Un corresponsal de guerra con casco y chaleco antibalas. Detrás, una pareja de turistas toma fotos de la ciudad.

La Historia vuelve a Europa

En estas horas caóticas, tenemos la sensación de que la Historia ha vuelto a Europa con el avance libertador de las tropas rusas.

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La liberación del Donbás por parte del ejército ruso nos ha sorprendido a todos, pues creo que nadie pensaba que la situación iba a acabar en un choque armado. Ayer, después de la conmemoración del Día de la Defensa de la Patria, el gobierno del Kremlin se decidió a acabar con un conflicto en el que las amenazas de los atlantistas han sido contestadas con hechos por parte de Rusia. En estas horas caóticas, tenemos la sensación de que la Historia ha vuelto a Europa con el avance libertador de las tropas rusas.

Parece que el ensueño dogmático de la boba socialdemocracia se viene abajo

Parece que el ensueño dogmático de la boba socialdemocracia se viene abajo, que se cae por viejo y por podrido el tinglado liberal. La OTAN, las partitocracias occidentales y también nosotros, los europeos de a pie, nos encontramos frente a la más inesperada de las respuestas, frente a los tronantes ecos de la ultima ratio regum, lema que Luis XIV inscribía en sus cañones y que explica de manera gráfica qué es el núcleo esencial de la soberanía de un Estado: la fuerza, el elemento que respalda la decisión política de una comunidad nacional. Algo cuyo sentido los europeos crepusculares desconocen, pues hace tiempo que entregaron a élites y organizaciones apátridas su capacidad de ejercer como agentes de la Historia. Desde los años sesenta, Europa ha pretendido vivir fuera del devenir histórico,

El núcleo esencial de la soberanía de un Estado: la fuerza

sacrificar la identidad comunitaria —el ser de la nación— al opio del Bienestar y a las aberraciones hedonistas del nihilismo extremo. Rusia es justo el ejemplo contrario.

El Fin de la Historia consistía en que las fuerzas del dinero, personificadas en Estados Unidos, imponían a todo el mundo el American Way of Life, el libre mercado y la democracia según su real capricho, mientras Europa se limitaba a asistir a Washington y a justificar sus agresiones en Irak, Afganistán, Siria o Libia. Sin embargo, esta concepción unipolar de la geopolítica no es real. En 2016, los propios americanos demostraron que no querían ser el instrumento de unas élites internacionales y eligieron a Trump como presidente, quien sólo pudo ser destituido después de un dudosísimo proceso electoral, un auténtico golpe de Estado de la oligarquía globalista. Rusia, una potencia con una capacidad militar mucho menor que Estados Unidos y sus cipayos de la OTAN, plantó cara al intento de sembrar el caos islamista en Siria y, ahora, está desafiando a la hegemonía anglosajona con un paso audaz, al responder de forma inesperada a los ultimátums que el gobierno de Kíev, respaldado por Estados Unidos, había lanzado contra Moscú en el último mes. El juego de farol del histrión Zelenskii fue aceptado por Rusia, y el envite de Moscú ha desbaratado con sangre y hierro toda la palabrería de los rábulas de la OTAN y de los bonzos y sicofantes millonarios de la Sociedad Abierta.

Hoy ha empezado el fin del Final de la Historia. La hegemonía mundial americana está en entredicho. Rusia ha quebrado las fronteras de un Estado artificial, que se edificó sobre la unión de las históricas Ucrania y Nueva Rusia por Lenin, y ha defendido los derechos de su comunidad popular, de esa mitad de la Ucrania actual que es y se siente rusa. Frente a estos hechos, la plutocracia apátrida de Occidente tendrá que reaccionar de alguna manera o, de lo contrario, su dominio se desmoronará, su Nuevo Orden Mundial se convertirá en un tigre de papel al que nadie teme. El caduco Joe Biden ya tiene su guerra, pero ésta le ha estallado en las manos, posiblemente mucho antes de lo que planeaba: pensó que Putin iba a jugar con las reglas y con los tiempos de Washington.

El despertar ha sido bien amargo para el decrépito testaferro de las élites

El despertar ha sido bien amargo para el decrépito testaferro de las élites. Sus enredos están desencadenando un desastre que arrastra a su régimen títere, establecido tras el golpe del Maidán de 2014, obra de Soros, de Bruselas y de la embajada americana en Kíev. El objetivo esencial de la estrategia anglosajona, enemistar a Rusia y a Ucrania, impedir la concordia entre los dos estados, se había conseguido. Las consecuencias fueron calamitosas para la propia Ucrania, cuya autoridad política se vio borrada de la noche a la mañana en Crimea, Lugansk, Donetsk, Járkov y hasta en Odessa. Sólo la excesiva prudencia de Putin, que se limitó a asegurar la Crimea rusa y a proteger a los núcleos rebeldes estables de Lugansk y Donetsk, impidió la disolución de Ucrania hace ocho años. El gran error del Kremlin en 2014 fue no haber llegado hasta Kíev. Como Polonia en 1939, Ucrania ha sido lanzada a una empresa de la que saldrá maltrecha y repartida. A esto han llevado la “Revolución” del Maidán y el aventurerismo político de la plutocracia global y de sus títeres ucranianos. La credibilidad de América dependerá en buena medida de su respuesta a este desafío. Si no hace nada, la tesis de un mundo unipolar, de una americanosfera, no será más que un mal sueño, una pesadilla multicultural disipada por el viento frío de la estepa rusa.

 

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