Se ha inaugurado en Madrid una nueva edición de ARCO, la feria del “arte” contemporáneo

“Encima de quitarles sus dineros, vamos a reírnos a carcajadas de la idiotez de esos desgraciados. ¡Ja, ja, ja!”, deben de haberse dicho los directivos de ARCO.

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Los fieles lectores de este periódico, los que llevan años leyendo El Manifiesto, ya lo conocen, pues lo hemos sacado otros años, con ocasión de su inauguración, para festejar, acribillar y burlarnos de otras ediciones de ARCO. Tanto a esos lectores como a quienes aún no lo conozcan les invitamos a que disfruten (y se horroricen) de nuevo o por primera vez con este pedazo de video en el que los niños de una guardería “pintan” un cuadro de “arte” contemporáneo. Y el cuadro van y lo exponen en ARCO, donde suscitó entre el público las admirativas reacciones que se pueden observar.

Si hay petimetres que son tan pretenciosos como para ir a ver tales gansadas y tragarse tales imposturas, allá ellos: bien merecido lo tienen. Lo mismo cabe decir de la gente más o menos culta y honrada (también la hay) que, lejos de combatir el intento contemporáneo de aniquilar el arte, le concede a todo ello un mínimo atisbo de respetabilidad. Ni siquiera es porque les guste o porque no vean la ridiculez del asunto: es simplemente por miedo de no estar “à la page”, al día, de no asentir a lo que marcan los cánones que imponen nuestros amos.

Pero hay otro aspecto del video que presentamos en el que nadie ha reparado (recordemos por cierto que fue hecho, ¡oh milagro!, por Tele-5) . Resulta que es la propia gente de ARCO, son sus directivos, son los propios degenerados “artistas” y “críticos” que mueven el tinglado quienes se ríen a mandíbula batiente de sus imposturas y de la idiotez de cuantos las visitan, las aplauden o, por mera codicia mercantil, las compran (ésos, al menos, idiotas no son).

Es muy sencillo. Basta pensar en todo lo que implica un video como éste: una periodista que, seguida por unos cámaras, entra en el recinto llevando una maleta de ruedas; la abre; despliega el lienzo; lo clava en su bastidor, clac, clac; encuentra un hueco donde colgarlo; perfora la pared y clava un clavo; cuelga la obra maestra; la muestra y comenta con los visitantes y, mientras tanto, los cámaras van filmando y filmando sin que ningún empleado les diga nada de nada... Es evidente que nada de ello se habría podido hacer sin el beneplácito de la dirección de ARCO.

“Sí, sí, ¡que lo hagan, que lo hagan! —deben de haberse dicho—. Encima de quedarnos con sus dineros, vamos a reírnos a carcajadas de la idiotez de esos desgraciados. ¡Ja, ja, ja!”

 

 

 

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