En medio de la calma navideña, de los espasmos del Virus chino y de los engaños o silencios de los medios, la mayoría de la gente no parece darse cuenta de ello, pero lo cierto es que estamos viviendo —y en enero aún más— unas jornadas decisivas, unos días propiamente históricos. Una de esas encrucijadas en que “se hace mundo”, en que la Historia, apartándose de su cotidiana calma chicha, concentra su fuego y lo expulsa por sus fauces.
Mientras escribo estas líneas —27 de diciembre— nadie puede saber aún si Donald Trump logrará imponer la victoria que el pueblo le ha dado en las urnas, o si el Establishment (partido Demócrata, Republicanos vendidos a los Demócratas, grandes medios de comunicación, oligopolio tecnológico-financiero, con los Soros, Zuckerberg, Google, Amazon, Twitter y compañía, a lo que debe sumarse la probable implicación de la China capitalo-comunista) lograrán arrebatarle la victoria popular mediante el mayor fraude electoral jamás perpetrado.[1]
La situación, desde el punto de vista fáctico, se presenta en los siguientes términos. Ante la abrumadora cantidad de pruebas del fraude, caben tres posibilidades:
- La vía judicial ante el Tribunal Supremo. Sus posibilidades parecen cada vez más reducidas. Pese a existir una mayoría de jueces “conservadores”, sólo dos de ellos votaron a favor de la primera demanda presentada por un montón de Estados, encabezados por Texas, con lo cual dicha demanda fue desestimada, como lo serán probablemente las muchas otras que se han presentado.
- La denominada “elección contingente”. Consiste en que los senadores republicanos de los Estados donde el fraude ha sido notorio y probado, impugnando la lista de compromisarios a favor de Biden, designan otra lista alternativa a favor de Trump. Ello puede ocasionar que ninguno de los dos candidatos alcance el mínimo de 270 compromisarios que se necesitan para ser proclamado presidente. En tal caso, la Constitución prevé que se pase a una votación en la que cada Estado emite un único voto. Como los Republicanos tienen una mayoría de Estados frente a los Demócratas, la elección recaería sobre Trump, siempre y cuando —y ahí está el dilema— no hubiera un cierto número de Republicanos que traicionaran a Trump y votaran por Biden. Como hoy mismo decía en Twitter James Nava, uno de los más brillantes informadores, “hay una guerra abierta ahora mismo en el Partido Republicano entre quienes apoyan lealmente a Trump y quienes quieren deshacerse de él”.
- La aplicación de la Executive Order firmada por Trump hace tres años, y sobre la base de la cual el presidente puede declarar la ley marcial y adoptar las más contundentes medidas sobre la base de la injerencia de potencias extranjeras en el proceso electoral. Sería la medida más expeditiva y eficaz frente a la cual sólo se alza, en opinión de ciertos analistas, una objeción: ello equivaldría a una especie de golpe de Estado que sería tildado de antidemocrático siempre y cuando —añado por mi parte— no conllevara la realización de nuevas elecciones en los Estados
Se está jugando saber si es posible (o no) cerrar el paso al nuevo orden del mundo
fraudulentos (posibilidad ésta que curiosamente nadie evoca). De todos modos, ¿qué más daría? Cualquier cosa que no sea proclamar presidente a Joe Biden será tildada por los medios de golpe de Estado antidemocrático.
Ahora bien, si la cuestión alcanza las dimensiones históricas de las que hablaba, no es sólo por el conflicto electoral que acabamos de evocar. Es también —es fundamentalmente— porque, debajo de todo ello, se está jugando algo mucho más decisivo aún: saber si es posible cerrar el paso al nuevo orden del mundo —llámese NOM, Gran Reseteo 2030 o imperio progre-capitalista—[2] que, a través de las fuerzas globalistas anteriormente mencionadas, amenaza con acabar, simple y llanamente, con nuestra civilización: esa que hace más de cinco mil años nació en Grecia, prosiguió en Roma y conformó a las tradiciones, identidades y naciones de ese conjunto —de ese espíritu— denominado Europa.
El viejo y el nuevo capitalismo
¿Perdón?... Oigo voces que protestan afirmando que lo que encarna y defiende alguien como Donald Trump no es otra cosa que el viejo orden burgués o capitalista de toda la vida. ¡Por supuesto! Ocurre sin embargo que cuando el conflicto se plantea entre el viejo capitalismo basado en la producción de bienes y riqueza, y el que, manejando viento y patrañas usurero-especulativas a escala mundial, arruina a las clases medias —esto es, a la mayoría de la población—; cuando tal es el conflicto, se impone optar sin vacilación alguna por el viejo orden burgués, el mismo, por lo demás, que impera hoy en Rusia y en los países de la Europa central que encabezan la resistencia a la barbarie. Y todo ello por no hablar de todas las cuestiones no económicas, de todas las cuestiones ideológicas y civilizacionales que están en juego en semejante conflicto y que son, desde luego, las fundamentales.
El apoyo a Trump de las clases populares configura una “unión sagrada” interclasista destinada a defender los intereses supremos de la nación
Así lo han entendido, por lo demás, las clases populares norteamericanas que, rompiendo los viejos esquemas de la lucha de clases a los que se agarran aún ciertos intelectuales de derechas opuestos al Sistema, le están dando a Trump un masivo y enfervorizado apoyo gracias al cual se configura —entre los poderosos y los “deplorables”, que decía Hillary Clinton— una especie de “unión sagrada” interclasista destinada a defender los intereses supremos de la nación y de la civilización.
¿O los intereses supremos de “la Democracia”? La pobre democracia... ¡Cómo ha quedado después de haberse constatado la magnitud de un fraude electoral perpetrado tanto por oscuras maniobras como por translúcidas operaciones de unos instrumentos informáticos (Dominium, Smarmatic, etc. son sus nombres) que son operativos, por lo demás, en una multitud de países! Entre ellos España, por cierto. Pero de ello hablaremos en un próximo artículo.
[1] Para más detalles al respecto, véanse los principales artículos que hemos publicado en días anteriores, en particular “EE. UU. al borde del conflicto civil”, donde se indican las principales fuentes de información que se pueden consultar sin sufrir los engaños practicados por los medios oficiales de desinformación.
[2] Véase sobre el Gran Reseteo el notable artículo de José Javier Esparza publicado aquí mismo hace pocos días: “La próxima revolución ha comenzado ya. El Gran Reinicio (I)”.
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