30 millones de turistas al año, diez veces, pues, la población de Barcelona, seis camas de hotel por cada diez residentes en el Barrio Gótico, las Ramblas, la Sagrada Familia, el Parque Güell… invadidos por muchedumbres de mirada bovina, pantalones cortos, chanclas en los pies y selfies a punto de disparo.
30 millones de turistas al año, diez veces, pues, la población de Barcelona, seis camas de hotel por cada diez residentes en el Barrio Gótico, las Ramblas, la Sagrada Familia, el Parque Güell… invadidos por muchedumbres de mirada bovina, pantalones cortos, chanclas en los pies y selfies a punto de disparo. Pero no les basta. Aún quisieran más, muchos más, siempre más, más, más… ¿Hasta cuándo, hasta dónde? ¿Tiene algún tope este delirio? No, no lo tiene. La lógica del capitalismo es la de la hybris más desenfrenada, es la de un no acabarse nunca el más, más, más. Más acumulación, más ganancia, más codicia. Hasta el final, hasta que todo reviente, hasta que todo se vaya al mismísimo carajo. Hasta que un día todo se acabe. ¿La belleza de la que, antes de la invasión (iniciada más o menos a partir de aquella catástrofe sin paliativos que fueron las Olimpiadas) era una tan hermosa, acogedora ciudad? ¿La degradación del tejido social de barrios en los que antaño había tiendas, y gentes, y vida —y ahora hay repelentes, grotescos, insultantes chiringuitos de souvenirs? Nada les importa, nada les dice. Todo sea en aras de convertir una ciudad en un parque temático generador de dinero.
Tal es la lógica del capitalismo. Pero entendámonos bien: la lógica de todos. La lógica de quienes la imponen desde arriba y la de quienes, callando o aplaudiendo por lo bajines, la comparten desde abajo. Oh, sí, algo molestos sin duda los directamente afectados por el ruido y los fastidios que les origina el monstruo. Pero ¿qué quiere usté, oiga, qué quiere? Son miles de puestos de trabajo, y son miles de millones de euros para la Economía, la Economía, la Economía…
Una voz, sin embargo, se ha alzado para intentar al menos contener un poco el avance de la jauría. La de la alcadesa Ada Colau, podemita de pro, cuyo ayuntamiento sólo va a autorizar para el año que viene —¡una catástrofe para la industria!, clama ésta, ¡una calamidad para el progreso y el desarrollo!— la construcción de 12.000 nuevas plazas hoteleras, todas situadas en los barrios más periféricos de la ciudad.
En un reciente artículo de este mismo periódico atacábamos duramente las injurias que la misma señora había proferido en contra del Ejército, como podríamos atacar también los ataques de Podemos contra la fiesta de los toros —la última y única gloria cultural que nos queda—, o su defensa de la ideología indiferenciada de género, o toda su concepción, en una palabra, del mundo y de la vida. No nos van a doler prendas para hacerlo. Pero cuando el enemigo adopta, como en el caso del turismo, una medida tan sana como indiscutible, sólo a los sectarios se les ocurriría no saludarla con entusiasmo.
ADDENDUM
Y, sin embargo, las medidas propuestas por la alcaldesa de Barcelona se quedan bien cortas ante la magnitud del desastre.
Así lo expresa Fernando Sánchez Dragó en su
Blog "Dragolandia" del periódico
El Mundo, Después de reproducir la totalidad del anterior artículo, añade: "B
ien está enviar el incremento de las plazas hoteleras al extrarradio de lo que otrora fuese la ciudad más viva, junto a Nápoles, del Mediterráneo, pero mejor aún sería prohibir tal incremento y cerrar, así fuese manu militari, doce mil camas turísticas en el corazón de la ciudad. Y si las putas, los macarras, los pícaros, los viajeros de verdad con su curiosa impertinencia y los grandes escritores, como Genet, las ocupan, mejor aún. ¡Ojalá volviera a convertirse el Raval en Barrio Chino y la Barceloneta, con sus templos de Lúculo, su olor a fritanga y sus rastreadores de homosexualidad playera, saliese del sarcófago de cemento, bullipolleces y tonterías en el que ahora yace sepultada!".