Fóllate a tu perro. O a tu cerdo. Pero no lo penetres

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Lo ha decidido, comunica la agencia Reuters, el Tribunal Supremo de Canadá, ese país abanderado de la posmodernidad y cuyo presidente acaba de arrodillarse junto con otros etnomasoquistas para pedir perdón por ser blancos y occidentales.

Ahora es a los animales ante quienes deberán arrodillarse Mister Trudeau y compañía, pues los animalistas están que trinan con la reciente resolución del Tribunal Supremo de Canadá. Es curiosa esta indignación, y uno, francamente, ya no entiende nada. Pero, pero... Vamos a ver, ¡si es por el propio placer de los bichos (y de las bichas o bicharracas) por lo que los jueces han adoptado tan liberal y libérrima resolución! ¿Qué extraños resabios cisexistas y antropohegemónicos  anidan en estos animalistas que quisieran conculcar el derecho de los animales al placer y a la multiforme expresión de su libre erotismo? ¿Protestan acaso porque esos fieles aunque siempre sojuzgados amigos de los hombres (y de las mujeres) 

Sólo podrán gozar con felaciones, cunnilingus y masturbaciones con pezuñas sin que puedan llegar a la penetración

sólo podrán gozar mediante la práctica de felaciones, cunnilingus y masturbaciones con manos y pezuñas sin que puedan llegar a la penetración (no se sabe si sólo vaginal o también anal)?

Tal vez sea eso —el que no se permita la penetración, con lo que de algún modo se excluye así la posibilidad de constituir una familia antropomórfico-animal presidida por el amor— lo que ha molestado a los animalistas. Lo que en cualquier caso está claro es que, como dice don Hilarión en La Verbena de la Paloma, los tiempos cambian que es una barbaridad. Los tiempos cambian, se modifican radicalmente los ingredientes de la mezcla, pero la mezcla —un repugnante mejunje hecho de puritanismo y degeneración— sigue ahí.

Antaño era aquella degeneración en la que, en nombre del puritanismo, se castigaba con penas de infierno cualquier voluptuosidad entre humanos que no estuviera encaminada a la procreación. Hogaño es la degeneración entre humanos y bestias que se intenta paliar con la puritana exigencia de permitirlo todo, menos la penetración entre las bestias de naturaleza animal... y las de aspecto humano.

Ya lo decía Nietzsche: la tierra se ha vuelto pequeña, y sobre ella da saltos el último hombre que todo lo empequeñece. “Nosotros hemos inventado la felicidad”, dicen los últimos hombres, parpadean... y se tiran, pero, por favor, sin penetrarlo, a su perro. O a su perra.

 

 

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