Nunca fueron demasiados vecinos, pues aún se encuentran ciudades hechas a la medida de las personas. Por tal motivo no era infrecuente toparse en Pontevedra en los años 90 con Mariano Rajoy en la calle de los vinos, o verlo cruzar la alameda para enfilar la calle Palamios como tantas veces: sólo, ligero de abrigo y de escolta a pesar de ser ya un personaje signado por el estigma de los medios de comunicación.
Este desparpajo de Rajoy era causa de las iras de sus adversarios socialistas. Cuando por fin entendieron que sembrar la sospecha sobre la inclinación sexual del político “popular” era algo que casaba malamente con el pretendido pedigrí “progre” del PSdG, clamaron por el riesgo implícito que suponían esos discretos paseos por su ciudad, pausados a la manera de Valle-Inclán, atrayendo sobre sí la atención de la banda asesina ETA. No por él, claro está, emergente estrella del universo pepero, sino porque una esquirla de metralla o una bala perdida que le estuviera destinada acaba incrustada colateralmente en un inocente. Cosa que, por cierto, estuvo cerca de ocurrir si se repasa la detención de un comando etarra en el popular barrio de Monteporreiro por esas mismas fechas.
Por estas (los vinos, la ausencia de escoltas, el paso sosegado) y otras razones la actitud de Rajoy irradiaba, a ojos de un escéptico de la partitocracia, un halo de sinceridad… absolutamente ausente –por lo demás- en el polémico vídeo donde el hoy Presidente del PP nos invita a "proclamar lo que sentimos por España". Porque las figuras de Rajoy y de su Partido Popular son ya indefectiblemente una y porque, si bien se dice que la desmemoria del pueblo (¡uf!) es la renta del político (también ¡uf!), el patriotismo del PP sigue siendo una presunción cuestionable.
En este punto toca hablar de la dudosa imagen de España en el concierto internacional cosechada por la “campechanía” del presidente Aznar con G. W. Bush, del papelón de las Azores, etcétera. Una completa serie de imágenes en las que no nos detendremos, pues tendrá ocasión el lector de revivirla hasta la nausea merced al previsible guión de la próxima campaña electoral del PSOE, que aprovechará inteligentemente la obstinada y antipática resistencia del PP a abandonar convicciones que soportan una pesada carga de impopularidad.
Mención aparte merecen otras muestras del patriotismo del PP. Los dolorosas concesiones a los nacionalistas vascos y catalanes para lograr formar Gobierno tras la apretada victoria electoral de 1996, por ejemplo. Concesiones que se plasmaron en un espantosa riada de millones con dirección Norte y Noreste, en detrimento de otras regiones, de la que nos llegan estos días lejanos coincidiendo con la salida a bolsa de Criteria Caixa Corp: Gas Natural, Repsol YPF, Abertis, Telefónica, BME, Agbar, Caprabo, Port Aventura, etc. Ahora, que tanto se acusa la debilidad del Gobierno socialista frente a los nacionalistas radicales catalanes, cabe preguntarse si ese radicalismo se hubiera visto tan crecido si, previamente, un Gobierno de signo contrario, del PP, no hubiera hecho rebosar sus arcas y cajas de caudales. Ahítos de oro y plata, sólidamente posicionados en las principales empresas de España a través de la renombrada entidad financiera, los nacionalistas e independentistas catalanes creen llegado el momento de las reivindicaciones políticas: “agua me pide el retoño / que tuvo empezar amargo / va a hacer falta un buen otoño / tras un verano tan largo…” Ya tienen el dinero, ahora toca ir a por “los derechos históricos”.
Tampoco ha sido muy patriótica la deriva económica del PP en el poder, que tienen por su principal activo. Baste pensar la liberalización del sector de las telecomunicaciones. Haciendo gala de una fe neo-liberal muy superior a la de los liberales de toda la vida, y siguiendo las directrices de esa vaca sagrada llamada Rodrigo Rato, el hoy desaparecido Ministro Arias-Salgado vende en 1997 a las grandes compañías de telecos de toda Europa la posibilidad de explotar a precio de saldo las redes de telecomunicaciones nacionales de España, en detrimento de la explotación nacional del gigantesco negocio, a través de Telefónica en exclusiva o de otras compañías de capital español en concurrencia. Grandes operadoras europeas cuyas plantillas se nutren en parte, hasta hoy, con funcionarios de sus respectivos estados, particularmente en el caso de la francesa France Telecom, que no desaprovecharon la ocasión que les brindaba el alejamiento de la política “pepera” en telecomunicaciones del modelo imperante en todo el continente para replicar el sistema del Reino Unido. Los beneficios obtenidos en España por France Telecom, British Telecom, Deutsche Telecom y hasta por Telecom Italia, que acabaría siendo participada por la propia Telefónica, han sido sencillamente vertiginosos.
¿Cuántos nuevos ricos habrá hoy en Europa gracias a la sensibilidad patriótica de Aznar, Rato, Arias-Salgado y del Partido Popular en el reparto del pastel de las telecomunicaciones? Se los puede imaginar en sus yates, en sus residencias de campo, alzando sonrientes sus copas para brindar a la salud de la imagen videograbada de Rajoy y coreando su ñoño: "¡Feliz día de la nación española! ¡Feliz fiesta nacional!"