«Por eso —siguen diciendo—, no sólo proponemos títulos escogidos, sino que comentaremos lecturas, e invitamos a multiplicarlas. Haremos reseñas de actualidad, pero también recuperaremos (leer por leer es igual a releer) a los clásicos, debatiremos sobre los grandes temas (leer contra leer), entrevistaremos tanto a autores como a lectores (leer sobre leer), contaremos lecturas (leer de leer), compartiremos experiencias (vivir tras leer), etcétera.»
Y como Esperanza Ruiz acaba de publicar en Leer por Leer lo que es probablemente el mejor análisis del último libro de nuestro director Javier R. Portella, aquí les dejamos lo que sobre él ha dejado escrito.
El abismo democrático
Al comienzo del libro Javier R. Portella puntualiza el título. Y hace bien. Con El abismo democrático podríamos interpretar que estamos ante un texto de análisis político. Y no del todo. Si tuviera que colocarlo en los estantes de una biblioteca pública dudaría entre la sección de ensayo político, la de filosofía y la de poesía. Oh, esperen. Quizá el libro de Portella nunca estaría en una biblioteca pública. Son los riesgos de cuestionar el poder, el orden establecido, la nueva religión (también le mete algún rejón a la “antigua”) y el dinero. Pero sobre todo, de explicar claramente cómo hemos llegado hasta aquí y las trampas de la democracia que “nos hemos dado”. Esa democracia que no es más que una plutocracia que sirve al dinero y al Mercado.
Con “democrático” no viene a hablarnos de elecciones, de leyes d’Hondt, o de mociones de censura, sino de aquello que se opone a la grandeza o la Belleza. Aquello que carece de Verdad o valor y que nos aboca al abismo oscuro, enrarecido y falto de esperanza que preside nuestra existencia.
Tras un magnífico prólogo a cargo de José María Marco en el que contextualiza las grandes crisis del 73 y del 2008, la democracia liberal y los populismos, Javier R. Portella nos sorprende con un primer capítulo contemplando montañas con el arrullo del océano de fondo. ¿Dónde si no puede uno hacerse las grandes preguntas?
A partir de aquí establece un diálogo con el lector. Mejor dicho, le invita a un baile. Él lo dirige, claro, el libro es suyo, y él trae a los invitados (Nietzsche, Rilke, Hölderlin, Tocqueville…) pero dialoga con nosotros y nos deja rebatirle. El abismo democrático es una conversación de Portella con sus lectores. A veces un poco loca, otras irónica y siempre con oportunas referencias al mundo clásico, a menudo introducidas a modo de excursos con los que el autor salpica el texto de pequeñas digresiones.
Pese a que se trata de un ensayo y no es un thriller ni un libro de aventuras, no les puedo contar el final. Porque tiene un desenlace, una conclusión con la que posiblemente no estén de acuerdo pero a la que se llega tras un lúcido análisis de la sociedad y los tiempos. Vale la pena recorrer el camino que propone, planteado de manera que despierta el interés y uno no puede menos que ir preguntándose a lo largo de la lectura: ¿y cómo acaba? ¿Cómo va a solucionar este berenjenal en el que se ha metido?
En cualquier caso, la reflexión es valiosísima y el texto tiene la facultad de poder leerse de manera lúdica y de reportar, como ha sido mi caso, más de una veintena de folios de apuntes y notas.
En El abismo democrático se identifica a los valedores del actual sistema: oligarcas y plutócratas que abarcan el espectro ideológico, desde liberales de derechas hasta socialistas. Demócratas todos. Portella reconoce que ninguno de ellos tendría poder sin los medios de comunicación. Esboza los nuevos principios que deberían conformar el nuevo mundo; aquel que nos salve de este y de nosotros. Admite que para su implantación probablemente habría que llegar a la debelación pero nos promete que valdrá la pena dejar de ser una sociedad anestesiada para vivir transidos de belleza, aristocracia de espíritu y voluptuosidades. Señala las evidentes contradicciones y sonrojantes argucias del progresismo (individualismo, consumismo, “igualdad”) y las no tan obvias de los reaccionarios. Por último, ofrece su lectura sobre la Iglesia y el cristianismo, fe que no profesa pero que los lectores creyentes no le reprocharán por el respeto con que lo trata y porque admite la emoción que le embarga al paso de la Macarena en la Madrugá de Sevilla.
Por su parte, los lectores francófilos agradecerán también la formación afrancesada de Javier, no muy común en el panorama intelectual español.
Una pista: “solo un dios puede salvarnos”. El autor sostiene, como Nietzsche, que Dios ha muerto, pero ¿todo está permitido entonces, como sentenciaba Karamazov? Sólo lo sagrado, la tradición y el culto divino podrán cabalgar la indeterminación que es vivir. La respuesta, el abrazo de los contrarios, la propuesta de Javier R. Portella para “salvarnos” de este modelo de sociedad abocado a la fealdad y a la miseria, sin tensión alguna de espíritu, en El abismo democrático.
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