Los gobernantes de nuestra época, incluso los de más prestigio y sentido del Estado, se sienten indefensos cuando actúan sobre la economía y se les presentan economistas convencionales infiltrados de por vida por el síndrome del ajuste perpetuo. Es una enfermedad de la mente que pretende curar los males con dosis adicionales de la propia enfermedad. Ejemplo estelar: cuando suben los precios porque sube la energía, el remedio que dan es que suba también el coste de la financiación. Y cuando sube el coste de la alimentación el remedio es congelar los salarios.
Puesto que las medicinas suelen curar haciendo daño, le dan la vuelta al argumento diciendo que el ajuste es bueno porque empieza por hacer daño para terminar haciendo bien. Si alguien ofrece soluciones sencillas, baratas e incluso agradables imputan a sus autores populismo y demagogia. Creen y quieren hacer creer que lo grave tiene que coincidir con lo difícil, cuando en nada tiene que ver un aspecto con otro.
Solbes es un ajustador nato, intrínseco y vitalicio. Bajo su mando los tipos de interés en origen oscilaron entre el 13 y el 19%, para frenar la inflación. Y con ello, teníamos las mayores tasas de inflación y paro del continente. Los políticos no saben defenderse contra una argumentación a la vista absurda pero encubierta en las mentiras de los cuadros macroeconómicos, que en el fondo tienen mucho de mentiras promediadas. Pero al descender a detalles en forma de décimas del PIB, adquieren una aureola de sabiduría que paraliza al gobernante.
ZP ideó una manera de defenderse de estas asechanzas doctrinales: creó la Oficina Económica de la Presidencia para tener a mano un contrapoder ducho en discutir los argumentos y mentiras macro. Tan es así que los acuerdos de Lisboa en los que se prima el crecimiento frente al encarecimiento se trasladaron a la hora de ejecutarlos a Miguel Sebastián y no a Solbes. Empezó una guerra intestina que acabó mal para Sebastián.
Solbes no ha olvidado aquellas experiencia y ahora, el reforzamiento de su poder se manifiesta en que esa oficina presidencial va a depender de él mismo y no va a haber disputas internas ni freno para sus recetas macro. Esa oficina recibía puntualmente todos mis escritos y argumentaciones contra las que Solbes no sabía reaccionar. En las nuevas circunstancias y en la nueva legislatura me temo que para la economía no va haber mejora notable. De entrada, el presidente de la CEOE acaba de echarle un cable pidiendo que no se reaccione ante la subida de los alimentos con la subida de salario. Este último acertó cuando pidió en vano a Trichet que bajara los tipos, cosa que éste se obstina en no hacer. Pero no ve clara la relación de las variaciones de los salarios con las variaciones de las ventas. Un empresario aislado ve la elevación de salarios como una elevación de costes y por tanto como un perjuicio para él si se mantienen las ventas al mismo nivel. Lo que no ve el empresario, ni tampoco el referido presidente es que la elevación general eleva al mismo tiempo las ventas y por tanto deshace el argumento que le permite rechazar el aumento salarial.
La Historia, maestra de la vida, nos hace ver que el mundo vive y progresa mediante la espiral precios-salarios: suben los precios, suben los salarios y mejora el nivel de vida. El salario vence al precio.