La llaman «libertad de expresión». Y nadie se ríe

Lo que pretendía 7NN era manifiesto: salir del gueto, romper la marginalidad.

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¡Para quitarse el sombrero! Los seis minutos que dura el video que publicamos al final de este artículo constituyen una obra maestra tanto de periodismo como de gallardía humana. Se trata de las últimas imágenes de un gran proyecto que acaba de fracasar: el del canal de televisión 7NN, que, después de estar año y medio emitiendo con una calidad desconocida en estos pagos, se ha visto obligado a apagar sus luces este 1.º de Abril, día de una antigua victoria. Y que en medio de tales circunstancias alguien —ese gran periodista que es Gonzalo Altozano— consiga hablar con emoción, mesura... ¡y sentido del humor!, es algo que le llena a uno de admiración.

Lo que pretendía 7NN era manifiesto: salir del gueto, romper la marginalidad en la que nos encontramos todos los medios de comunicación que, desde posiciones de «derecha identitaria», nos situamos extramuros del Sistema. De lo que se trataba era de crear una televisión de alto nivel que fuera capaz de competir con las cuatro o cinco grandes cadenas, públicas o semipúblicas (ya veremos por qué, pese a su carácter privado, llamó así a las segundas).

Para conseguir tal objetivo, algunos invirtieron (y perdieron) en ello más de cinco millones de euros. Que resultaron insuficientes. Como insuficientes resultarían todos los millones invertidos en las cadenas semipúblicas si éstas (por eso las llamo así) no estuvieran sostenidas por los impuestos con que el Estado las riega después de haberlos expoliado a usted y a mí.

Se cometieron, sin duda, en 7NN «fallos de gestión» que sus propios gestores reconocen. Consistieron en haber puesto el listón demasiado alto, en haber dado por segura una publicidad que las grandes marcas siguieron destinando a las televisiones semipúblicas, mientras que a la nueva televisión  antisistema sólo le llegaban, pese a su elevado número de espectadores, migajas que resultaron de todo punto insuficientes.

La libertad de expresión

No se ha podido, así pues, salir del gueto, llegar al gran público. Toda la derecha antindividualista e identitaria vuelve a encontrarse tan sólo en canales, webs y blogs de Internet.[1]

Lo cual está muy bien, lo cual es incluso extraordinario si lo comparamos con lo existente hace tan sólo diez o veinte años. Pero no nos engañemos, no nos hagamos ilusiones.

Internet está muy bien. Pero con Internet no se llega a las masas que componen la opinión pública

En Internet hay que estar, en Internet seguiremos estando. Pero con sólo Internet no se llega a las masas que componen la opinión pública —pública o semipúblicamente manipulada y manejada— que lo domina todo. Con Internet no se llega al Ágora. Sólo se llega, como máximo, a los linderos de las murallas de la ciudad.

Adonde sí se llega con Internet es a la Gran Coartada que proclama —y desde un punto de vista jurídico o formal es absolutamente cierto— que quienes nos alzamos contra este mundo inmundo vivimos envueltos, sin embargo, bajo el benévolo manto de la libertad de expresión.

Una coartada, sí. Porque la libertad de expresión verdadera, la única que dispone de pujanza suficiente para ser oída en el mundo —para resonar en su centro—,  se halla reservada, tanto en televisión como en prensa y radio, a los engaños, vacuidades e inmundicias que, sutilmente a veces, groseramente otras, emiten las grandes cadenas.

Cadenas, en efecto. Nunca mejor dicho. Pero tan bonitas, tan entretenidas, tan divertidas.

[1] O casi, si exceptuamos El Toro TV, del Grupo Intereconomía, que en algunas partes se puede ver sentado cómodamente uno en el sofá del salón.

 

 

 

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