‘La Marcha Triunfal’. Eran otros tiempos los de 1892

Compartir en:

He aquí (al final del artículo) una espléndida recitación escenificada de La Marcha Triunfal, de Rubén Darío, un poema de tal hondura (más alla de su brillo "modernista") que al enloquecido general de El otoño del Patriarca, de García Márquez, le hace pensar que eso sí, «madre mía, Bendición Alvarado, eso sí es un desfile, no las mierdas que me organiza esta gente, [se decía] sintiéndose disminuido y solo, oprimido por el sopor y los zancudos y las columnas de sapolín de oro y el terciopelo marchito del palco de honor, carajo, cómo es posible que este indio pueda escribir una cosa tan bella con la misma mano con que se limpia el culo, se decía, tan exaltado por la revelación de la belleza escrita que arrastraba sus grandes patas de elefante cautivo al compás de los golpes marciales de los timbaleros, se adormilaba al ritmo de las voces de gloria del canto sonoro del cálido coro que Leticia Nazareno recitaba para él a la sombra de los arcos triunfales de la ceiba del patio».

La cita es larga; pero es tan hermosa... Y tan verdadera. Dice hasta tal punto que la verdad más honda es la del arte («Eso sí es un desfile, no las mierdas que me organiza esta gente») que es obligado reproducirla.

Y, sin embargo, lo que me importa en este artículo son las circunstancias en que las Musas llevaron a Rubén Darío a escribir La Marcha Triunfal. Unas circunstancias —las del año 1892—

La gloria por el Descubrimiento de América

tan distintas, tan opuestas a las de hoy, que, cuando en 1992 se conmemoró el 500.º aniversario de la gesta americana, a nadie se le ocurrió (cosa lógica, dada la mentalidad imperante) realizar nada de lo que, cien años antes, se había efectuado para celebrar la gloria que nos corresponde por el Descubrimiento de América.

Donde Rubén Darío obtuvo la verdadera inspiración para componer su Marcha Triunfal fue en Madrid, cuando, en 1892, asistió como secretario de la delegación de Nicaragua a las fiestas del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América.

Según lo que escribe el diario El Imparcial de aquel Día de la Hispanidad (o de la Raza, como también se le llamaba entonces), fue propiamente apoteósico lo realizado aquel 12 de octubre de 1892 . El acto central de los festejos estuvo constituido por una cabalgata en la que —relata el periódico— «desfilaron a pie y a caballo, heraldos, ballesteros, arcabuceros, lanceros, músicos, marineros, guerreros, alabarderos, timbaleros, reyes de armas, portaestandartes, caciques, indios, nobles, palanquines, infantes, cardenales, jeques árabes, frailes, damas de la corte, caballeros, priores, soldados, y Cristóbal Colón en su carroza de oro y púrpura arrastrada por diez caballos blancos, entre Minervas y palmeras, precedida por una Fama que erigía su larga trompeta».

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

Comentarios

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar