¿Dónde están los voluntarios ecologistas de Ibiza? ¿Consideran, acaso, que este vertido es demasiado pequeño como para acudir a limpiarlo? ¿O es que las autoridades han actuado convenientemente en esta crisis, a diferencia de lo ocurrido bajo la gestión del ministro Rajoy en 2002?
“¿Cómo pueden comparar 77.000 toneladas de fuel del Prestige con las 150 del Don Pedro, cómo pueden comparar más de 100 playas afectadas [en Galicia] con la clausura de tres en Ibiza?” Estas fueron las indignadas palabras del diputado del PSOE Salvador De la Encina ante la Diputación Permanente de Congreso, sobre el reciente vertido de fuel en las costa balear. Desde la perspectiva cuantitativa sus argumentos parecen sólidos y sendas situaciones, inconmensurables. Pero esta valoración parece romper con un principio axial del protocolo Prestige, esa colección de nuevas convicciones instiladas en la opinión pública tras el desastre del 13 de noviembre de 2002. Tal principio establecería que el daño ecológico es siempre absoluto e irreducible a una cuestión de grado. El famoso soniquete del nunca máis permite inferir, en efecto, que el mal no radica en la amenaza de nuevos vertidos de proporciones míticas como las del Prestige, que idéntico mal se deriva de un volumen cualquiera de vertido, susceptible de afectar de manera significativa al entorno costero. Por ejemplo: a tres playas y un Parque Natural, como en el caso de Ibiza. Si bien no existe un criterio coherente con la mentalidad ecologista para afirmar que un vertido sea, en alguna ocasión, demasiado pequeño –pues todos conllevan consecuencias indeseables sobre el medio-, tal criterio sería inaplicable al caso que nos ocupa.
Respecto a la gestión de la crisis, elmanifiesto.com ya ha tenido ocasión de desvelar su carácter errático y la ineficacia de las medidas tomadas hasta la fecha, cuya constatación más palmaria ha sido la llegada del chapapote al Parque Natural de Ses Salines.
¿Qué nos queda, pues, para intentar comprender la pasiva actitud ante el caso Don Pedro de nuestro otrora combativo movimiento ecologista? Una hipótesis audaz defendería que el verdadero protagonismo de aquellas horas no recayó, pese a las apariencias, en los ecologistas, desaparecidos de la escena actual.
Cuando el desastre del Prestige los estrategas del PSOE detectaron con una rapidez admirable una posible línea de erosión al Gobierno: su aparente lenidad y tardanza en las medidas destinadas a limpiar las playas de los vertidos. Dos días más tarde había movilizado a su militancia y a su ejército sindical para mandar un mensaje claro, nítido, a la sociedad: “el Gobierno carece de sensibilidad ecológica y han de ser los propios ciudadanos y por sus propios medios quienes limpien los efectos del desastre ante su pasividad”. Se desencadena entonces uno de los fenómenos sociales más interesantes de los últimos tiempos; una quiebra absoluta entre el desafortunado discurso de los “hilillos” de Rajoy y el caudal de gente de a pié que acude voluntariamente a la playa a partirse el lomo para limpiar el chapapote, imitando sin saberlo a los militantes socialistas a quines se han unido ya los comunistas, los nacionalistas gallegos y los activistas antisistema. La imagen para la Historia será ya la de una ciudadanía que desbordó completamente a las autoridades, que las sobrepasó poniendo de manifiesto su paquidermia burocrática y la vacuidad de su discurso ecologista. Pero la enseñanza estratégica más interesante consiste en que todo ese movimiento estuvo controlado, desde sus mismos albores, por el PSOE, a quien acabaría beneficiando en las elecciones regionales gallegas. Para un partido político, éstas son las ventajas de contar con todo un ejército de funcionarios sindicales y militantes entregados a la causa de abatir al enemigo irreconciliable.
Cuando los medios afines al PP intentan comparar las situaciones no hacen sino provocar sonrisas. El accidente del Sierra Nava, en Cádiz, y del Don Pedro, en Ibiza, ante todo ponen de manifiesto la esclerótica política de militancia del PP frente a la engrasada maquinaria y la motilidad socialista. El silencio cómplice de los del “No a la guerra” –por más que muchos compartiéramos ese criterio- respecto a las consecuencias sangrientas de la presencia española en zonas de conflicto armado, como Líbano o Afganistán, constituiría una segunda evidencia de ello.