Por supuesto, Vox no puede ser para siempre lo que ha sido hasta ahora: el almacén de votos a la derecha del centro-progresismo pepero, útil solamente para que el PP gobierne en algunas comunidades y muchos ayuntamientos sin que la izquierda le moleste demasiado; un partido muleta de la mayoría que vota a los de Feijóo y Ayuso. Así no van a ninguna parte, y lo saben. Las elecciones en Francia les han enseñado algo importante —también lo saben—: tener vocación de mayoría significa ocupar todo el espacio de la derecha, como han hecho Le Pen y RN. Lo demás son simulacros. Mejor en la oposición que convidado de piedra mientras por arriba hacen y deshacen. Mejor solos.
Estar sólo radicaliza. Aspirar a la mayoría desradicaliza , baja a tierra los maximalismos y propone golpes de realidad —de política, no de doctrina—, a quien quiera salir adelante en las urnas. Que Vox emprenda el camino de la sectarización o se abra sin complejos ni vértigo a la posibilidad de ser alternativa, ya depende de cómo se tomen ellos mismos el nuevo panorama. De momento han hecho algo bueno: mejor solos que mal acompañados. Y el futuro no tiene dueño, sépanlo quienes hoy miran a los de Abascal entre el reproche y la condescendencia. Para influir en la gobernanza de comunidades autónomas, y en la de España, no es obligatorio estar en coalición con nadie. Pregunten a los de Puigdemont qué tal llevan su política de minoría absolutísima en el parlamento.