Lo de Isabel García, directora del Instituto de las Mujeres e Igualdad que ha aprovechado su cargo para conseguir no menos de 64 contratos de ayuntamientos socialistas, todo a mayor lucimiento económico de su pareja y de ella misma, ni es un caso aislado ni tiene nada de extraordinario; diríamos que es de plena lógica y total coherencia con la perspectiva progre 3.0 del asunto: el feminismo y la violencia de género son su manera de ganarse la vida. Su negocio.
Once mujeres y dos niños han sido asesinados desde el 21 de junio. El fracaso de las políticas preventivas desarrolladas hasta la fecha se manifiesta de tal magnitud que el mismito presidente del gobierno ha quedado como en shock, pasmado, abducido también por otras preocupaciones que deben de parecerle más importantes, como por ejemplo ponerse a legislar para que su familia se libre de los escándalos de corrupción; seguramente el fútbol también ha ocupado su atención preferencial, sobre todo desde que un jugador le estrechó la mano en Moncloa como si tirase a una papelera la bolsita con los excrementos del perro. Dos tweets ha dedicado Pedronchu al tremendo asunto de los femicidios, enviando condolencias —que son gratis— y prometiendo que hará y tal y cual. Las feministas al uso, las más o menos normales, están que trinan con el jefe: ¿dónde fueron los miles de millones de euros destinados a los Ministerios de Igualdad e Interior para combatir la lacra de la “violencia machista”? Después de tanta campaña y tanta concienciación de la plebe y tanto chiringuito y tanta alharaca, la realidad defenestra a la teoría: estamos peor que hace diez años, bastante peor que hace veinte. Las élites charocráticas se rasgan las vestiduras: ¿cómo es posible este sindiós y dónde están los dinerales gastados en la batalla del humo contra la piedra?
Yo se lo aclaro, señoras: mientras el feminismo sea un modo de vida y una empresa con la que lucrarse, entre el setenta y el ochenta por ciento de los medios disponibles se emplearán en nutrir la bolsa de publicistas, ONGs, “voluntarias”, funcionarios, expertas, expertos, puntos violeta, observatorios, oficinas asistenciales, coros y danzas y otros agujeros negros de la economía subsidiada. Mientras la lucha contra la “violencia de género” sea un oficio para vanguardias iluminadas, habrá violencia de género y de la que haga falta. Y ya saben, cuando un mercado es próspero tiende a ampliarse, como las cifras y las estadísticas mortales. Las víctimas crecen en proporción aritmética a los ingresos y bienestar financiero de quienes deberían velar por ellas. Ésa es una realidad. La siguiente realidad es que todos los crímenes —todos— son multifactoriales. Mientras el machismo y la violencia machista sean los únicos culpables, sin que los implicados en combatir la lacra asesina analicen nunca su responsabilidad en el fenómeno, habrá más víctimas. Cada vez más.
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