La mayoría de observadores comentan que la importancia del voto hispano ha sido fundamental a la hora de decantar la balanza electoral a favor del presidente republicano. Si ello es así —y no hay razón de ponerlo en duda—, resulta que la Hispanidad habrá de nuevo arrimado el hombro para favorecer la defensa de nuestra Civilización.
Pero si ello es importante, también lo es la respuesta que la multitud hispanoamericana, reunida en un mitin electoral de Donald de Trump, dio a la pregunta que éste les acababa de formular.
"¿Cómo prefieren que les llame?", les preguntó. "¿Latinos o hispanos?". Sin necesidad de elaborar encuestas o efectuar recuentos, la respuesta fue tajante. Una multitud enfervorecida aclamó la opción "hispana", mientras que la "latina" obtuvo una débil aprobación.
La cuestión parece bizantina, meramente lingüística, pero no lo es. Va mucho más allá. Hasta el fondo de las cosas.
"¡Bienvenido a América Latina!", le espetaron una vez, no recuerdo si a Borges o a Cela, cuando el escritor pisó tierra mexicana. "Ah, qué curioso", respondió, "no sabía que todavía hablaran ustedes latín". Lo de "América Latina" fue invención francesa y anglosajona —exitosa invención, ni que decir tiene— para obviar el nombre "hispano" y diluir de tal modo la grandeza de nuestra gesta a lo largo y ancho del continente.
Resulta sin embargo que el apego a los orígenes y a la tradición es mucho más difícil de erradicar entre el pueblo llano de lo que se imaginan las pretendidas "élites" que, además de explotarnos, imponen usos y denominaciones. Y así, por más que todos los hispanoamericanos se denominen a sí mismos "latinoamericanos" y hablen exclusivamente de "América Latina", cuando el líder de la gran nación estadounidense les pregunta: "¿Latinos o hispanos?", la vinculación que su sangre tiene con sus orígenes aflora a flor de piel.
Vean las imágenes del mitin de Trump
captadas en la red social X