Decía don Alfonso Reyes que prefería repetirse a citarse y Julián Marías en cambio prefería citarse a repetirse. Yo estoy entre los dos, según cómo sople el aire, y hoy, al socaire del V centenario de la llegada de Cortés a Tenochitlán y de la salida de Magallanes de Sanlúcar de Barrameda, sigo al polígrafo de Nueva España para reiterar que en mis años ginebrinos traté a un socialista histórico, uno de los cuadrumviros del comité de la huelga revolucionaria de 1917, por la que se pretendía reproducir en España lo que en aquellos momentos sucedía en Rusia. Se llamaba Andrés Saborit y vivía modesta y dignamente en el exilio. Las muchas conversaciones que con él tuve, en las que me tocaba oír más que hablar, dadas las diferencias de edad, no tenían más remedio que remitirme a aquello que había leído en José Antonio Primo de Rivera de Prieto se acerca a la Falange, escrito a raíz del célebre mitin de Cuenca de don Indalecio en que el patriota se impuso al socialista.
En los primeros tiempos de la Transición, cuando ya tenían los socialistas el poder al alcance de la mano, un amigo mío ya desaparecido, el poeta Fernando Ortiz, me mandó un villancico que decía: En el Portal de Belén/ entraron Guerra y González/ y al Niño que está en la cuna/ le robaron los pañales. Villancico que traté de paliar con una consigna electoral que yo pensaba que caería en saco roto, por más que en Andalucía se llevaría con creces a la práctica: Vota al PSOE manque trinque. Por aquel entonces además recopilé una serie de crónicas en un libro titulado La España imaginaria que, orteguianamente, iba precedido de un “prólogo para socialistas y un epílogo para fascistas”. Por “fascistas” entendía por supuesto el partido fundado por José Antonio, que es lo más parecido al Fascio que tuvo el llamado “régimen anterior” y que tanto peso tuvo en su primera fase recién acabada la guerra. Sin embargo, ya en ese prólogo hablaba de un voto de confianza a González por el talante con el que asumía la Presidencia del Gobierno. Debo decir que en los años transcurridos desde entonces he tenido la satisfacción de congratularme de pronunciamientos de los “ladrones de pañales” por motivos parecidos a los que José Antonio se congratulara de las palabras de Prieto en Cuenca, y que no me extraña en absoluto su actitud en los graves momentos presentes en que un correligionario suyo, desde la Presidencia del Gobierno, bordea, por decirlo con palabras suaves, el Código Penal.
Debo decir que la situación que estamos viviendo me hace pensar en otro socialista de triste recordación, el doctor Negrín, empeñado en mantener el “estado de guerra”, que no proclamó por cierto hasta la caída de Cataluña, con la esperanza de que la inminente guerra mundial se extendiera a España y le diera un vuelco radical. Menos mal que entonces había en Madrid otro socialista, don Julián Besteiro, que al apoyar el golpe de Casado y Mera contra los comunistas, puso fin a las hostilidades, y eso que el propio Negrín, agobiado por los separatistas vascos y catalanes, había confesado que prefería a Franco, “porque con Franco ya nos entenderíamos”.
El Besteiro de la entrega de Madrid tenía muy poco que ver con el cuadrumviro de la Huelga Revolucionaria, pero se le trató como si fuera el mismo y, para mayor inri, murió en Carmona rodeado de curas separatistas, presos como él. Mal pago para el hombre que evitó que nuestra guerra se empalmara con la mundial. También Negrín, ya en Londres, hizo llegar a Franco toda la documentación sobre el oro de Moscú. Y Prieto llegó a pedir perdón por la revolución de Asturias, aunque no la pidiera por el asesinato de Calvo Sotelo cuando su amigo el escultor Sebastián Miranda se lo afeó en una carta.
No sé si el personaje que ahora conspira con la Antiespaña conoce bien la historia de la nación cuyo gobierno preside por carambola ni si es consciente de las contradicciones y remordimientos de conciencia de sus históricos correligionarios. Yo sólo sé que en su partido siempre hubo personas a los que el patriotismo les afloró más tarde o más temprano y que gracias a él se redimieron ante la Historia por lo menos. Ahora que, gracias entre otros a “los tontos de los balcones”, como llama cierto plumífero de peso a los que airean la bandera nacional, se echa la gente a la calle para poner fin a un siniestro contubernio, yo hago votos por que entre los propios socialistas la sombra de Besteiro prevalezca sobre la de Negrín.
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