El 21 de abril del año 753 a. C., a orillas del Tíber se fundaba Roma. Se celebra pues hoy su aniversario: los 2.775 años transcurridos «AB URBE CONDITA»: DESDE LA FUNDACIÓN DE LA CIUDAD. De la ciudad por antonomasia.
Lo de menos es la naturaleza probablemente legendaria de los hechos relacionados con dicha fundación: Rómulo y Remo, su abandono a orillas del Tíber, la loba que los amamanta, etcétera.
Lo fundamental —aquello por lo que celebramos semejante aniversario— es lo que, para nosotros, europeos de ayer, de hoy y de siempre, ha representado, representa y representará (si es que esto —la Historia nuestra— va a continuar) semejante fundación.
Lo representa todo. Representa el comienzo, el Gran Inicio. No lo representa sola, es cierto. Roma lo representa junto con Grecia, junto con esa Grecia que un día será políticamente conquistada por Roma..., la cual se dejará conquistar espiritualmente (¡qué grandeza, la de ambas!) por ella. Pero fue Roma la que salió hacia fuera, la que se lanzó al mundo, la que emprendió el camino hacia la forja de Europa, la que nos conquistó, educó y colonizó.
Roma nos dio lengua, derecho, espacio público, literatura, arte, cultura, espíritu…
La que nos dio lengua, derecho, espacio público, literatura, arte, cultura, espíritu… ¡Bendita sea, alabada sea su conquista! Sépanlo todos los desventurados que, en la otra orilla del Atlántico (también en ésta), gimen hoy derribando estatuas —otra cosa, aunque quieran, ya no pueden derribar— contra otra conquista, otra colonización, otra espiritualización.
¡Dos mil setecientos setenta y cinco años! Casi tres milenios desde que, junto con los nuestros, los de nuestra raza, nuestro linaje, nuestra civilización —la más admirable—, todo se puso en marcha.
Celebrémoslo de la única manera que corresponde: haciéndolo todo, absolutamente todo para ser dignos herederos de semejante estirpe.
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