Al leer el artículo que seguidamente ofrecemos —acaba de salir en El Mundo—, uno no puede dejar de exclamar: Pero ¡por Dios! ¿Dónde están los grandes autores progresistas e izquierdistas que se supone copan las filas del arte y de las letras? ¡Cómo hemos podido comulgar con tales ruedas de molino! ¡Imbéciles! Hay, es cierto, algunos grandes autores de izquierdas en el conjunto de la literatura universal (y cuando sus méritos literarios son tales, merecen desde luego todos los respetos).
Pero, para empezar, no es en la obra de la mayoría de ellos —como ocurre, por el contrario, en el caso de un Donoso, de un Joseph de Maistre, de un Baudelaire, de un Nietzsche, de un Céline, de un Cioran, de un Cela, de un Drieu de la Rochelle, de un Gómez Dávila.... — donde laten sus ideas a favor del progreso y la igualdad. Salvo en algún que otro poema a la gloria de Stalin o del comunismo, su izquierdismo es añadido, agregado, impostado: «superestructural», por utilizar su lenguaje.
Y, además, ¿dónde están, cuántos son? Busquémoslos. Si dejamos de lado los grandes autores de la Ilustración, el panorama es patético. Apuntemos nombres como los surrealistas franceses (Breton, Aragon...). Agreguemos, en el ámbito hispánico, el de un Alberti y —por más que duela— el de un Antonio Machado (no, Lorca no era de izquierdas; ¡ah, si aquel maldito carca de Granada no lo hubiera matado!...; la Generación del 27 no era de izquierdas; tampoco de derechas, es cierto; pero no os la apropiéis, ¡tramposos!). Crucemos ahora el charco y añadamos nombres ante los que uno se quita el sombrero y se inclina, como los de Neruda, Alejo Carpentier o García Márquez (este último, ejemplo máximo de izquierdismo «superestructural» o de boquilla, que nada tiene que ver con su obra).
Total, nada. Cuatro gatos. Salvo que el ridículo maricomplejismo de derechas les pone la victoria en bandeja de plata y lo presenta como si la izquierda encarnara lo mejor, lo más hondo, lo más propio de la creación literaria de la modernidad.
Para cercioraros de lo contrario, os invitamos, amigos, a leer el artículo del que hablaba. Como complemento, ahí van también las reflexiones que el reaccionario escritor José Manjón, un buen amigo de esta casa, ha efectuado dialogando con Guillermo Mas Arellano en su canal de YouTube.
Ernesto Hernández Busto:
«El escritor reaccionario nos muestra
el lado oculto del progreso»
Entrevista realizada por Iñaki Ellakuría
Escritor, periodista y traductor cubano, exiliado en España desde 1999 y afincado en Barcelona, Ernesto Hernández Busto aborda en Mito y revuelta. Fisonomías del escritor reaccionario (Turner), una edición ampliada y actualizada del libro que ganó en 2004 el premio de ensayo Casa América: el retrato colectivo de una serie de escritores del periodo de entreguerras, como Ernst Jünger, Ezra Pound, Ernesto Giménez Caballero o Louis-Ferdinand Céline, plumas malditas, reaccionarias, antimodernas y en muchos casos idolatradas, que a su juicio perfilan al «intelectual de derechas» en Europa.
Usted sostiene que se puede hablar de una literatura de derechas...
Como modelo literario o estilístico el espectro es demasiado amplio para reducirlo a esa definición: un escritor como Ezra Pound, por ejemplo, tiene poco que ver con otro como Montherlant. En cambio, como modelo intelectual sí hay elementos comunes que nos permiten hablar del escritor de derechas. Cada uno de los autores que aparecen en este libro se proyecta como el fragmento de un modelo mayor, que serviría para definir al intelectual reaccionario.
¿Qué les caracteriza?
Es alguien que no cree en el progreso, que exalta el mito, que tiene una relación compleja con el pasado y con su propio tiempo. Eso lo explica muy bien Antoine Compagnon en Los antimodernos (Acantilado), donde viene a decir en pocas palabras que los escritores franceses del siglo XIX y del periodo de entreguerras, como Baudelaire, Bloy o Péguy, son más modernos que aquellos que habitualmente calificamos de artistas modernos. Porque son autores que conocen bien la revolución y enseñan el lado oculto del supuesto progreso. Citando a Thibaudet, Compagnon afirma que durante la Tercera República francesa, ese momento en que Francia se moderniza políticamente, el impulso conservador se trasvasa de la política a la literatura, con los dos ángeles tutelares de la derecha que son Chateaubriand y De Maistre. De 1870 a 1940 casi la totalidad de los escritores importantes de Francia fueron conservadores, reaccionarios, anti progreso. La gran aportación y lucidez del autor reaccionario es demostrar como la revolución puede convertirse en su contrario.
¿Un paradigma intelectual que perdura hasta hoy?
El caso Dreyfus lo puso en cuestión, hizo que el intelectual surgiese como un héroe anti-derechas y esa idea perdura hasta nuestros días. En las últimas décadas ha cambiado un poco el panorama. Por ejemplo, el modelo de intelectual español era alguien como Semprún o Alberti, pero ahora se presta mucha más atención a escritores que no militaron en el anti franquismo. Hay un libro fundamental, que cambió la percepción de la literatura española en ese sentido, que es Las armas y las letras, de Andrés Trapiello. Un ensayo que modifica la comprensión literaria en España. Aunque todavía se lee poco a Ruano, Sánchez Mazas o Foxá, escritores que sí leyeron a los antimodernos y que, como ellos, no quisieron abandonar la Tradición.
Usted, entre estos autores españoles, escoge en su libro a Ernesto Giménez Caballero...
Me llamó la atención su lado camp. Ese lado excéntrico que solo podía aportar la vanguardia: pese a ser la encarnación misma del facha tuvo también un papel fundamental en la vanguardia artística. Fue un renovador de la cultura española de entreguerras. La escritura de Giménez Caballero en algunos libros es absolutamente experimental, comparable por momentos a Breton o a los futuristas. Era un perfecto oportunista, con gran talento para captar el espíritu de la época. Además, es muy divertido, irresistiblemente cómico.
En su ensayo, usted afirma que el antisemitismo es una característica común de los escritores reaccionarios...
Es un elemento común entre escritores de distintos países, abarca al ruso Vasili Rózanov, poco conocido en España, o al Céline de los panfletos, o al mexicano Vasconcelos. El judío caracterizaba ciertas incomodidades, la necesidad de sacrificar, como figura expiatoria, a una representación del desarraigo. Pero hay algo más. Céline llega en algún momento a decir que él es "el judío de los judíos". Todos tienen en el fondo una relación de amor-odio con el sustrato judío de la cultura europea.
Crisis de valores, miedo al progreso desbocado, nostalgia del pasado... Ingredientes todos ellos que nos recuerda al momento actual. ¿Estamos ante un presente reaccionario?
Absolutamente. Lo curioso es que de la misma manera que la Reacción se desplazó de la política a la literatura, ahora lo reaccionario ha regresado de nuevo a la política con el populismo de derechas. Ahí tenemos a Putin y sus pensadores de cabecera como Alexander Duguin o Iván Ilyin, que hablan de la pérdida de valores de Occidente y evocan de nuevo el viejo fantasma euroasiático que detendría esta decadencia a través de una gran revuelta. Y no pasa solo en Rusia. Una de las referencias de Steve Bannon, antiguo ideólogo de Donald Trump, es Julius Evola. Tanto Duguin como Evola hablan de un Occidente en crisis y de una gran revuelta inevitable.
¿Por qué ese nuevo título, qué es lo que hay entre el mito y la revuelta?
Es una reflexión sobre el tiempo. La gran pregunta del intelectual moderno, sea de izquierdas o derechas, es la pregunta por la libertad. Al desconfiar del progreso, surge la cuestión de si quedar presos de la temporalidad cíclica del mito o aspirar a la revuelta que nos devuelva la libertad en un mundo condicionado.
¿Qué autores actuales definiría como reaccionarios?
Pese a no encajar en el modelo cronológico del libro, tuve la tentación de agregar al italiano Roberto Calasso. Es un escritor fundamental porque ha resumido y editado a estos autores considerados "malditos" durante mucho tiempo. Analiza el mito y pone en cuestión el progreso de nuestra sociedad secular, acelerada y logarítmica. Luego esta Houellebecq, que trabaja sobre un terreno abonado por Huysmans o Baudelaire. Sus novelas se colocan fuera de la zona de confort intelectual, popularizando cierto nihilismo. Francia parece, en ese sentido, otro mundo. Sin ir más lejos, el mes pasado, por ejemplo, Guerre, el nuevo inédito de Céline, agotó una primera edición de 80 mil ejemplares.
Conversación con el escritor
reaccionario José Manjón
Y si os interesa más literatura reaccionaria,
aquí tenéis la novela de Javier R. Portella,
ofrecida junto con un libro de obsequio para
los reaccionarios lectores de EL MANIFIESTO
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