¿Qué es más jubiloso en este miércoles de gloria? ¿El triunfo como tal de Trump y todo lo que ello implica (el fin de la guerra contra Rusia, la reanudación de relaciones amistosas con el Kremlin, junto al ataque al corazón de la ideología woke y de todo lo que la sustenta: en una palabra, la afirmación de los valores de lo que aún se mantiene como bueno, grande y verdadero en nuestra civilización? ¿Es esto lo que nos llena el corazón de júbilo; o es ver a los zurdos de mierda del mundo entero, que diría Milei, abatidos ante la magnitud de un triunfo tan arrollador que les hace sacar toneladas de espuma de rabia, temor y zozobra por la boca?
La pregunta es estúpida. Ambas cosas están íntimamente correlacionadas y tan dichoso es palpar la desazón temerosa del enemigo como brindar por lo que Hughes denomina El Regreso. Ese Regreso —escribe— que «abre un horizonte nuevo sobre el mundo, o quizás solo un marco más razonable. Dependerá de hasta qué punto Trump [el presidente n.º] 47 decida ser mejor que Trump 45».
Dependerá, en efecto, de que no vuelva a cometer los errores cometidos en su anterior mandato, cuando, dejándose engañar y traicionar por aquellos a quienes no apartó o reprimió debidamente, no tuvo la fuerza de desmantelar por completo la ciénaga del Estado profundo que, enmarañado entre los hilos del poder, consiguió segar en parte la hierba bajo sus pies.
Pero seguro que Trump ha aprendido y no volverá a tropezar con la misma piedra. Seguro que seguirá estando bendecido «por las fuerzas cósmicas o divinas —escribe el mismo Hughes— que le hicieron girarse un poquito cuando llegaba la bala. Si hubiera hecho lo predecible, lo normal, si hubiera mirado donde se supone que debía mirar, nada sería igual».
Por algo, en efecto, intentaron tres veces matarlo.
Aquí les espera nuestra flamante revista,
tan sorprendente (pero de otra forma)
como el mismo El Manifiesto