He leído con suma atención la Tercera de ABC en la que Esperanza Aguirre propone restaurar en España el Bachillerato clásico y humanístico. Es una propuesta por la que siento una viva simpatía. En general, Esperanza Aguirre me cae bien: es una de las pocas figuras políticas que se atreve a decir lo que piensa y que hace propuestas originales y arriesgadas.
Primero Disneylandia en París, ahora Las Vegas probablemente en Madrid. La cultura fast food estadounidense prosigue, al parecer imparable, su conquista de la vieja Europa. En Viena, los cafés Starbucks, fabricados en serie y extendidos hoy por todas las grandes metrópolis del mundo, triunfan sobre los míticos cafés vieneses, tan amados por el gran Stefan Zweig. Verdaderamente, los signos de un inminente apocalipsis se multiplican y precipitan ante nuestros espantados ojos.
Una de las mayores miserias espirituales de nuestro tiempo reside en la alienación en la que vivimos respecto a nuestro entorno urbano. El hombre occidental de nuestros días mantiene una relación abstracta y vacía con la ciudad en la que vive. Normalmente, sabe poco de su historia, y sobre todo del profundo conjunto de significados que, con gran frecuencia, se esconde en sus monumentos, en sus calles, en sus plazas, en sus fuentes, en sus iglesias, en sus edificios oficiales.
Lo vi completamente claro hace unos días, en clase de Filosofía con 1º de Bachillerato. Son muchas las cosas que habría que cambiar en nuestros institutos; y una de ellas, y no de las menos importantes, es el horario lectivo. En vez de seis clases al día, desde las 8´10 hasta las 14´15, como tienen mis alumnos, ¿qué pasaría si sólo diesen cuatro?
Hoy nuestro amigo Antonio Martínez, habitual y genial fustigador de las miserias de nuestro tiempo, cambia de registro para enfatizar la cara más sonriente de la modernidad. Hace bien. En realidad, ni siquiera cambia de registro: solamente acentúa de modo distinto el mismo registro de siempre: la doble cara de un tiempo, sórdido si miramos la realidad concretamente plasmada en él; radiante si pensamos en los inmensos logros ya realizados y en las extraordinarias posibilidades de las que están preñados.