En un momento de 1984, la gran novela de Orwell, alguien (cito de memoria) dice una frase que se me ha quedado grabada: “Nunca, absolutamente nunca se te ocurra fiarte de esta gente”.
Haberse olvidado de ello, haberse fiado del movimiento izquierdista 5 Stelle con el que ha compartido un año de gobierno, les acaba de costar a Matteo Salvini y a la Lega dejar de impulsar (esperemos que sólo sea por un corto plazo) la gran esperanza que encarnaban, para Italia y para el mundo, frente a la invasión inmigratoria, la ideología de género y demás perversiones de la política globalista promovida por la oligarquía mundial y de la UE en particular.
Pocas veces —ninguna, que yo recuerde— se habrá visto un “cambio de chaqueta”, o hablando en plata: una traición… a sus propios principios tan brutal como la efectuada por el Movimiento 5 Stelle (M5S). Después de haber considerado —con sobrada razón— al partido denominado Democrático (PD) del exprimer ministro Matteo Renzi como la encarnación de todos los males del Sistema (calificativos obviamente devueltos por éstos a aquéllos), el M5S acaba de decidir aliarse con el PD a fin de mantenerse en el poder y evitar que su representación parlamentaria, si tuviera que enfrentarse a las nuevas elecciones que pretendía Salvini, caiga del 30 al 15%, según auguran todas las encuestas y ha quedado patente en las últimas elecciones regionales y europeas. Por poner un ejemplo: lo sucedido en Italia es más o menos como si Podemos se aliara con el PP para conseguir llegar a la Moncloa…
Al hacer caer voluntariamente el gobierno Lega-M5S, Salvini ha calibrado mal, sin duda, la jugada. Olvidándose del consejo de Orwell, no debió de imaginarse un solo instante que los “grillinos”, como se denomina a los partidarios del fundador del movimiento, el cómico Beppe Grillo, fueran capaces de pactar con quienes eran hasta ayer sus más acérrimos enemigos. Pero era esto o ir a nuevas elecciones, en las cuales habrían perdido casi con toda seguridad sus actuales prebendas. Y, oiga usted, entre perder el poder o perder los principios y la dignidad, los izquierdistas del M5S no han dudado un solo instante.
Entre perder el poder o perder los principios y la dignidad, los izquierdistas del movimiento Cinque Stelle no han dudado un instante.
El problema es que, además de la dignidad, también pueden acabar perdiendo el poder. Ya en las próximas semanas se celebrarán en Italia un gran número de elecciones regionales. Y si antes de echarse en brazos del partido más descaradamente europeísta e inmigracionista, las encuestas ya les auguraban una debacle, imagínense ahora… Sólo les queda una esperanza, bien débil, es cierto: hacer durar lo máximo posible la alianza que acaban de pactar, de modo que, cuando haya nuevas elecciones generales, el pueblo italiano, al que ahora han burlado miserablemente, se haya olvidado algo de la burla.
Lecciones que sacar
Hasta aquí los hechos. Unos hechos de capital importancia, no sólo para Italia, sino para toda Europa, inmersos como estamos todos en los mismos desafíos. Lo que se ha derrumbado con el gobierno Salvini no es sólo la única política antiglobalista y antiinmigracionista que hasta ahora se había emprendido en Europa occidental. Lo que también ha quedado en entredicho es la posibilidad misma —defendida por pensadores tan importantes como, por ejemplo, el italiano Diego Fusaro— de que las fuerzas populistas de derechas, dando al traste con la división entre derechas e izquierdas, se unan con las fuerzas populistas de izquierdas constituyendo una especie de frente común antiglobalista.
En realidad, el M5S italiano era hasta ahora la única fuerza que, dentro de la izquierda radical europea, parecía no asumir (o sólo asumía muy tangencialmente) los principios liberal-libertarios que abrazan las demás corrientes izquierdistas (desde la griega Syriza hasta La France insoumise de Jean-Luc Mélenchon, pasando por nuestros bien conocidos y queridos podemitas). Los “grillinos” italianos eran los únicos que parecían salirse de la charca liberal-libertaria en la que chapotean todos los demás. Ya vemos en qué ha acabado la cosa.
¿Significa ello que la división “derecha-izquierda” sigue tan vigente como siempre? ¿Significa ello que habría que desmentir a los diversos e importantes pensadores (desde el ruso Alexander Dugin hasta el francés Alain de Benoist pasando por el ya citado Diego Fusaro) que hablan del fin de dicha división? No exactamente.
La división “derecha-izquierda” sigue siendo un hecho central. Lo que ocurre es que se han desplazado considerablemente los mojones que delimitan la frontera.
La división “derecha-izquierda” sigue siendo un hecho central de nuestra vida política y social. Lo que ocurre es que se han desplazado considerablemente los mojones que delimitan la frontera. Desde izquierdistas radicales hasta conservadores liberales, pasando por socialistas y socialdemócratas, es ahí, entre ellos, donde han quedado casi disueltas las diferencias; es ahí donde se hace cada vez más difícil distinguir entre “derecha” e “izquierda”: todos ellos, con los obvios matices de rigor, chapotean en el fango de la visión materialista, globalista y liberal-libertaria del mundo.
Frente a ellos se alza la derecha populista o identitaria, la derecha patriótica, la derecha que sabe y proclama que el destino de los hombres pasa por su comunidad, su tradición y su historia. Es cierto que esta derecha —la única que merece tal nombre, la derecha de los Salvini, Le Pen, Abascal, Orban, Putin…— corre el riesgo, pese a su defensa del “iliberalismo”, de verse tentada por los cantos de sirena liberales que impregnan el aire del tiempo. Pero de lo que sí está bien preservada esta derecha es de verse contaminada por los principios libertarios (igualitarismo, ideología de género, Gran Sustitución…) que marcan al resto de las fuerzas políticas. Por ello, sin duda, ningún acercamiento se ha producido —y el único que había se acaba de romper— con las pretendidas “fuerzas populistas de izquierdas”.
La derecha —la única derecha— carece, es evidente, de fuerzas políticas con las que aliarse.[1] Ahora bien, ¿significa ello que las cuestiones sociales deban quedar excluidas de su combate? ¿Significa ello que la derecha no pueda o no deba adoptar determinadas políticas y principios socialistas (llamémoslos así) que tengan por fin contrarrestar el poder de la oligarquía? No, en absoluto. La cosa es perfectamente factible. Así lo demuestra, por lo demás, la propia experiencia histórica del pasado siglo XX.
[1] Otra cosa es que, para evitar males mayores (pese a todo aún quedan algunos matices dentro de la gran charca liberal-libertaria), se pueda dar el voto (tapándose la nariz) a determinados gobiernos, como Vox lo ha hecho, por ejemplo, en España. Pero a condición de hacerlo y de decirlo en tales términos y pasando acto seguido a la oposición.
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