La mejor ley de prensa es la que no existe

El gran bulo

No deja de tener grave acento paradójico, como exponente de los tiempos de ignominia que vivimos, la excusa que el gobierno y su príncipe andan buscando para amordazar a los medios que no los abanican.

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En el bien nunca hay exceso, decía el clásico. Por eso la izquierda, que es el bien purísimo, nunca tiene suficientes lamentos ni histerias, nunca suficientes campañas de doctrina en esto y en lo otro, nunca bastante propaganda, nunca se pasa de agitación y sed de justicia, nunca dicta demasiadas leyes que nos regulen, nunca se da al exceso de alerta y censura, y por eso mismo andan tramando una ley de “regeneración democrática” —eso dicen sin descomponerse, sin que les tiemble la ceja—, que ponga coto a los bulos que últimamente los acosan y los cercan. Eso dicen, claro, y mienten como es debido, como manda el método. El único bulo, muy extendido por cierto, es que diseñan una ley antibulos para librar a la ciudadanía de las noticias falsas cuando la realidad y la verdad —esa cosa improbable en estos tiempos: la verdad—, la escandalosa verdad es que necesitan una ley para librar al presidente de las investigaciones periodísticas y judiciales sobre su querida esposa, también sobre su pintoresco hermano, dos individuos macbethianos que un día decidieron enriquecerse en la sombra junto al gran líder, siguiendo su estela, pero a quienes los periódicos y los jueces han expuesto bajo la luz incordiosa de la opinión pública, asomándolos al espejo de sí mismos como ejemplos desmoralizantes del trasfondo de su partido y correligionarios, allegados, abrevados y estipendiados.

No deja de tener grave acento paradójico, como exponente de los tiempos de ignominia que vivimos, la excusa que el gobierno y su príncipe andan buscando para amordazar a los medios que no los abanican. Van a luchar contra la mentira desde la trama insólita de una mentira monumental, van a luchar por la prensa libre y veraz desde el aliento envenenado de la prensa mercenaria y mendaz. En tiempos del Caudillo, cuando se aprobó la ley de prensa en 1966, los periodistas demócratas decían que la mejor ley de prensa es la que no existe. De pura lógica: una ley reguladora del derecho de expresión sólo puede tener un objetivo: limitar la libertad de expresión. La popular wikipedia afirma a día de hoy que “En el periodo democrático de los reinados de Juan Carlos I y Felipe VI no existen leyes de prensa porque la libertad de expresión está reconocida y garantizada en el texto constitucional de 1978”; maravillosa bondad que ya veremos cuánto dura.

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