¡La de veces que me lo han dicho!: «Todas esas ideas, toda esa inquietud que bulle tanto en tus libros como en El Manifiesto, todo eso está muy bien, claro que sí. Cosas como la mercantilización del mundo, el imperio del dinero, la muerte del espíritu, el hecho de que la belleza, la grandeza, la altitud de miras no pinten nada —nada esencial— en nuestras vidas…: ¿quién, con un mínimo de sensibilidad, no va a estar de acuerdo en repudiar semejante situación? Vale, de acuerdo. Pero ¿adónde queréis ir a parar? Si no concretáis más las cosas, si no abordáis posibles alternativas, todo queda como diluido en algo demasiado teórico, excesivamente vago, inconcreto…».
Cojamos, pues, el toro por los cuernos. Aceptemos el reto, tratemos de concretar las cosas, bajemos de la realidad teórica a la inmediata. Pero que nadie se haga ilusiones, que nadie espere encontrar aquí un recetario de acciones, directrices, medidas…, todo aquello, en fin, de «¡Adelante, camaradas! ¡A las barricadas (o adonde sea)! ¡El futuro es nuestro!». Etcétera.
El futuro será nuestro… o no lo será; saldremos o no del actual atolladero en que está sumido el mundo, pero, nada ni nadie nos lo garantiza ni nos lo puede garantizar. Afortunadamente, por lo demás. Afortunadamente, porque los rumbos del mundo son —en parte, pero parte fundamental— inciertos, impredecibles, indeterminables. Misteriosos. Y actuar con decisión, pero acogiendo, estimando incluso todo lo que de misteriosa tiene la vida —tratar de que se haga la luz, pero sin aniquilar el misterio—, he ahí todo un talante existencial que rompe con siglos marcados por el ansia hacia lo puro, lo transparente, lo absoluto. He ahí, en una palabra, la actitud primera que es preciso adoptar si de actitudes y posturas concretas hablamos.
Pero no basta con ello, claro está. Hay que concretar más las cosas. Y si no cabe, decíamos, ofrecer programas y recetas milagrosas, sí cabe desde luego —es ineludible— trazar pistas, esbozar orientaciones, imaginar concreciones.
Es lo que desde mañana, dedicando una carta a cada uno de los temas seguidamente apuntados, haremos aquí con las Cartas a una amiga que… Su destinataria es una buena chica, en el fondo, pero ¡tan crédula, la pobre! Cree, por ejemplo, en las bondades del capitalismo, del multiculturalismo, de la ideología de «género»… Su ingenuidad hasta le hace pensar que vivimos en una auténtica democracia. A veces también cree que la solución pasa por la religión. O le da miedo y se pone muy nerviosa si me oye hablar de patriotismo, o de identidad colectiva, o de cuestiones como la excelencia, la belleza, la grandeza… «¡Estas cosas tan rancias, tan de “derechas”! ¿No serás un poco facha, tú?», me pregunta entonces antes de añadir: «Y además, ¿qué es en realidad la belleza, qué es el arte? ¡Todo depende de los gustos de cada cual!».
En fin, ya la irán ustedes conociendo. De momento, empecemos mañana abordando la cuestión del capitalismo.