Como ya saben nuestros lectores, el siniestro mundo woke la está emprendiendo contra Beethoven (en realidad, contra la música clásica en general, por no decir contra la civilización a secas). Tildan a Beethoven de “supremacista blanco, machista y elitista” (véase nuestro artículo “El último delirio antiblanco: prohibir a Beethoven”). Pero esto no les basta. Pretenden, más sutilmente, reapropiarse de quien es uno de los cuatro o cinco mayores genios musicales de toda la historia.
Intentan adaptarlo, transformarlo al gusto “multicultural”, “blandengue” e “inclusivo” de la posmodernidad. Intentan, en una palabra, mutilarlo, desnaturalizarlo.
Y lo peor: quienes lo pretenden no son unos cualesquiera. Son destacadas figuras de la música clásica. Como la estadounidense Marin Alsop, antigua directora de la Sinfónica de Baltimore y que ahora está al frente de la Orquesta de la Radio de Viena. Tiene dicha señora (son sus palabras) la pretensión de “modernizar y acercar al público” nada menos que la Novena Sinfonía, pues considera que la Oda a la alegría, el poema de Schiller con el que concluye, “es magnífico, pero no resulta relevante para nosotros en la actualidad”.
De modo que para hacerlo relevante se propone sustituir la Oda por textos en distintas lenguas, según el lugar en que interprete la Sinfonía. Puede ser en inglés (o en español, si tenemos la desgracia de que se acerque por estos pagos). Pero, como es obligatorio en tiempos de “multiculturalidad”, la adaptación también puede ser en lenguas indígenas, como el zulú o el maorí. Y si de la letra pasamos a la música, la misma directora se propone remplazar algunos fragmentos por
Pretende remplazar fragmentos de la Novena por aires “más modernos” y marchosos, como el jazz o el rap
aires “más modernos” y marchosos, como el jazz o el rap (¡sí, el rap!).
Pero Marin Alsop no es la única que está dispuesta a cometer tales villanías. Alguien como el famoso director venezolano Gustavo Dudamel llegó a perpetrar, al frente de la Filarmónica de Los Ángeles, una puesta en escena de Fidelio, la gran ópera de Beethoven, con el Coro Manos Blancos, el cual tenía una particularidad: estaba compuesto de jóvenes… con dificultades auditivas (vulgo, sordos). Por su parte, los actores sordos Amelia Hensley, Josh Castille, Russell Harvard, Indie Robinson y Gregor Lopes interpretaban el libreto… en el lenguaje de señas. Como comentaba con entusiasmo El País, “la audiencia no podía evitar sentirse excluida, como muchas veces se siente la población sorda en un mundo pensado para los oyentes”.
Tal vez los oyentes tengan que acabar escuchando algún día una versión de Fidelio dirigida por el mismo Duhamel e interpretada por un coro y unos cantantes con dificultades orales (vulgo, mudos).
La Oda a la alegría, en alemán y no en zulú o maorí, bajo la batuta de Herbert Von Karajan
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