¡Por la dignidad y los derechos de las hierbas y plantas!

De modo que ahora les ha dado, pues, por las plantas y las hierbas... Nada más lógico, en realidad.

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El pasado domingo 21 de marzo, los ecologistas convocaron una manifestación en la Puerta del Sol de Madrid destinada a defender la dignidad y los derechos (¿humanos?) de las hierbas y plantas.

A ver, repitámoslo, por si alguien aún se está frotando los ojos: los ecologistas se manifestaron en defensa de la dignidad y los derechos de las plantas y otras hierbas. Sí, sí, la dignidad y los derechos de.

Viendo la foto con la que ilustramos este artículo, no se puede decir, la verdad, que fueran muchos (y muchas) los perroflautas participantes en tan señalada acción reivindicativa. Pero eso es lo de menos. Lo que importa son dos cosas.

La primera es el escasísimo, irrelevante eco que ha recibido semejante noticia. ¿Más vale, se dirá, dejar caer un tupido velo de silencio sobre tales esperpentos? ¿Más vale no darles publicidad alguna? Cuidado, mucho cuidado, porque el primer día en que unos chalados salieron a la calle blandiendo otras no menos esperpénticas banderas (la de los derechos humanos de los animales, o la de la inexistencia de hombres y mujeres engendrados por la naturaleza, o la de la ignominia racista de Beethoven o de Homero), tampoco debían de ser mucho más numerosos los manifestantes ante quienes se hubiera podido efectuar el mismo razonamiento.

La otra cosa que importa, ante una astracanada parecida, es lo que la misma significa y lo que en ella se juega.

Siempre, desde que unos mamíferos dotados (aparentemente) de razón se pusieron a recorrer ese único planeta en el que se da el milagro de la palabra y del pensamiento, múltiples han sido las tropelías, locuras y chifladuras de las que han hecho gala tales mamíferos. Siempre ha habido (y habrá) gente crédula, boba, estúpida, malvada... Pero no hasta semejante grado, no con semejante influjo social, no sin que tener que afrontar burla, descrédito y oprobio.

De modo que ahora les ha dado, así pues, por las plantas y las hierbas... Nada más lógico, en realidad. Cuando se empieza por equiparar los animales a los hombres (justificada equiparación, vistas ciertas animaladas...), resulta del todo consecuente que también se acabe defendiendo la dignidad y los derechos del reino vegetal, en espera de que le llegue el turno al reino mineral —oiga, ¿quién le asegura a usted que la tierra y sus pedruscos no sufren también lo suyo cuando son pisados por los abyectos humanos (y humanas)?

Nada, por supuesto, tienen que ver la defensa de bestias  y hierbajos lo que en otros tiempos —tiempos de la Antigüedad pagana— era el respeto, admirado, sobrecogido, con que los hombres se abrían ante la presencia, prodigiosa y sagrada, de la Naturaleza. ¿Presencia de lo sagrado para quienes ni siquiera son capaces de aceptar que la Naturaleza engendra hombres y mujeres sin plegarse a los deseos y caprichos de quienes no conocen más que su pequeñita y nihilista voluntad? 

Lo que realmente me inquieta es la suerte de los veganos y veganas. ¿Qué van a poder comer ahora?

A mí, la verdad, el asunto ése de las verduras y hortalizas me preocupa, personalmente hablando, muy poco. No constituyen, por desgracia, mi plato predilecto, de modo que... Ahora bien, lo que realmente me inquieta es la suerte de los veganos y veganas. Oiga, ¿qué van a poder comer ahora los muy desdichados? Sólo piedras les van a quedar. En espera de que a éstas también les llegue, como a todo cerdo, su san Martín.

 Tomémoslo a chicota, sí, más vale. Pero a sabiendas de dónde está el enemigo, a qué intereses sirve, quién lo constituye y cómo hay que combatirlo. Con los medios que corresponda. Empezando con los dialécticos, siguiendo con los políticos y concluyendo con los que en cada momento sean precisos.

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