Milei y la mujer corrupta

Aquí todo vale. Pero eso sí, a La Bego que no la toquen. No vaya a ser que relinche el babieca de la Moncloa, el rocín bien estabulado de la cuadra de 'Pegasus'.

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Como un profeta bíblico, como un jinete del Apocalipsis, como un profeta veterotestamentario, Milei llegó a la fiesta de Vox y dejó como regalo el escándalo, el rechinar de dientes, el desgarro de las vestiduras, el anatema y la abominación de la desolación. Cierto que ya había recibido un toque desde Madrid, donde el australopiteco que ejerce como ministro de Transportes, Óscar Puente, alias el Yeti de Pucela, le había llamado drogadicto. Así pues, tocado en todos los sentidos de la palabra y después de descolgarse con una epístola condenatoria sobre el gobierno de Antonio, Milei aterrizó en Barajas y se fue a Villaverde, al guateque que Vox daba a las ilusiones perdidas del soberanismo europeo, al melonismo de los melones atlantistas. Allí estaba entre los suyos, entre un público entregado, frenético, aullador, furibundo, ahíto de sangre de niños palestinos. ¡Qué gran bacanal! ¡Qué apogeo de Occidente! ¡Qué apología de los valores de la angloesfera: allá, en la tribuna, Milei parecía un macaco de los que se rascan las pulgas en el Peñón! Liberalismo en vena, sin cortes, directo de la jeringuilla al sistema circulatorio. ¡Vaya chute, vaya tiro de perico de la Escuela de Chicago! Con gente como él en la Casa Rosada, las Malvinas se van a seguir llamando Falklands durante largo tiempo. Milei acaba de entregar una base a los yanquis en la Patagonia y todavía se piensa lo de dolarizar a nuestros infortunados primos del Plata. Gringoesfera debería llamarse el chiringuito de los abascalitas.

En fin, que Milei se vino arriba, se entusiasmó, se dejó raptar por la divinidad como una pitonisa, como un nabi bíblico, como un derviche giróvago en pleno derroche y derrape de revoluciones... Y le salió el rabino que lleva dentro, el jeremíaco clamor que desde lo más profundo, desde el desierto donde clama su voz, chamán que es del perro Conan, cánido totémico del aquelarre porteño. Inspirado por los ladridos guturales del mastín la nombró a ella, a la hispana Astarté, a la idolátrica Tanit empoderada, a Lilith, a Herodías, a Salomé, a la Jezabel de Antonio, a su bruja de Endor: ¿Son galgos o podencos? ¡Hasta ahí podíamos llegar, hacerle eso a la reina del corazón tan tierno de nuestro presidente, a la emperaora de sus entretelas! Crisis diplomática: “Milei ha insultado a España”. El ministro de Exteriores, el quidam que extiende el felpudo ante los conserjes de la Casa Blanca, protesta y hace aspavientos, Bismarck travestido de suripanta de Telecinco.

Curioso país éste en el que se pueden quemar la bandera y la efigie del Borbón, en el que se puede uno ciscar en la patria y ofender su pasado desde el ministerio de Cultura; donde los sediciosos, siempre que sean catalanes, vascos o entreverados, pueden escarnecer los símbolos de la nación y donde se ha convertido en algo protocolario que una chusma de perrigalgos con la chapela calá hasta las cejas pite el himno en las finales de la Copa del Rey (antes de España). Aquí todo vale. Pero eso sí, a La Bego que no la toquen. No vaya a ser que relinche el babieca de la Moncloa, el rocín bien estabulado de la cuadra de Pegasus.

Todo es cuestión de valores, seguro.

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