¡Ay de los puros!

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Ahí está la vieja extrema derecha española de toda la vida. Reaccionarios carcas, los unos; revolucionarios fascistas de oropel, los otros. No contentos con que sus padres o abuelos echaran a perder lo conquistado después de una guerra heroica cuyos vencedores nos dejaron un país que, después de estar cuarenta años envuelto en un nacional-catolicismo cerril y de pacotilla, acabó repudiando todas y cada una de las ideas –incluso las que en sí mismas eran positivas– que había intentado inculcarle un aparato ideológico tan torpe y cursi como rancio y polvoriento.

No satisfechos tampoco con haber pasado ellos mismos otros cuarenta años en el gueto en el que los enemigos de ellos y de todos los han encerrado, en esas catacumbas de las que no hay modo alguno de salir ondeando las mismas banderas y lemas… con los que el enemigo ha confeccionado el espantapájaros que agita como su única arma ideológica.

No contentos con todo ello, he aquí que, cuando por primera vez desde hace tantos años parece como si en España empezara a amanecer, esta gente se dedica a hacerle ascos y a ponerle peros a un movimiento tan lleno de esperanzas como el que está desencadenando el vendaval denominado VOX. ¡Oh, los puros, los impolutos! ¡Ay, que si fulanito está ligado a un antiguo dirigente de Golden Sachs y de la Alt-Right! ¡Ay, que si manganito es un neoliberal de tomo y lomo! ¡Ay, que si zutanita es toda una conservadora que, encima, hasta tiene cuatro hijos! ¡Ay, no, yo no me mojo, no me ensucio! ¡Trae una toalla, que me lave las manos!

¿Se habrá enterado esa gente de en qué país vivimos y en qué situación nos hallamos? ¿Sabrán que este viejo país denominado España está amenazado de muerte por varios flancos a la vez? ¿Comprenderán esos finolis de bar y nostalgias que, a estas alturas, sus remilgos resultan simplemente ridículos? Salvando todas las distancias, es como si en julio de 1936 quienes ansiaban de verdad una nueva España se hubiesen cruzado de brazos ante la revolución comunista que estaba en marcha, temerosos de que las fuerzas conservadoras y capitalistas que estaban implicadas en el Alzamiento fuesen las que acabaran llevándose el gato al agua. Como al final, es cierto, se lo llevaron, pero aquella lucha no fue en absoluto en balde. Lo conseguido fue infinitamente más que lo que habría quedado aniquilado cruzándose de brazos.

La derrota final que se fue fraguando a lo largo del franquismo y se consumó con la Transición fue algo que, desde su celda de Alicante, alguien ya había previsto con prodigiosa clarividencia, y pese a lo cual no llamó en absoluto a deponer unilateralmente las armas. «¿Qué va a ocurrir –se preguntaba José Antonio– si ganan los sublevados? Un grupo de generales de honrada intención; pero de desoladora mediocridad política. Puros tópicos elementales (orden, pacificación de los espíritus...). Detrás: 1º) El viejo carlismo intransigente, cerril, antipático. 2º) Las clases conservadoras, interesadas, cortas de vista, perezosas. 3º) El capitalismo agrario y financiero, es decir: la clausura en unos años de toda posibilidad de edificación de la España moderna. La falta de todo sentido nacional de largo alcance. Y, a la vuelta de unos años, como reacción, otra vez la revolución negativa.»

A la vuelta de unos años, como reacción derivada de aquellos polvos, los lodos de la actual «revolución negativa», como la llamaba. Una revolución que no sólo amenaza a la patria; una revolución –el trastocamiento hasta de los principios básicos de la identidad sexual y antropológica– ante la que toca arremangarse, dejarse de purezas, meter las manos en el fango y luchar. Luchar hasta mancharse. Luchar sabiendo que esto es política, ¡imbéciles!, esa cosa en cuya arena más vale que los puros y tiquismiquis no pongan los pies si no quieren ser arrollados y arrinconados. Porque

Aquí toca luchar sabiendo que nada está asegurado de antemano.

aquí toca luchar sabiendo que nada está asegurado de antemano; luchar sin espantarse ante el riesgo de que hasta se puede ganar… y acabar sin embargo perdiendo, como se perdió hace ochenta años, pese a lo cual todo aquello sí valió absolutamente la pena, sí tuvieron todo su sentido aquella lucha y aquella victoria que consiguieron que España no se convirtiera en el segundo país comunista del planeta.

Por supuesto que conviven en VOX, como en todas partes, distintas corrientes y tendencias. Por supuesto que, como decía aquí mismo Sertorio, «le acecha a VOX el peligro de convertirse en una derecha atlantista y dura, en una reedición del aznarismo». Pero este peligro que a día de hoy no se expresa, por lo demás, en ningún punto de su programa político, no se combate con remilgos con los que enturbiar toda la esperanza que se ha puesto en marcha. Se combate dando todo el apoyo a esa esperanza: con clarividencia, con espíritu crítico si acaso fuera menester, y con entusiasmo.

 

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