El PSOE, la II República y la Transición

He aquí mi último libro, esta vez de carácter histórico, que, con el título de 'El PSOE y la II República: ¿democracia o comunismo?', acaba de ver la luz en Ediciones Insólitas.

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La mentira histórica sobre la que todo se asienta

Dicha mentira, como todas las de este tipo, es en realidad muy sencilla. Consiste en considerar que la II República española fue un régimen de democracia auténtica (se le reconocen, eso sí, ciertas pequeñas imperfecciones) para derrocar la cual, y movidos por sus ansias fascistas, se sublevaron unos desalmados militares en el mes de julio de 1936. Punto.

Tal es el núcleo sobre el que se asienta todo el imaginario histórico que ha quedado inscrito en nuestras mentes. Cosa lógica y natural cuando dicho imaginario ha sido promovido y difundido por todos. Por todos los medios main stream y por todos los partidos políticos creadores de opinión: desde la izquierda más extrema hasta la derecha liberal encarnada en el Partido Popular y en el hoy casi extinto Ciudadanos. Entre estos últimos y la izquierda existen obviamente algunas diferencias de matiz y acentuación; pero todos coinciden en condenar —como, en su día, condenaron, unánimes, en las Cortes— el alzamiento militar efectuado contra la República.

La ruptura del gran Pacto de la Transición

Lo que se escenificó en aquella condena parlamentaria fue el primer gran acto de ruptura (luego Zapatero y Sánchez la ampliarían considerablemente) de lo que nos habíamos imaginado —siempre tan ingenuos, los españoles— que constituía el gran Pacto de la Transición: aquel acuerdo entre hermanos por el que, absolviéndose una a otra, se iban a abrazar al fin las dos Españas que nos habían helado tanto tiempo el corazón.

Pero no, nada de aquello sucedió. La reconciliación acabó siendo un engaño. Un espejismo, en el mejor de los casos. Aquí no ha habido —ni hay— abrazo o absolución mutua de ningún tipo. O si lo hay, es sólo por uno de los dos lados: el único en tender la mano que nadie ha querido estrechar. ¿Cómo podría haber abrazo y absolución mutua cuando todo lo que hay es bendición para una de las dos Españas,

Las dos Españas que nos habían helado tanto tiempo el corazón

y condena sin paliativos para la otra? Aquí sólo hay una especie de película de buenos y malos en la que unos —«la España democrática de izquierdas (“y de centro”, añaden con voz baja los interesados)»— aparecen como profundamente buenos, y otros —«la España retrógrada, facciosa, de derechas»— como irremediablemente malos.

Largo Caballero, o el fantasma que rompe la baraja

Pero he aquí que, como un fantasma súbitamente reaparecido, un célebre personaje, Francisco Largo Caballero, el principal líder socialista durante la República y la Guerra Civil, resurgió no hace mucho... y dejó este imaginario hecho trizas. Resulta, en efecto, que, en su súbita reaparición, el Lenin español, apodo con el que lo conocía todo el mundo, afirmó exactamente lo mismo que siempre han afirmado quienes se sublevaron contra la República: la revolución bolchevique era, en 1936, un asunto tan candente como de inminente realización.

Lo proclamaban ambos bandos. Unos, para defenderlo; otros, para combatirlo. Y cuando dos enemigos coinciden hasta tal punto, es obvio que están en lo cierto. Ambos decían lo mismo: toda la diferencia consistía en que los socialistas y sus aliados preparaban con todas sus fuerzas la revolución que los otros se disponían, con todas sus fuerzas también, a atajar.

Esa fantasmagórica reaparición de Largo Caballero ocurrió hace nada, el pasado mes de abril, exactamente. El periódico El Mundo publicaba el 14 de dicho mes un artículo de Carlos Salas y Lucía Núñez Barranco en el que se reproducía la entrevista que el Lenin español había dado al periodista norteamericano Edward Knoblaugh, quien la había publicado el 21 de febrero de 1936 en el periódico neoyorkino, editado en español, La Prensa.

«Antes de cinco años, cuando se haya derribado a Azaña, habrá en España una unión de repúblicas soviéticas ibéricas», aseguraba Largo Caballero en dicha entrevista (reproducida en facsímil en el Apéndice Documental de este libro).

Pedro Sánchez aplaude

La declaración era clara, nítida, irrebatible. Y asombrosa, escandalosa incluso para el imaginario que llevamos inscrito en nuestra mente. Se armó, así pues, el consiguiente revuelo. Protestaron, airados, los socialistas. Su jefe y actual presidente del Gobierno consideró incluso conveniente salir en defensa de su predecesor. «Largo Caballero actuó como queremos actuar hoy nosotros», declaró Pedro Sánchez haciendo suyas las soviéticas intenciones del Lenin español.

 ¿Asombrosas, las soviéticas intenciones de nuestro Lenin?

Las de Pedro Sánchez son sin duda sorprendentes. Pero las de Largo Caballero no lo son en lo más mínimo. Resultan desde luego llamativas, por lo que tienen de claro, rotundo, categórico; pero no hay en ellas la menor novedad. No hacen sino reproducir lo que llevaban repitiendo y emprendiendo desde hacía años tanto el propio Largo Caballero como el resto del Partido Socialista, con la encomiable excepción del socialdemócrata y siempre derrotado Julián Besteiro.

Pero no son sólo las declaraciones de una entrevista las que lo atestiguan. Son cientos y cientos de páginas de artículos de prensa, entrevistas, discursos, llamamientos, proclamas, pasquines...

"¡Acabemos con la democracia!" "¡Hagamos como en Rusia la Revolución!"

Cientos y cientos de páginas publicadas y difundidas por los diversos órganos socialistas a lo largo y ancho del periodo en el que se gestó toda nuestra tragedia.

Como un mantra, va repitiéndose en tales páginas, con matices e inflexiones distintas, la misma idea, la misma consigna: ¡Acabemos con la democracia! («burguesa», la llaman). ¡Hagamos como en Rusia la Revolución! («socialista», «bolchevique», «comunista», la llaman).

Pruebas gráficas, indudables, incuestionables

Las ideas, cuando llegan a plasmarse en un imaginario colectivo, son tenaces, difíciles de rebatir. Por ello, no basta con citar los mil y un documentos en los que, a lo largo de la República (y ya no digamos de la Guerra Civil), los socialistas y sus aliados alentaban a la Revolución. Ello no basta, no es suficiente. Lo que se impone es reproducir fielmente y de forma facsimilar los textos y documentos que así lo acreditan. Nadie podrá entonces albergar dudas ni parapetarse detrás de excusas.

Tal es el motivo por el que, procedentes de periódicos y revistas de los propios interesados, este libro reproduce, a fin de sustentar y enriquecer el análisis histórico que lleva a cabo Javier R. Portella, las más significativas y valiosas de las páginas de los periódicos y revistas socialistas de la época.

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