Miedo y poder en la Casa Blanca

Gente curiosa, casi siempre imaginativa, muchas veces torpe e impertinente, que llegará a la Casa Blanca con pocos reparos y mucha ambición..

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En el tramo final de Los fontaneros de La Casa Blanca (White House Plumbers, 2023), un personaje hasta entonces secundario (James McCurd/Toby Huss), pero a punto de recibir una gigantesca dosis de importancia, va y suelta lo siguiente: “Todo se basa en el miedo y el poder. Quieren el poder, porque están cagados de miedo”. Se refiere, por descontado, a los políticos.

Los protagonistas de esta miniserie son dos fracasados en horas especialmente bajas. De principio a fin: E. Howard Hunt (Woody Harrelson) y G. Gordon Liddy (Justin Theroux) darían para un western, aunque aquí se convierten en carne de esperpento. Con razón: de un lado, tenemos a un ex-CIA involucrado en el desastre de la Bahía de Cochinos y en el asesinato de John F. Kennedy; y, de otro, un ex-FBI bastante nazi, con formación en derecho y obsesionado con el “deber”.

"Todo se basa en el miedo y el poder. Quieren el poder, porque están cagados de miedo."

Gente curiosa, casi siempre imaginativa, muchas veces torpe e impertinente, que llegará a la Casa Blanca con pocos reparos y mucha ambición. Cambiando para siempre la Historia de su país —para mal— por culpa de esa cosa tan pequeña, insana y terrible: el ego. Lo que siempre ha movido la política, para más señas: algo que desde el principio de los tiempos ha alimentado la vida pública partiendo de su médula más profunda y visceral.

Así pues, estamos a comienzos de los años 70; John, Robert y Martin murieron asesinados; como finalmente lo hará también la mujer de uno de los protagonistas (¿será Lena Headey, o acaso Judy Greer? Chan, Chaaaaaan): a manos de una fuerza tan etérea e implacable como lo es el poder. Es decir, por el puto miedo de los poderosos. Para silenciar, para ajustar las cuentas, para dejar claro quién manda: lo mismo el 22 de noviembre de 1963 en Dallas, Texas, que el 8 de diciembre de 1972 en Chicago, Illinois. Nada es demasiado pequeño para el ego que lucha, ciego, por abrirse paso: camuflando pequeñas brechas interiores gracias a la resonancia de imponentes boquetes que desgarran el exterior. Así en Roma como en Washington; así Bruto como Allen Dulles (más que probable responsable del asunto Oswald); y el conde don Julián, por citar un mito patrio, como John Mitchell (John Carroll Lynch).

Spoiler: el trepa más avispado –lean: falto de escrúpulos– y rapaz de todos es John Dean, interpretado por Domhnall Gleeson (vean, de paso, la película de 2017 American Made); y a Nixon ni se le ve ni se le espera: de eso ya se encargaron Oliver Stone y Anthony Hopkins en su momento.

El miedo también mató a Kennedy, por cierto: no tanto Bahía de Cochinos como la crisis de los misiles en 1962 (la HBO no te lo iba a contar todo, amigo). Aunque esa es otra historia; Los fontaneros de la Casa Blanca, decía, cuenta el Watergate como no te lo había contado nadie antes: en clave de comedia. Lejos queda el tono solemne de los biopics que perfeccionaron décadas atrás Martin Scorsese (El aviador) o Clint Eastwood (J. Edgar); y que pulieron hace menos tiempo David Fincher (La red social) y Aaron Sorkin (El juicio de los 7 de Chicago), dos expertos en monstruos adorables; atrás están las excelentes películas Todos los hombres del presidente (1976) y Frost Contra Nixon (2008), que parecían haberlo dicho ya todo del tema… Desde la perspectiva del periodista progre (véase: Buenas noches y buena suerte), claro está; faltaba la otra parte: el punto de vista que se centra en ese viejo trasto descuidado: tan cotidiano, tan cercano, y que casi siempre deja mancha: lo zafio.

Porque la Historia –con mayúscula– es un camino dibujado con la sangre de la traición, merece la pena sumergirse en la última miniserie de la HBO. Se repite como farsa, dado que nunca dejó de serlo: los hombres de Paco/Everette en versión USA pueden defenestrar la credibilidad pública del país más poderoso del mundo, si se les otorga la oportunidad. Y mientras todo se hunde así, por las tonterías de unos pringados con ínfulas, el relato basado en hechos reales es divertido; hasta que los idiotas de pronto actúan correctamente, con honor, mientras la opinión pública se deja llevar por la falsedad y la manipulación; y, ahora sí, los verdaderos hombres de poder, esos acojonados de mierda, dejan caer su rodillo sobre unos idiotas que, sí, acaban siendo bastante heroicos, sin por ello abandonar un instante su enorme y apestosa ración de miseria moral.

David Mandel, Alex Gregory y Peter Huyck, responsables creativos de la serie, cuentan el proceso bastante bien: la Historia de la capital mundial del capitalismo es un cuento lleno de ruido, furia, escuchas a hurtadillas y muchos flashes protagonizado por un buen puñado de idiotas, más parecidos a Mortadelo y Filemón que a James Bond. Con música de Frank Sinatra, antiguo amigo de un tal John que acabó con la cabeza en otra parte: The Best Is Yet To Come.

Y después de ver la serie a razón de capítulo por semana, pueden ir a votar con seguridad el domingo 23 de julio (risas enlatadas). Así en la vida como en la ficción. Con Sánchez y con Feijóo; con Nixon y con Biden; con el de ayer y el de mañana. El poder del miedo: es igual Washington que la Moncloa. Por los siglos de los siglos…

P.  D.: Justin Theroux sigue bromeando con el tamaño de su pene, en homenaje a la legendaria The Leftovers (2014-17); ah, y además me he enamorado de la preciosa Kiernan Shipka, a la que conocí –aunque no lo recordaba, lo confieso– cuando éramos niños en la maravillosa Mad Men (2007-15). Si: The Best Is Yet To Come.

 

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