Fragmento de la carta de la que aquí se habla

El hombre blandengue requiere blanda enseñanza

Como la pólvora se ha expandido por las Redes Sociales la carta que don Amalio Gutiérrez Álvarez, director de un centro de Educación Secundaria Obligatoria, ha remitido a los padres de sus alumnos con el fin de sosegar su angustiado ánimo ante la terrible prueba de los exámenes.

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Don Amalio Gutiérrez Álvarez, director de un centro de Educación Secundaria Obligatoria cuyo nombre y ubicación aún desconocen tanto los medios como las Redes Sociales, ha tenido a bien remitir a los padres de sus alumnos la carta con la que ilustramos este artículo y reproducimos íntegramente a su término.

Dicha epístola, sobresaliente compendio del espíritu que impregna los tiempos, tiene por objetivo sosegar el ánimo tanto de los educandos como de sus progenitores, ánimo que suele andar azorado ante el envite de los exámenes a los que se ven sometidas las tiernas criaturas.

¡Tranquilos, que no cunda el pánico!, viene a decir el solícito docente. Efectuando una magnánima concesión a los restos que pudieran quedar de los tiempos en que una casposa enseñanza buscaba excelencia y requería memoria, don Amalio (“Amalio, tío”, le dirán sus colegas alumnos) reconoce que si éstos aprueban, bien está. “¡Genial!”, exclama incluso el colega director. Mas si no aprueban, “¡no pasa nada! Es sólo un examen”.

Si no aprueban, “¡no pasa nada! Es sólo un examen. Las notas no son tan importantes”

“Dígale —aconseja al disgustado padre— que las notas que obtenga no son tan importantes… Dígale que lo ama y que no lo juzgará”.

Amor, amor... Báñese todo en almibarado amor y en melindrosa paz. Sobre todo, nada de juzgar. ¡Cómo, además, podría alguien juzgar cuando es el propio centro quien se abstiene de hacerlo al permitir, según las últimas normas ministeriales, que pasen curso alumnos que trajinan suspensos cual burros cargados con alforjas no por leves menos pesarosas!

Lo chistoso del caso es que, con sofística y mendaz retórica, este permisivo sembrador de incultura no encuentra mejor argumento que invocar... la más alta excelencia. “Lo importante en la vida —afirma— no es que una persona sea perfecta en todos los aspectos, sino que realmente se apasione en aquello que verdaderamente le llene”. Y así, por ejemplo, “un artista no necesita entender matemáticas, ni a un músico [le importan] las notas de física”.

Olvida solamente que ni un solo artista ni un solo músico pueden salir de un lodazal en el que se les obliga a todos a chapotear en la igualitaria mediocridad y en la indolente y cómoda vulgaridad.

Mediocridad y vulgaridad que hacen que la carta en cuestión se haya virilizado... No, perdón, hoy lo viril es pecado. La carta se ha hecho viral en Redes Sociales al tiempo que obtenía el lógico y complacido aplauso de las acémilas que cargan con tan leves pero envenenadas alforjas.

Otras eran en otros tiempos las alforjas que sólo trajinaban entonces corceles tan briosos como esforzados. Los tiempos eran los del “páramo cultural” que asolaba al país  durante el ominoso Régimen anterior. Lo que contenían las alforjas era lo que, en su último artículo, detalla Fernando Sánchez Dragó, quien se congratula de haber pertenecido a “la última promoción escolar que estudió siete años de latín, tres de griego, tres de filosofía (lógica, psicología, ética, gnoseología, ontología, historia del pensamiento), siete de física, química y matemáticas, siete de religión, siete de historia de España y universal, siete de geografía, siete de lengua, uno de preceptiva literaria, tres de historia de la literatura, cuatro de francés, otros cuatro de inglés y, last but not least, dos de ciencias naturales (botánica, zoología, mineralogía y geología). Pasmoso, ¿no? Cuesta trabajo creerlo, pero así fue”.

 

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