieron la revolución, que los ejércitos españoles se componían de cuatro quintas partes de hijos del país, que los indios en general fueron tenaces defensores del gobierno del Reino, como que presentían que, como tributarios, eran más felices que lo que serían como ciudadanos de la república». Esa generación que toma el poder sabe que ha hecho algo impopular, pero es dueña de la educación, por lo que imparten la leyenda negra para justificar lo que han hecho.
Dicho esto, la monarquía española cometió el error más fabuloso de su historia cuando, una vez invadida por Napoleón, no se marchó a América. Si se hubiese ido a gobernar desde México o desde Lima, no habría habido fragmentación territorial. Seguramente la independencia se habría producido por la gran presión británica, pero mucho más tarde y siendo un divorcio amable, sin traumas. La culpa de eso la tuvo Fernando VII, que prefirió estar preso en Francia que libre en América. En cambio, la casa real portuguesa se fue a gobernar desde Río de Janeiro, que se convirtió en la capital del imperio. Recuerdo que un día le pregunté a Helio Jaguaribe, el politólogo brasileño más importante de la segunda mitad del siglo XX, qué sentía Brasil por Portugal. «Un profundo agradecimiento», me contestó. Cuando le pregunté qué sentía Portugal por Brasil, me respondió: «Un profundo orgullo». Así hubiese sido la historia si la monarquía española hubiese huido de Napoleón hacia América.
España y América tienen un gran pasado compartido. ¿Qué futuro se vislumbra para ambas?
La Hispanidad es el pasaporte al futuro de España y el futuro de las repúblicas hispanoamericanas. Europa es una prostituta enferma de sida que, además, está marchando a una guerra suicida contra Rusia que la va a destruir completamente. El que no se quiera dar cuenta de esto es porque está ciego.
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