El Bien, la Verdad y la Belleza

Compartir en:

«Demos gracias a nuestras madres y a nuestras abuelas que nos han enseñado a defender el Bien, la Verdad y la Belleza: los trascendentes del ser.» Con estas palabras pronunciadas en la madrileña plaza de Colón emprendía Santiago Abascal el mitin de cierre de la campaña electoral de Vox en Madrid.

«¿Qué?… Pero ¿qué dice este tío?», habrán exclamado todos, desde Podemos hasta el PP. «Vale con el Bien —habrán añadido—. Querrá decir el Bienestar económico. Pero ¿la Verdad, y sobre todo la Belleza? ¿Qué pinta la Belleza en un mitin electoral?». 

La Verdad, y sobre todo la Belleza. ¿Qué pinta la Belleza en un mitin electoral?

Nada pinta, en efecto, en un mitin al uso. Y aún menos pintan «los trascendentes del ser». «Los... ¿qué? —habrán añadido los mismos—. ¡Uy, uy, uy!… Tranquilos, es una cosa de filosofía —quizás les haya explicado el profesor Gabilondo—. Quiere decir algo que va más allá, que trasciende lo inmediato. Pero —habrán concluido— ¿y esto qué es? Jamás se había oído nada parecido en un mitin».

Nunca se habían oído, es cierto, palabras parecidas en un mitin de ningún partido. De ninguno de esos partidos que sólo les hablan a sus clientes de las mercancías —estropeadas en su mayoría— que les intentan endosar. Pero Vox es distinto, Vox es otra cosa. Y Vox, además de luchar por los objetivos políticos, culturales y económicos más candentes, tiene la misión y la obligación de ir más allá, más lejos (trascender se le llama a eso), esbozando como mínimo los principios básicos de lo que tiene ser un orden nuevo, un mundo distinto.

Un mundo en el que vuelva a imperar aquello que invocaban los griegos: kalòs kagathós —la conjunción simultánea de lo bueno y de lo bello— decían para significar lo que para ellos era y para nosotros tiene que ser —no, hoy no lo es— la expresión más alta de la existencia de los hombres en la tierra.

Porque si algo es nuestro mundo no es ni bueno ni bello. Práctico, eficiente (con todas los defectos que se quiera), eso sí lo es. Pero bello... Seamos claros: nuestro mundo, nuestro entorno, el aire mismo que respiramos, es profunda, intrínsecamente feo.

Nuestro mundo, nuestro entorno, el aire que respiramos, es profunda, intrínsecamente feo

Ningún otro momento de la historia ha conocido semejante fealdad. ¿O no habéis visto las monstruosidades de nuestro arte oficial, ese que, bajo el nombre de «arte contemporáneo», hace que nuestra época sea la única que se mancilla calificando de bellos tales horrores? ¿O no vivís y andáis por nuestras ciudades, no os paseáis y os regodeáis por nuestros campos, playas y montañas? ¿Tan embotada tenéis el alma que no veis ni os dicen nada los mil adefesios (ya edificios, ya «monumentos») que, esperpénticos unos, insul­sos y vulgares otros, nos rodean?

Hagamos pues todo lo necesario —esto es lo que apuntaba Santiago Abascal— para que dejen de rodearnos. Para que aspiremos, tanto como al bien-estar, aún más acaso, al bien y a la belleza de ser.

El mismo sitio, ayer y hoy: Chamberlain Square, en Birmingham. Donde estaba la belleza de ayer se alza la mole de hoy.

 

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

Comentarios

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar