Ha quedado claro que si un 20% del pueblo francés está por defender su razón de ser, la razón de ser (o de no ser) es algo que le importa estrictamente un bledo al 80% restante del mismo pueblo.
¿Y ahora qué? Ahora: cuando ha resultado a la vez… victoriosa y derrotada la fuerza política que, con todas las carencias y defectos que se quiera, representa en Francia la única posibilidad de romper con el sistema de la globalización multicultural y apátrida.
Ha habido una victoria, sí. No es cualquier cosa haber pasado a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, como tampoco es cualquier cosa haber puesto de manifiesto que, pese a todo, existen en Francia siete millones y medio de personas que se siente concernidas por el destino colectivo de su patria (siete millones y medio: la cifra más alta alcanzada por el FN en toda su historia electoral). No es ello cualquier cosa cuando el conjunto de los grandes medios de comunicación del Sistema no han dejado un solo instante de vapulear, insultar, desfigurar como siempre al FN (basta que los medios del Sistema recurran a los sambenitos habituales, raídos hasta el polvo, pero aún eficaces: “extrema derecha”, “xenófobos”, “racistas”, “fachas”… y para el común de los mortales, para la mayoría del Pueblo, nada más hay que decir ni discutir).
Pero se trata de una derrota también. Salvo improbable milagro, todo el pescado está vendido y ninguna posibilidad tiene Marine Le Pen de imponerse en la segunda vuelta al hombre del Sistema y de la globalización. Todos los demás candidatos (salvo Mélenchon, que ha llamado a votar en blanco) ya se han apresurado a decirles a sus electores que voten a Macron. Lo cual nos promete para el 7 de mayo un espectáculo altamente divertido: ver a progresistas e izquierdistas votar por el candidato de los bancos y del gran capital (o abstenerse de votar a fin de facilitarle el paso)… Como también será divertido ver a la derecha de toda la vida ("la derecha más imbécil del mundo", dice Alain de Benoist, que no conoce demasiado a la española), es decir, ver a los conservadores, carcas y electorado católico de Fillon votar por el candidato que llegó a declarar que “la identidad de Francia no existe” y que, consecuentemente, seguirá aplicando la política inmigracionista y apátrida… que un Fillon habría aplicado igualmente, pero con algo menos de descaro.
Una derrota, en fin, por la sencilla razón de que ha quedado claro que si un 20% del pueblo francés está por defender su razón de ser, la razón de ser (o de no ser) es algo que le importa estrictamente un bledo al 80% restante del mismo pueblo. Quitémonos las anteojeras y reconozcamos que así es el Pueblo —el francés… y ya no digamos otros. Tal vez haya llegado el momento de plantearse si tiene mucho sentido seguir confiando tanto como confían los populistas en el ente denominado “Pueblo”. Y en el otro ente que le está aparejado: “la Democracia”.