En la localidad de Montargis una célebre e histórica farmacia fue incendiada durante los disturbios. Véanla antes y después de su destrucción.

Francia: las hordas islamistas e izquierdistas declaran la guerra civil

Desde el pasado martes, las turbas afro-islámicas, acompañadas de los colaboracionistas blancos de izquierdas, se han lanzado a la calle, empeñados en destruir a Francia.

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Nuestro titular es incomprensible para quien se limite a seguir la actualidad a través de los medios oficiales del Sistema. Sólo gracias a medios alternativos como el nuestro (o como al excelente canal de Twitter @herqles_es) puede uno enterarse de que el incendio que está arrasando a Francia no es una cuestión de meros desórdenes provocados por grupos de “jóvenes” de los suburbios: las famosas “banlieues” repletas de masas emigradas.

Desde hace cuatro días, cada noche sucede lo mismo: incendios de todo tipo y en particular de cientos de coches de los trabajadores franceses, ataques contra la policía y los bomberos (varias comisarías incendiadas), devastación de escuelas, alcaldías y bibliotecas, asalto de tiendas y almacenes, ataques contra la Iglesia (un sacerdote católico de 80 años, desnudado y apaleado; una iglesia evangélica destrozada), muertos y heridos (dos policías —de los que nadie habla— asesinados ayer junto con 300 de sus compañeros heridos). Y ello, no sólo en las “cités” de la banlieue donde la policía no se atreve ni a entrar, sino a lo largo y ancho de todo el país, desde la Marsella donde la implantación islámica es cada vez más fuerte hasta la nórdica Lille, pasando por supuesto por París.

Todo estalló, como siempre —como también ocurrió en EE. UU. con el Blacks Live Matter—, a raíz de la muerte en Nanterre de Nahel, un morito que a sus diecisiete años ya llevaba varias detenciones (oh, es cierto, sólo pequeños delitos, hurtos, tráfico de drogas, esas cosas, en fin). Cuando el pasado martes, en un control de tráfico, la policía detuvo el coche de alta gama que conducía pese a no tener carnet, Nahelito trató de huir arrollando a un policía, el cual disparó para defenderse y evitar ser atropellado... y lo mató.

Ahí empezó todo. Las turbas afro-islámicas, acompañadas de los colaboracionistas blancos de izquierdas, se lanzaron a la calle. Pero no se vayan ustedes a creer que lo que les mueve es un profundo sentimiento de pena por la muerte de uno de los suyos. Si dicha muerte ha sido obviamente la chispa que lo ha incendiado todo, no es ella la que los está llevando a saquear y devastar cuanto encuentran a su paso. No es con la pena estrujándote el corazón como se cometen tales desmanes. Sólo pueden saquear de esa manera quienes están movidos por un profundo odio hacia el mundo que los ha acogido y al que quisieran destruir. 

Por supuesto que este mundo merece ser destruido. Pero por razones diametralmente opuestas

Por supuesto que este mundo merece ser destruido. Pero por razones diametralmente opuestas a las que les mueven a ellos. Si nuestro mundo merece ser destruido, es para salvar, para engrandecer la civilización —nuestra civilización blanca y europea—. No para destruirla. No para implantar en su lugar las leyes del islam.

Resulta tanto más necesario acabar con semejante mundo cuanto que la blandenguería de sus gobernantes les impide actuar con la firmeza que se impone en ocasiones de excepción como la actual. «Es soberano quien decide en estado de excepción», decía Carl Schmitt. Pero hasta ahora Macron no se ha atrevido a decretar ningún estado de excepción, ni de alarma, ni toques de queda siquiera. Y ello cuando, en el momento de escribir estas líneas, estamos entrando en la cuarta noche de los desmanes más graves que Francia ha conocido desde la Comuna de París en 1871. Y Macron (aparte de prever seguramente un helicóptero que lo saque del Elíseo, como lo previó cuando los disturbios de los chalecos amarillos) se ha limitado a echar a sus policías y gendarmes como carnaza en manos de las turbas que los atacan. Creen él y los suyos que, con una regañina y unos amables golpecitos en la espalda, semejante gente se puede calmar, sosegar, ablandar. Ablandar —se imaginan— como los blandengues que tales dirigentes son.

El pueblo francés, aterrado y encerrado en sus casas, ve mientras tanto cómo la jauría incendia sus coches y sus edificios. Y el pueblo no hace nada. ¿Qué podría hacer? ¿Hacerse masacrar?

La intervención del ejército es deseada por el 70% de la población

Aparte de que su propia blandenguería le impide emprender cualquier acción de un mínimo riesgo, a quien corresponde enderezar las cosas no es al pueblo, sino a las fuerzas del orden. Incluido el ejército, cuya intervención, según una encuesta de la cadena de televisión C-News, es deseada por el 70% de la población.

Asunto distinto es que luego, cuando la normalidad vuelva a las calles (si vuelve), este mismo pueblo vote de nuevo a Macron y compañía. Capaz es de esto y de mucho más.

La encuesta de C-News: el 70% a favor y el 30% en contra
de hacer salir el ejército a la calle

 

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