Cuando los demócratas catalanes estaban hartos del pasteleo inmundo que se traían los jerarcas del PSC con el separatismo —recordemos al espinoso Maragall, al acomplejado Montilla—, apareció Ciudadanos. En una década avanzaron hasta convertirse en el primer partido de Cataluña. En dos años y desde lo más alto de sus tiempos de gloria, los dirigentes de aquel partido hecho para “la nueva política” desarbolaron la organización, desilusionaron a sus votantes y desertaron de la batalla justo cuando empezaban a ganarla. ¿Por qué? Se han ofrecido explicaciones simples: las ambiciones personales, las luchas intestinas, la falta de proyecto más allá de oponerse a los desmanes separatistas, el agotamiento de algunos de sus líderes, la fuga de otros a la política estatal en Madrid… Fuera como fuese, la caída fue espectacular: del todo a la nada en veinte meses. Algún día, digo yo, se sabrá la verdad sobre la debacle planificada de un partido que se puso justo en medio del PSOE y el PP y amenazaba con quedarse con todo a la izquierda de la derecha y con el premio gordo de todo lo que se movía a la derecha de la izquierda. Al final, agua. Misterios de nuestra democracia.
Resultado de la caída: el espacio de Ciudadanos ha sido ocupado de nuevo por el PSC, el partido de los sirvientes del separatismo al que votan cientos de miles de personas decentes porque no discurren mejor remedio, porque aún ven en aquella manga de oportunistas y corruptos la última defensa de la legalidad y, dentro de lo que cabe, la igualdad de los catalanes sean o no independentistas. Naturalmente, el precio a pagar convierte en inútil el gesto “útil” que entraña devolver al PSC el protagonismo social y político que había perdido gracias a C’s. Hoy, las encuestas hablan por sí mismas: de ser un partido minoritario, los compinches de Pedro Sánchez en Cataluña son de nuevo los primeros, los preferidos ante las urnas, y encima han poblado el parlamento español con diputados provenientes de esa comunidad; y van a hacer lo propio en el autonómico. Como dijo Albert Rivera en la boda de una prima segunda: “Esas uvas eran mías”.
Seguramente la famosa “mayoría social” de Sánchez en el parlamento y el cuartel que da Cataluña a la debilidad electoral del socialismo en España se deben a la dimisión de Ciudadanos ante el abismo de su éxito. No sabemos a quién responsabilizar de aquella traición histórica, ni siquiera en el PSOE imaginan quién y por qué les dio el último balón de oxígeno, el electorado de C’s que hoy va a las urnas pensando en que Sánchez es el menos malo de todos los desastres previsibles que aguardan en el futuro de Cataluña. De nuevo el misterio. La democracia es trasparente cuando se debaten asuntos de domingo, pero si se trata de conocer el fondo siniestro donde el poder hunde sus raíces, entonces es asunto es más negro que el sueño de un vampiro.