Encuentro en Moscú entre Mateo Salvini y Aleksandr Dugin

El final de la 'hipótesis Dugin' y las lecciones que nos está enseñando Italia

Los cambios que están sucediéndose en Italia revelan tres aspectos esenciales de la política occidental: la 'hipótesis Dugin', el plan de Trump y la ceguera del globalismo liberal.

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Italia es un laboratorio de la política" es una expresión que se repite con mucha frecuencia últimamente, y quizá con razón, porque en el territorio transalpino han confluido tendencias muy significativas y los acontecimientos que se sucedan allí en los próximos meses tendrán una elevada carga simbólica.

El primer cambio del que hemos sido testigos ha sido de orden político-electoral. Hasta ahora, estábamos acostumbrados a partidos de izquierda y derecha, por así decir, sistémicos, que iban alternándose en el poder, con mayor o menor necesidad de formar coaliciones para gobernar con otras fuerzas, según el país. Después llegaron los populismos, de izquierda y de derecha, y empujaron a las sociedades hacia cambios sustanciales en sus ofertas electorales. En Francia e Italia formaciones como En Marcha, Rassemblement Français, Lega Nord o Cinque Stelle, sustituyeron a los partidos tradicionales, en Grecia Tsipras terminó con el Partido Socialista y las transformaciones electorales en Europa del Este fueron notables; pero también en países en los que las grandes formaciones conservan su tirón las cosas han cambiado de manera sustancial: en el Reino Unido el UKIP arrastró al partido conservador hacia el Brexit y en EEUU Trump venció tanto al 'establishment' del partido republicano como al del demócrata para ser presidente.

El "filósofo favorito de Putin"

En todos estos casos, las líneas políticas estaban más o menos claras, y la diferencia entre izquierda y derecha estaba más o menos marcada, de forma que los partidos, en este nuevo escenario más fragmentado, solían trazar alianzas, como en España, con formaciones de su espectro ideológico.

Italia es la principal excepción a esa regla, ya que el gobierno presidido por Conte ha sido posible gracias a la alianza entre un partido de extrema derecha, como la Lega Nord y otro populista, Cinque Stelle, cuya orientación política, por ejemplo en asuntos sociales, es claramente distinta del de Salvini. Por así decir, los populismos de derecha y de izquierda se unieron para gobernar el país.

Esto es bastante más significativo de lo que parece, como bien explica Aleksandr Dugin, un teórico de las relaciones internacionales que ha sido denominado el "filósofo favorito de Putin" o el "cerebro de Putin", y cuyas ideas sobre geopolítica son muy apreciadas en el entorno militar de Moscú y cuya 'Cuarta Teoría Política' también ha tenido traducción para los países de la UE, e Italia ha sido un buen ejemplo, aunque en general sus visiones no hayan sobrepasado ámbitos ideológicos muy reducidos.

"El plan B de los globalistas"

Para Dugin, el eje político dominante no es el de la izquierda y derecha, sino el que coloca en un lado al orden liberal reinante y al otro a quienes quieren recuperar la identidad, la soberanía y la prosperidad económica para sus países. Su posición, además, es peculiar, porque no opta por una Europa rota, fragmentada en naciones, lo cual "no es otra cosa que el plan B de los globalistas", sino por un continente fuerte, unido y con un ejército común sólido ("los países europeos son demasiado débiles para defender su soberanía por sí solos, necesitan alianzas", asegura en la revista de extrema derecha 'La emboscadura'), aunque con un reparto de poder alejado del de la actual UE y, por supuesto, con una Europa más cercana a Rusia.

Desde su perspectiva, la opción ganadora, aquella que podría representar el partido populista total, sería aquella que se opusiera al liberalismo y defendiera los valores, las identidades y la tradición, pero también la justicia social; aquella que apostara por el pueblo y la comunidad, "no por el nacionalismo xenófobo racista y etnocéntrico", pero también por su bienestar material, algo que entiende imposible desde el capitalismo global y liberal. Ese partido no existe en Europa; quizá cuando Florian Philippot estuvo al lado de Marine Le Pen pudo esbozarse algo de esa opción política, pero el antiguo Frente Nacional está ya lejos de aquellas aventuras.

Sin embargo, apareció una excepción que sí respondía a esa idea, Italia, porque allí se produjo la alianza entre un partido identitario y de derechas, la Lega, y otro populista y con el acento puesto en elementos sociales, como 5 Stelle. Aquello era el triunfo de la 'hipótesis Dugin', a través de un camino diferente, otro modo de llegar al partido populista integral. Como asegura en una entrevista publicada en la revista de extrema derecha 'La emboscadura', la unión entre Salvini y Di Maio era la precursora de cambios radicales en el curso de Europa Occidental, porque esa fórmula podía y debía extenderse: el objetivo era fomentar esas uniones en otros países de Europa, de modo que Vox y Podemos, Aufstehen y Alternativa para Alemania, los conservadores tradicionalistas británicos y Corbyn debían profundizar en aquello que les unía, "porque mientras estén separados, los liberales siempre vencerán".

Liberarse de la nostalgia

Es obvio que la 'hipótesis Dugin' tenía un recorrido muy limitado, ya que era prácticamente imposible en muchos territorios, y España es el mejor ejemplo, pero como la Historia no es estática, su esperanza era que en un futuro próximo pudieran aparecer partidos nuevos (o que los populismos existentes modificasen su perspectiva), que se liberasen de los elementos nostálgicos y entendieran cuál es el nuevo momento político. La hostilidad con la que fueron recibidas en España las ideasde Diego Fusaro tenía mucho que ver con esto.

La ruptura entre Salvini y Di Maio pone fin a esa teoría, ya que subraya cómo los elementos que les separan son muchos más que los que les unen. Sin embargo, que esta alianza se haya roto y que la hipótesis Dugin quede desacreditada no quiere decir que el liberalismo vaya ganando, y menos en lo que se refiere a Europa.

Aparece la geopolítica

Aquí es donde entra en juego el segundo aspecto que subraya Italia, el elemento geopolítico, con la guerra comercial desatada entre EEUU y China, las dos grandes potencias contemporáneas. El gobierno de Trump, en ese escenario, está presionando para debilitar a la UE, y en especial a Alemania, de formas muy diferentes. No solo se trata de aranceles o sanciones, ni de la insistencia en que aporte más a la OTAN o en que no se desarrolle un ejército europeo, sino también a través de forzar un alejamiento de China.

Un buen ejemplo de la respuesta alemana a esa presión ha sido la entrevista que Arne Schönbohm, director de la Oficina Federal para la Seguridad de la Información, la agencia de defensa de la seguridad informática y de las comunicaciones del gobierno germano, concedió a 'Frankfurter Algemeine Zeitung'. En ella afirmaba sin reparos, respecto de los ataques estadounidenses a Huawei, que no importa que los componentes vengan de China o Suecia: "Si la confianza política fuera la base de nuestras decisiones de inversión, destruiríamos la base de nuestra prosperidad económica y la división internacional del trabajo", que es otro modo de decir que van a seguir comerciando con China sin reparos, algo importantísimo para la economía alemana. De hecho, la UE tiene a China como aliado en su intento de conservar el orden precedente a la llegada de Trump al poder. En la fecha de su nombramiento, el Foro de Davos fue inaugurado por Xi Jinping y su defensa a ultranza del liberalismo comercial.

En esa pugna entre unos y otros, el nacionalismo es un campo de batalla, como bien sabemos por el Brexit o por el Grupo de Visegrado. E Italia, en ese sentido, es un Estado crucial, por el peso de su economía, por su elevada deuda y porque una fuerte postura anti-UE en el país transalpino puede ser muy dañina para Bruselas. Y no debe olvidarse que cuando hablamos de Salvini, lo hacemos de la derecha estadounidense, de esa que no ha disimulado su intención de debilitar Europa al máximo. Salvini pertenece al mismo espacio que Bannon y Trump, y su triunfo es una muy mala señal para la Unión Europea.

Lo que viene es peor

A primeros de julio, una encuesta publicada por el 'Corriere della Sera' anticipaba que, si se produjeran elecciones, la Lega ganaría con el 36 % de los votos, y que llegaría a más del 50% gracias a su coalición con los ultraderechistas Fratelli d’Italia, otro partido ligado a Bannon, y con Berlusconi y su Forza Italia (7,1 %). Si los pronósticos se cumplieran, al frente de Italia estarían partidos de extrema derecha, muy hostiles a la UE y con lazos profundos con EEUU. Un gobierno de Salvini, liberado de los actuales socios, significaría un desafío muy grande, de modo que quienes celebran la ruptura con Di Maio quizá deberían rebajar su alborozo: lo que viene, si las encuestas acertasen, es bastante peor, porque se parece demasiado a lo que se vivió en Reino UnidoSustituir la 'hipótesis Dugin' por el plan de Trump y la derecha estadounidense no mejora nada las cosas.

El tercer elemento, el crucial

Hay un tercer elemento de análisis que aparece en la crisis italiana. La misma causa de la ruptura entre los dos partidos en el gobierno, por más que no sea otra cosa que una excusa para un Salvini que quiere todo el poder, es altamente simbólica. La Lega quería impulsar el tren de alta velocidad que unirá Turín y Lyon, y Cinque Stelle se negaba por entender que esa inversión debía ser dirigida hacia el sur de Italia, mucho más necesitado. El partido de Di Maio tiene muchos más votantes en esas zonas que Salvini, por lo que también tenía algo de escenificación para preservar su electorado de cara a los próximos comicios, pero la decisión italiana de invertir en las zonas más ricas en lugar de en las más pobres es muy significativa.

Para comprender toda su dimensión, debe partirse de un punto a menudo obviado, como es que todas estas transformaciones provienen de la ruptura no radical pero sí continua con el orden conocido como globalización. El nuevo reparto de fuerzas internacionales y los intereses diferentes de las grandes potencias no solo está produciendo transformaciones por arriba. No puede olvidarse que todos estos cambios requieren de la presencia de instituciones y de políticos que los instigan y eso supone transformaciones ideológicas y electorales. Los partidos que están promoviendo el fin de la globalización y el regreso a la geopolítica han tenido características ideológicas muy similares: Trump en EEUU, Farage y Johnson en el Reino Unido, Orbán en Hungría, Modi en India, Netanyahu en Israel, Bolsonaro en Brasil, Salvini en Italia o Erdogán en Turquía, por citar unos cuantos.

"El mundo nos roba"

En Occidente, estos partidos han basado su oferta electoral en una mezcla peculiar, ya que sus valores eran de extrema derecha, ligados al nacionalismo, la lucha contra la inmigración, la defensa de los valores patrios y al combate contra las costumbres liberales, al tiempo que sumaban, y tanto el Brexit, como Trump o Salvini son producto de esta tendencia, una defensa de los perdedores a través del rechazo de la globalización. Su gran baza era la pelea contra un orden mundial injusto en el que eran sus nacionales quienes pagaban la factura: "El mundo nos roba", como aseguraba Trump, "La UE llena el país de emigrantes", como se decía en el Reino Unido o "Bruselas nos roba", como afirman los italianos. La idea de fondo era que se iba a pelear contra ese enemigo exterior (ya fueran los burócratas europeos, los de Washington, los emigrantes, los comunistas o todos ellos) a través de un mayor cierre nacional. De esta forma se recogerían beneficios (los que les estaban quitando) que irían a parar a los suyos, por ejemplo en forma de conservación de los puestos de trabajo, del fin de las deslocalizaciones o del reemplazo de los nacionales por los emigrantes en las empresas, así como de la preservación de las costumbres y tradiciones propias.

Lo que la experiencia nos señala es que está retórica no tiene relación con la realidad. EEUU, por ejemplo, puede tener un desempleo bajo, pero la desigualdad aumenta, alcanzando niveles insospechados. El giro nacional, y eso es lo que señalan también el caso italiano o el Brexit, no implica un cambio en el modelo económico, justo aquello que se combatía cuando se decía combatir la globalización, sino más al contrario, la profundización en el existente. En Europa estamos asistiendo al triunfo de una suerte de Tea Party (más neoliberalismo, más nacionalismo y más asuntos culturales) y eso son malas noticias para el conjunto de una sociedad que, como afirmaba Wolfgang Streeck, está cada vez más cerca de la 'hayekización'.

Solo con hacer lo correcto

Es justo ese escenario el que permitiría a Europa defenderse de los ataques que sufre, de Trump y Bannon, de la 'hipótesis Dugin', y de cualquier otra que se plantease, solo con hacer lo correcto. Como todos los imperios en declive, debería prestar especial atención a la fragilidad interna, ya que cuando la cohesión interior es grande, se resiste mucho mejor. En lugar de eso, la UE insiste en tomar medidas que hacen las desigualdades más profundas, tanto en el plano territorial como en el de clase, con las capas medias y trabajadoras como principales damnificadas, justo aquellas que, por ser mayoritarias, deciden con sus votos y abstenciones quiénes ganan y pierden elecciones.

Es aquí donde deberíamos leer más atentamente la 'hipótesis Dugin', para quien el partido populista total, el que tendría éxito, sería aquel que defendiera las identidades y la justicia social, ya que sin uno de los puntos fracasaría. Al globalismo le pasa igual: puede abogar por el liberalismo, las sociedades abiertas y demás, pero sin justicia social está condenado a seguir perdiendo pie. Pero en esas están, cohesionados alrededor del BCE y el FMI, haciendo como si nada hubiera pasado. La reacción alemana ha sido cerrar los ojos y el gobierno español, el que llegue, le seguirá.

En fin, se han buscado paralelismos con momentos históricos recientes para entender los cambios que estamos viviendo, y seguro que se pueden encontrar similitudes con épocas diferentes, pero en realidad nuestras instituciones cada vez se parecen más a las del imperio austrohúngaro en la época de su final, con ese desprecio por la realidad, su formalismo y su incapacidad para pensar de otra manera. De ahí sus grandes ideas, como subir el impuesto a la carne para frenar el cambio climático, y eso después de las revueltas del gasoil. Parece que es lo único que pueden ofrecer.

© ElConfidencial

 

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