Como siempre, como en todas las revoluciones que han sido, son y serán, se paga muy cara la pusilanimidad y cobardía de quienes tienen por función defender el orden existente. La pusilanimidad y cobardía del Gobierno Rajoy se ha pagado hoy con el resultado que anhelaban los sediciosos: la policía golpeando a pacíficos-y-democráticos-ciudadanos cuyas imágenes (algunas trucadas, por lo demás) ya están dando la vuelta al mundo. La bobalicona sociedad que tiene como único santo y seña las lagrimitas, el buenismo y los ositos de peluche acaba de encontrar una nueva causa que añadir a su martirologio. “Je suis Catalogne”, veremos pronto aparecer.
Por si todo ello fuera poco, en su alocución ante la prensa Mariano Rajoy, también apellidado Kerensky, no sólo no ha anunciado la detención de los golpistas y la suspensión de la autonomía catalana, sino que les ha tendido una vez su mano —empapada debe de tenerla de tanto ser escupida. A partir del lunes la vida vuelve a la normalidad, dijo poco más o menos al tiempo que les pedía a los golpistas que hicieran el favor de ser buenecitos y abandonaran todo ese disparate, sabiendo que, si lo hacen, está dispuesto a pastelear lo que sea (“abierto al diálogo”, fueron sus palabras literales).
Vergonzoso y patético. Una de dos, que aquí no caben tres. O bien ese hombre y todos los demás son tontos de remate; o bien están haciendo suyo el gran plan de disolución de los pueblos y de las naciones emprendido por la oligarquía mundial y una de cuyas caras —la más manifiesta hasta ahora— es la Gran Sustitución étnica de poblaciones. Elijan ustedes, aunque también es posible que ambas posibilidades, en lugar de excluirse, se completen mutuamente.
Ya una vez España fue vendida y traicionada por sus rectores. Carlos IV y Fernando VII se llamaban aquellos antecesores del soberano que hoy sigue callando y otorgando encerrado en el palacio de la Zarzuela. Pero aquella traición del mes de mayo de 1808 constituyó el más extraordinario de los revulsivos. De forma totalmente inesperada —como casi siempre actúa en sus grandes momentos la Historia—, el pueblo español, espontáneamente, sin organización alguna, reaccionó con casta de león ante el llamamiento de un pequeño alcalde de Móstoles.
Sólo podemos esperar que ante la traición actual el pueblo español acabe reaccionando otra vez de forma parecida.