Nos la quieren meter doblada, esto está cada vez más claro. Con premeditación y alevosía, además. Resumamos la situación. Lo que se está cociendo en la gran repostería Pasteleo Asociados entre la oligarquía española y la catalana (oligarquía lato sensu: política, mediática, económica…) es lo siguiente, o eso parece:
1. Se rompe a España en un Confederación de Estados
En eso consiste la reforma constitucional pactada entre PP y PSOE. Lo de menos son los detalles: el nombre del engendro, el papel de la Corona, el reparto preciso de poderes… y de dineros entre los componentes de la Confederación, el número de los mismos (al comienzo probablemente sólo dos: Cataluña y el resto de España; ya luego se irían desgajando más partes: Vascongadas, Navarra, Galicia, Valencia, Baleares… y quienes se quieran sumar a la desbandada). Tiempo habrá para todo ello. Lo que ahora importa es un pacto por el cual quedaría constituido el Estado Catalán “libremente asociado al Reino de España” (o a la “Confederación Ibérica”, o como lo quieran llamar). Estado catalán que dispondría de plena autonomía política en todos los ámbitos, lo cual significa:
· Preeminencia de las leyes catalanas sobre las españolas (o una supeditación parcial a las mismas, como la que hoy existe, por ejemplo, en el seno de la UE).
· Autonomía educativo-cultural (ésta ya la tienen más que de sobra desde hace cuarenta años)
· Total autonomía fiscal. Salvo para cubrir su ingente quiebra económica, que seguiría siendo cubierta o garantizada por el Reino de España. O por decirlo castizamente: tras cornudos, apaleados. O en catalán: cornuts i pagar el beure.
· Quedaría por ver si ello también incluye o no la representación diplomática oficial en el extranjero y la disposición de un Ejército propio, además, por supuesto, de los Mozos de Escuadra.
2. A cambio, la oligarquía catalana renuncia a la secesión pura y simple. ¿Qué ganan con ello?
Ganan mucho. Dinero, sobre todo (ya sabéis, “la pela es la pela”, etcétera). Dinero en forma de:
· Mantenimiento dentro de la UE. Ya no serían expulsados, como sucedería, con toda seguridad, en caso de independencia monda y lironda.
· Vuelta al redil de las más de 400 empresas que ya se han largado a uña de caballo.
· Cobertura por parte del Reino de España de la macrodeuda financiera de la Generalitat.
· Disfrute de los fondos del FLA (Fondo de Liquidez Autonómico). Sólo entre enero y agosto de 2017 ascendieron a 4.218 millones de euros, sin los cuales no se habría podido pagar ni el sueldo del Honorable President ni el del último mozo de limpieza de los Mozos de Escuadra.
· Respetabilidad económica: indispensable para las inversiones en general y para mantener o incrementar la plaga turística (concebida por ellos como un maná).
Ganan todo ello, sí. Pero también pierden, aunque“sólo” simbólicamente: pierden el símbolo (y el placer) de dar el escupitajo final a España y a los españoles. “Sólo” un símbolo, es cierto, pero a veces los símbolos de esta naturaleza acaban llevándoselo brutalmente todo y liquidando los trapicheos más enrevesados. Cuando, durante cuarenta años, se ha estado adoctrinando a un pueblo en el odio a otro pueblo, resulta difícil quitarles de pronto la carne que ya creían tener entre las garras. Difícil será, dicho con otras palabras, que las hordas de la CUP, de Òmnium y de la ANC se coman el pastel horneado en el Gran Pasteleo de nuestras oligarquías políticas, económicas y mediáticas.
3.
Y la oligarquía española, ¿qué gana?
No gana nada. Mira que hace falta ser imbécil: ni siquiera ganan nada… Se lo dan todo —lo poco que aún queda— a cambio de nada. Uno hasta se pregunta de qué diablos seguiría viviendo un separatismo que encuentra en el permanente victimismo su savia vital. Ya no tendrían nada más que reclamar —salvo el escupitajo final en forma de ruptura independentista. Sólo una cosa espera obtener la oligarquía española: la paz y la tranquilidad derivadas de haber acabado con una situación crítica que podría hacer saltar por los aires el conjunto del Sistema. Obtendrían, más concretamente, el fin del “problema catalán”, al tiempo que, mediante una reforma constitucional que abra las puertas al “Estado libre asociado de Cataluña”, conseguirían metérnosla doblada y hacer que el pueblo español se tragara, debidamente aliñado por los grandes media, un sapo que nunca nadie se tragaría —José Javier Esparza lo explica admirablemente en su artículo— si en lugar de romper “confederalmente” a España la rompieran sin más.
¿No fue España, durante más de dos siglos, un Estado confederal?
Tanto la España de los Reyes Católicos como la de los Austrias fue, desde finales del siglo XV hasta comienzos del XVIII, es decir, durante sus tiempos más gloriosos, algo parecido a un Estado —el constituido por el ensamblaje de los reinos de Castilla y Aragón— que, aun con muchas más limitaciones que las previstas en la actual reforma constitucional, bien pudiera calificarse de cuasi confederal. Pero con una diferencia fundamental: no había odio. No existía el menor desafecto por parte de los condados catalanes de la Corona de Aragón hacia el resto del país. Se sentían parte integrante del conjunto.
¡Qué más da, en últimas, que la estructura jurídico-política de un país sea confederal, federal o unitaria! ¡Qué más da… siempre que el espíritu de la comunidad, de la nación, de la patria (llamadlo como queráis) se mantenga firme y arraigado! Siempre, con otras palabras, que el país en cuestión constituya una unidad de destino. Ahora mismo firmaría yo, encantado, la “solución confederal” (no os asustéis: es un razonamiento por el absurdo) si en Cataluña las escuelas fueran bilingües, si el español dejara de ser una lengua perseguida, si el pueblo catalán, entrañablemente hermanado con los demás pueblos que componen ese conjunto vivo denominado España, se sintiera partícipe de nuestra larga, grande, gloriosa historia común; en una palabra, si se mantuviera vivo ese todo que, lejos de ser un Estado, es decir, un envoltorio, una “cáscara” (como lo llamo en uno de mis libros), es carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre.
Pero la mayoría de los catalanes no se sienten ni volverán, a corto plazo, a sentirse tales. Entre otras razones porque los denominados “constitucionalistas” tampoco se sienten tales: sólo el Estado, sólo el envoltorio, cuenta para ellos. Nunca, en cualquier caso, la mayoría del pueblo catalán se sentirá en lo inmediato partícipe del alma y del ser de España. Nunca en el ridículo plazo de uno o dos meses: cuando se convoquen las elecciones autonómicas a las que quieren reducir el artículo 155. Nunca antes, en fin, de que se desmantele todo el inmenso tinglado de odio y adoctrinamiento puesto en pie a lo largo de cuarenta años de sometimiento y vileza.
Éste ha de ser el único objetivo: liquidar el inicuo tinglado, y liquidarlo aprovechando toda la fuerza que el pueblo español ha obtenido gracias al extraordinario revulsivo que ha significado la secesión catalana. El objetivo de la oligarquía son las componendas y triquiñuelas destinadas a mantener los mismos perros con distintos (y aun, si cabe, peores) collares. Pero esto es lo que pretende la casta, no el español de a pie, no toda esa gente que se acaba de despertar y que cada vez tiene más claro que no se trata en absoluto de cambiar los collares de los perros. Se trata de acabar con ellos.
Este video del gran humorista José Mota parece como si estuviera hecho para reflejar el sapo que intentan hacernos tragar