Todo es blando, todo es leve, todo es ligero para él. O así lo quiere, así se lo imagina. Pero cuando la levedad se rompe y endurece, cuando un obstáculo viene a entorpecer el suave deslizarse de la máquina, cuando la muerte asoma al fin su nariz, entonces nuestro hombre palidece, se asusta, tiembla. Blandea, como manso en tablas, el hombre blandengue.
No siempre, sin embargo, ha sido así. No siempre los hombres han reaccionado así ante una epidemia. No, no hace falta remontarse al siglo XIV y a la terrible peste que acabó poco más o menos que con la mitad de la población europea. Quedémonos más cerca. En la mal denominada “gripe española”, con su 100 millones de muertos en todo el mundo y 200.000 en España. O quedémonos más cerca aún. En el año 1958, con su Gripe asiática y sus 1.100.000 muertos en todo el orbe, de los cuales sólo hubo 10.000 en España; o en la más reciente, la de 1968 (sí, el año aquel de un cierto mes de mayo), con la Gripe de Hong-Kong (¡diablos con los asiáticos!), que originó otro millón de muertos en todo el mundo y tan sólo 8.400 en nuestro país.
Y en ninguno de aquellos casos el mundo se paralizó y clausuró como ahora se ha paralizado y clausurado.
¿Perdón?... ¿Cómo decía usted? ¡Cuidado, mucho cuidado! ¿Dice usted que hubo dos pandemias que, gestionadas por la ominosa dictadura franquista, se saldaron con 10.000 y 8.400 muertos, mientras que durante la gestión del primer gobierno de progreso ya hemos llegado a los 28.752 muertos (cifras oficiales), y ello frente a un número mundial de fallecidos netamente inferior en el caso de la actual pandemia? Oiga, dar semejantes datos constituye un manifiesto delito de enaltecimiento de la Dictadura franquista, y si dicho delito aún no está tipificado penalmente, lo será tan pronto como se apruebe la Ley de Memoria Histórica. De modo que vaya usted con cuidado, con mucho cuidado.
Ah, es cierto, es cierto, no me había dado cuenta. Qué cosas. Disculpe usted.
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