Nunca se ha visto nada igual. Hace unos días, la Guardia Civil detenía en Barcelona a nueve terroristas pertenecientes a los CDR (los Comités ultraviolentos para la Defensa de la República Catalana, creados por la CUP, el partido independentista de la izquierda radical). Había en su casa suficientes explosivos para hacer explotar varios edificios cuando se publicara la sentencia del Tribunal Supremo contra los políticos presos por el golpe de Estado de 2017.
¿Ha condenado el gobierno catalán, así sea con la boca chica, semejante preparación para el terror? No. Quim Torra, el presidente de la Generalidad, incluso expresó su simpatía por “los jóvenes patriotas arrestados” y pidió su liberación. Tiene sentido: las escuchas telefónicas de la policía indican la existencia de conversaciones entre Quim Torra y algunos de estos valientes chicos.
Salvo Vox, nadie en España, ni la fiscalía ni los partidos liberales de derecha (ya no hablemos de los partidos de izquierdas), ha pedido, sin embargo, la detención de Quim Torra y la declaración del estado de excepción en Cataluña.
Durante toda esta última semana, Barcelona y las otras tres grandes ciudades catalanas han sufrido disturbios de una violencia sin precedentes. Ya ha habido el primer muerto: un ciudadano francés que, durante la ocupación del aeropuerto de Barcelona, falleció por un infarto después de haber tenido que llevar sus maletas a pie durante cinco kilómetros y después de que la ambulancia que intentaba rescatarlo fuera bloqueada por los manifestantes.
Unos manifestantes que el pasado viernes volvieron a cortar las carreteras. Procedentes de toda Cataluña, descendieron sobre Barcelona. ¿Quién estaba al frente? El propio Quim Torra, acompañado por varios miembros de su gobierno.
Después... Después Barcelona volvía a arder. Se alzaron y ardieron las barricadas de cada día. Los contenedores de basura, que la izquierdista alcaldesa de Barcelona nunca pensó retirar de antemano, volvieron a ser incendiados cuantos más mejor (más de mil desde el comienzo de los disturbios).
Los inmigrantes del Magreb han sido ampliamente acogidos en Cataluña a expensas de los latinos (rechazados por hablar español).
A diferencia de otras ocasiones, los Mossos d'Esquadra intervinieron esta vez contra los violentos. Pero suave, débilmente. Sólo lo suficiente para que no asaltasen e incendiasen edificios. ¿Quiénes son esos comandos ultraviolentos? Son jóvenes o hasta muy jóvenes activistas de la CUP, el partido revolucionario de extrema izquierda cuyos diputados, si aún no forman parte del gobierno catalán, lo apoyan con sus votos. Son la punta de lanza de este independentismo ni una sola de cuyas voces se ha alzado para condenar realmente la violencia. Todo lo que se ha oído, y sólo por la forma, son los sempiternos llamamientos a la calma y a “manifestarse pacíficamente”. Hagan ustedes el favor.
Chovinista y nacionalista a muerte, el independentismo catalán es al mismo tiempo el más mundialista, individualista y “libertaro-izquierdista” que se pueda imaginar. No por nada, en efecto, le llegan los fondos de la Open Society de Soros, como informaron, entre muchos otros periódicos, OkDiario y ConfiDiario. No por nada los inmigrantes del Magreb han sido ampliamente acogidos en Cataluña a expensas de los latinos (rechazados por hablar español): bien presentes estaban ayer en las calles de Barcelona.
Este es el lado descaradamente izquierdista del secesionismo catalán. El de los vándalos que no sólo quieren romper España. Quieren romperlo todo, incluida esa misma burguesía catalana que, con la complacencia de todas las fuerzas del Régimen creado en España en 1976, ha alimentado desde entonces al monstruo.
Un monstruo —pero la burguesía catalana aún no se ha enterado: en 1936 tampoco se enteró hasta que empezaron a matarlos— que amenaza con acabar devorándola también a ella.
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