Lo infinito en lo nuclear

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La iniciativa anglo francesa de recordar y relanzar la energía nuclear ante el encarecimiento creciente del petróleo nos da ocasión para recordar la componente negativa sin precedentes en la Historia que hay tras esa nueva fuente de energía. Hace dos años resumí el coste y el peligro en la forma que sigue:
 
Iniciado el desmantelamiento de la central de Zorita se nos dice que la tarea llevará diez años y 60 millones de €, y tras ello los restos habrá que acumularlos y recubrirlos bajo capas de hormigón que habrán de ser vigiladas a perpetuidad con un coste que nunca tendrá fin. Y es que lo nuclear ha introducido en la historia de la economía un precio que nunca existió: el precio infinito. Y es que la economía nuclear se rige por este principio: una unidad de electricidad que se consume en un instante produce una unidad de subproducto que “vive” eternamente. El proceso de acumulación costosa crece más que exponencialmente.
 
La peligrosidad física es también infinita, en Chernóbil hemos visto a niños que parecen tener dos años y tienen veinte. La energía nuclear congeló su proceso de desarrollo.
 
Buen momento es para recordar la inmortal película La hora final de Stanley Kramer. Se imagina una guerra atómica desatada por error que ha acabado con la vida en el hemisferio norte, manteniéndose ésta en el sur y en particular en Australia. Allí se encuentra un submarino norteamericano que recibe señales Morse del hemisferio norte, lo que hace pensar a los tripulantes que en algún punto de ese hemisferio hay restos de vida. Llama la atención que las señales que se reciben no se corresponden con el alfabeto Morse, pues son anárquicas y desconocidas a efecto de lectura. Pese a ello el submarino se va aproximando al foco de la presunta llamada y la encuentra en la bahía de San Francisco, y acercándose descubre que una botella de coca cola movida por el viento está accionando el mando del aparato emisor. Regresan a Australia y encuentran que la población se dispone a morir porque llega la nube atómica y la aglomeración humana que se abraza en despedida se cierra con esta frase: “Hermanos, se acabó el tiempo, unos transistores que funcionaron mal acabaron con nuestra civilización”.
 
El barril a cien o doscientos € no será nunca razón para que la humanidad pague un precio y un peligro infinitos. El precio en alza del barril se basta por sí solo para imponer las limitaciones necesarias en la vida económica del hombre que nunca pasará de renuncias a una parte de la civilización y comodidad material lograda.

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