¡Ni siquiera se dan cuenta, pero están dando la razón a sus propios enemigos!… Desde la lógica del individualismo liberal y pragmático, el discurso secesionista es irrebatible.
No, que no cunda el pánico. No se ha vuelto loco (aún) el director de este periódico. Fue sin embargo eso: “Mejor nos hacemos separatistas, oye. Al menos ésos aún creen en algo”, lo que un amigo y yo nos dijimos al salir de la concentración que, convocada el pasado sábado ante los ayuntamientos de las principales ciudades españolas, había tenido lugar en la madrileña Plaza de Cibeles.
¿Por qué la bravata? ¿Por qué la boutade? Porque aquello fue patético, oigan. Lo de menos fue que sólo se consiguieran reunir en la capital de España unos cien benditos (periodistas incluidos) para protestar por el simulacro de referéndum separatista que se iba a celebrar en Cataluña el día siguiente. Lo de menos fue que hasta fallara la megafonía y casi ni se oyera el manifiesto leído por Feliciano Fidalgo. ¡Mejor no haberlo oído! Así, en medio de unas pancartas blandas y ñoñas —“Puentes sí. Muros no”. “Un divorcio es un mal negocio”—, no hubiéramos tenido que oír lindezas como: “Nuestra ciudadanía no está condicionada por el lugar donde hemos nacido o vivimos, ni por nuestros orígenes familiares ni por nuestros gustos culturales o ideológicos”. Nuestra ciudadanía no está condicionada por nada. Nuestra ciudadanía es puro viento llevado por la Nada.
¿Ah, sí? Mira por dónde… Si no somos más que una amorfa masa de viento que no conoce, “no está condicionada” ni por su tradición ni por su pasado, ni por su identidad ni por su cultura; si todo se reduce a la voluntad abstracta de unos individuos que deciden "democráticamente" lo que les viene en gana, ¿a santo de qué, ya me dirán, se puede alguien oponer a que una determinada (y considerable) parte de individuos decidan constituirse en Estado independiente?
¡Ni siquiera se dan cuenta, pero están dando la razón a sus propios enemigos!… Desde la lógica del individualismo liberal y pragmático, el discurso secesionista es irrebatible. Si no fuera porque, contrariamente a lo que acabamos de leer, nuestro ser más íntimo está marcado por el lugar en el que hemos nacido, en el que nacieron nuestros padres y en el que nacerán y morirán nuestros hijos. Si no fuera porque este lugar, además de por una tierra, unos olores, un paisaje. un aire, está constituido por toda una forma de ser y estar en el mundo, por toda una cultura, toda una identidad, toda una tradición (meros "gustos culturales” , dice el manifiesto). Si no fuera porque esa identidad es también la que nos otorga la lengua (tanto la común como la particular), la lengua que es sangre, que es poesía, que es canción… Si no fuera porque, tanto para los catalanes como para el resto de españoles, todo esto —sin lo cual ni un solo individuo existiría— está constituido por la unión que, bajo diferentes formas políticas, ha imperado durante siglos entre Cataluña y el conjunto de España. Si no fuera por todo ello, ninguna razón habría para oponerse a la secesión de los ciudadanos (y ciudadanas) que, con sus derechos cívicos en la mano, tuvieran a bien decidirlo.
Lo único que se les podría oponer es… lo único que en realidad se les opone: “sería un mal negocio”, como decía la pancarta. Sería cosa impráctica, improductiva, algo que nos daría a todos menos parné. Punto.
El parné: lo único que les importa tanto a nuestros dirigentes como a nuestros dirigidos. En Cataluña, en cambio… No, en Cataluña también rige el parné, pero de una forma bien peculiar. En Cataluña (se lo asegura este catalán que ha tenido que repatriarse a Madrid) la sociedad es tan materialista e individualista (gregaria: los átomos, sumados, dan masas) como en el resto de España. La sociedad catalana incluso lleva su individualismo a pretender decidir la Historia, a inventarse y convencerse de que Cataluña fue sojuzgada por España. Por ello también, porque los catalanes son tan individualistas y materialistas como el conjunto de españoles, el falaz argumento de “España nos roba” tiene tanta fuerza entre las masas separatistas.
Pero no es esto lo esencial. No es lo económico el motor. Lo que lleva a cientos de miles de catalanes a lanzarse a las calles, lo que les hace vibrar, lo que les lleva a votar masivamente año tras año a los partidos separatistas, lo que les hace, en una palabra, sentirse una nación, no lo determina la cartera. Lo rige un sentimiento anclado en el fondo del alma: el de anhelar fruslerías tales (diría el manifiesto) como el apego a un lugar, a unos orígenes, a una tradición,. El sentimiento de no ser vagabundos del aire, siervos de la nada. El anhelo de no ser átomos sueltos, el ansia de formar parte de un gran proyecto colectivo, esa cosa que, según Ortega, es la nación: un estimulante proyecto de vida en común.
¿Es estimulante el proyecto de vida en común que Cataluña ofrece a su gente? A ellos se lo parece y, pareciéndoselo, les colma el corazón. Pero lo cierto es que el proyecto, en sí mismo no es nada. No consiste en nada sustancial, quiero decir: da vueltas en redondo, gira sobre sí mismo, se limita a una tautología. ¿En qué consiste el proyecto nacional de Cataluña? Respuesta: en hacer realidad el proyecto nacional de Cataluña… Ya, pero ¿una vez hecho realidad, una vez separados? Ah, entonces… ya no habrá nada que hacer, nada que reivindicar, nada por qué luchar. La hierba habrá quedado segada bajo sus pies. Una sola cosa da sustancia al proyecto nacional de Cataluña: la negación del Otro, el rencor hacia España, el ansia de separarse de ella. O si quieren palabras más fuertes: el odio hacia la nación española. Ahora bien, una vez que se hayan separado jurídicamente (de hecho, con el corazón, ya se han ido desde hace años), van a quedarse tan vacíos, tan inanes como todos los españoles —como todos los europeos. Pero más pequeños, más aldeanos, más ensimismados en sí mismos. ¡Qué triste, una gente de tanta valía! ¡Un pueblo de tanto empeño! ¡Una lengua de tanta belleza! ¡Una tierra de tanta hermosura!
Pese a todo, hay que reconocerlo. Aún basándose en el rencor y en la falacia histórica, algo al menos mueve a los catalanes. En algo creen. Nada en cambio, ni la sombra de un proyecto de vida en común mueve hoy al conjunto de los españoles. En nada creen —salvo en el parné. Por eso sólo había cuatro gatos el sábado. Por eso lancé antes esa provocación: me voy a hacer separatista. Porque, como dice Nietzsche, mucho peor que creer en falacias es no creer en nada. O lo que es lo mismo: mucho peor es creer en la Nada, ese gran agujero que tragándonos nos mata.
J. R. P.