Lo reconoce un reportaje del ‘Time’

‘Cometimos fraude. Pero lo hicimos por vuestro bien, ¡deplorables!’

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No lo dicen tal cual, pero es esto lo que, por boca de un reportaje publicado por la revista Time, acaba de proclamar en Estados Unidos el conjunto del Establishment, o del Sistema, o del Régimen, como prefieran llamarlo. Sin tapujos, con una descarada desvergüenza acaban de reconocer lo que ya sabíamos, lo que el conjunto de la prensa libre —léase: el conjunto de la «fachoesfera»— lleva diciendo desde el 3 de noviembre: la elección del anciano Joe Biden ha sido el mayor pucherazo de los muchos que ha habido en la historia norteamericana.

No hace falta volver al detalle de los diversos fraudes cometidos para hurtarle al pueblo norteamericano la reelección de Donald Trump: en este libro, escrito por Guillermo Rocafort y prohibido por Amazon, el lector que aún las ignore podrá encontrar todas las informaciones que desee.

El propio Biden reconoció que habían cometido «el mayor fraude electoral de la historia de Estados Unidos»

 

El reportaje publicado por la revista Time se titula «La historia secreta de la campaña en la sombra que salvó las elecciones de 2020»; pero quien, hace ya tiempo, había reconocido antes que nadie el pucherazo había sido el propio interesado: el mismísimo Joe Biden, quien, en el video que aquí comentamos, habló del «mayor fraude electoral de la historia de Estados Unidos». Nadie, sin embargo, lo tomó en serio: todo el mundo lo atribuyó a un lapsus cometido por este senil caballero.

Ahora, en cambio, ya no hay lapsus que valga. Negro sobre blanco el Time reconoce que hubo un complot secreto para amañar las elecciones y dar la victoria al candidato demócrata. Fue «toda una cábala bien financiada por personajes poderosos que abarcaban diversas ideologías y sectores económicos y que colaboraron tras bambalinas para influir en las percepciones, cambiar reglas y leyes condicionando la cobertura informativa y controlando el flujo de noticias».

«En un sentido, Trump tenía razón»

Y sigue: «Fue todo muy muy extraño. Incluso cuando muchos estados clave aún no habían finalizado el recuento de votos, asistimos a un esfuerzo orquestado para designar al ganador». Y refiriéndose a las protestas y denuncias efectuadas por el candidato republicano, el periodista reconoce: «En un sentido, Trump tenía razón».

Y si quieren saber ustedes cuáles eran las tendencias ideológicas que, tras bambalinas, sostenían la operación y quiénes formaban parte de la conjura, el mismo artículo no tiene ningún inconveniente en decírselo: «Se trató de una alianza informal entre activistas de izquierdas y los titanes de las grandes empresas».

Oigan, no saben lo a gusto que uno se siente cuando el propio enemigo te reconoce tan a las claras lo que llevas diciendo desde hace años: la izquierda progre se ha convertido en el principal aliado, en el gran sostén ideológico del capitalismo especulador y mundialista. «Podemos» y el «Ibex 35», por hablar en términos concretos de aquí, van hoy de la mano. Dicho con otras palabras, el llamado «marxismo cultural»[1] se ha convertido en el gran aliado del «capitalismo cultural» (y disculpen el doble oxímoron: en ningún sitio impera menos la cultura que en estos dos engendros).

La desfachatez de progres y oligarcas

Las dimensiones del asunto son enormes. Lo que pone de manifiesto el cinismo de esta gente tiene un alcance histórico. Nunca se había visto nada igual: unos actores políticos cometen unos delitos de semejante magnitud y no sólo no pasa nada, sino que, encima, tienen la desfachatez de reconocerlo y avalarlo, como cachondeándose: lo hicimos, sí, pero fue por vuestro bien, ¡deplorables! Fue por salvar la democracia.

Pretenden salvar la democracia... demoliendo la democracia, vulnerando su principio primero. Como en Orwell, donde el Ministerio de la Paz es el de la guerra, el Ministerio de la Verdad el de la mentira y el Ministerio del Amor el de la tortura.

Pero tanto cinismo, tanta prepotencia, puede acabar pasándoles factura. Y de alto coste. Como decía el otro día, se les puede acabar atragantando la victoria; la usurpación, mejor dicho. Porque después de esto, ¿hay todavía alguien lo bastante ingenuo como para volver a ir a votar? ¿Queda todavía alguien que crea en una democracia controlada por los dueños del Sistema?

Ah, por cierto, en los sondeos relativos a las elecciones del día 14 en Cataluña, si dejamos de lado las papeletas que manejará Correos, a cuyo frente Sánchez ha puesto a un amiguete, ¿se sabe cuál es el porcentaje de votos que hay que atribuir a los softwares de Dominion, Smarmatic o Indra encargados de escrutar las elecciones? No sólo las escrutan informáticamente, sino que nunca se lleva a cabo, dos o tres días después, la verificación judicial legalmente prescrita. Resulta un poco curioso, la verdad.

Y, sin embargo, no. Si esta vez hay fraude, no creo que alcance las dimensiones de lo sucedido en Estados Unidos. Total, salvo Vox, que efectuará como máximo un sorpasso del PP (y será un éxito considerable), todo se jugará entre partidos del Sistema. No hay razón, por tanto, de recurrir a tan drásticas medidas. Ahora bien, el día en que las cosas sean distintas...

 
[1] La expresión pone bastante nerviosos a algunos analistas de derechas que, por más curioso que sea, aún se sienten algo marxistas. Es cierto que hablar de «marxismo cultural» resulta, en términos académicos, poco riguroso, pues sólo con una lupa se podría descubrir lo queda de marxismo entre los adalides de la ideología de género y demás delirios posmodernos. Pero la expresión ha hecho fortuna y, qué quieren que les diga, como tampoco hay gran cosa que rascar en el marxismo...

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