Cuando me quedé en el paro, en 2009, no me escribisteis para ver cómo estaba, qué tal me iba, interesaros por si encontraba empleo o qué… Nada: “ahí te pudras”. Y cuando por motivos de trabajo he tenido que cambiar de domicilio y las he pasado canutas buscando un alquiler razonable, y cuando las pasé más que canutas durante la pandemia, y cuando estaba peor que de rodillas esperando una devolución de hacienda que se demoraba ocho meses, y para qué seguir; en los momentos malos no estabais ni os acordabais de mí, en los buenos tampoco —cosa que en el fondo se agradece—, y en general siempre habéis estado ausentes, ahí lejos tan arriba en vuestras mansiones del olvido y el desdén.
De los políticos nunca he tenido noticias, pero sí de la administración del Estado que ellos dirigen y gestionan. Demasiadas para mi gusto. Para joder en casi todas las ocasiones. Yo no sé quién les ha convencido de que la burocracia es antipática pero ellos son el no va más de la bonhomía y la campechanía. O están tontos o están convencidos de que los demás somos idiotas. Tan convencidos que ahora me escriben cada dos por tres en plan franco y sincero, como si cada mañana nos encontrásemos haciendo la compra en el mismo supermercado y, bueno, hubiese confianza. Desde abril del año pasado, con la excusa de cuatro convocatorias electorales, me habrán escrito unas doscientas cartas, incluida la de amor a Begonchu, que fue la guinda. En todas me hablan con afecto, me consideran consideradísimo, me aseguran que son buena gente y que lo van a hacer todo muy bien y con inmejorable intención para que los asuntos de lo público marchen como la seda, en España y en Europa, y en el mundo ya de paso. Y tal y pascual. Y a buenas horas, amiguites. A buenas horas.
Mira, de mala hostia lo digo: lo que el cuerpo me pide es no votar en los comicios del 9-J, pero he decidido al final poner mi voto donde más fastidie, donde caiga sal sobre la pupa; donde me tienen advertido que no lo ponga no vaya a ser que. Ahí mismo, por incordiar.
De correos vengo concretamente, de eso mismo: de votar. Donde más les duela.
PS./ A las pocas horas de publicarse este artículo, nuestro presidente ha dirigido a la ciudadanía otra epístola begoña, en la que dice esto y lo otro y lo siempre: que la derecha es mala y su esposa una santa matrona. Definitivamente, cuando un tonto da con un habal se queda en el habal hasta que se acaban las habas, y cuando un político da con un método que más o menos le funciona, lo repite hasta hacerse cansino como Chávez con su Haló Presidente. Y de verdad: no me escribas más, cariño, que ya he puesto mi voto en manos del cartero y a ti no te ha tocado. Ni a los tuyos. Si quiere te escribo yo una carta y te cuento por qué.