Internet se introdujo con extrema facilidad en nuestras vidas, deslizándose graciosamente sobre el pavimento encerado con los discursos del progreso y la libertad. El electrón y la banda ancha parecían destinados a realizar nuestros sueños de democracia universal y plena autonomía individual, burlando la mirada siempre vigilante de las fuerzas conservadores prestas a sofocar cualquier nuevo avance de la Humanidad. Todo ello en un momento de profunda crisis posmoderna sobrevenida a causa de las aporías entre los elevados ideales colectivos y las dificultades objetivas para llevarlos a término.
Fueron muchos quienes saludaron la llegada de Internet como la primera fase de despliegue de la nueva edad ciberdemocrática. La gente conectada puede materializar cualquier deseo (aunque sea de forma virtual), y permitirse aquello inalcanzable en la realidad cotidiana no sólo por las restricciones procedentes de las normas y las leyes sino, en ocasiones, por el más elemental sentido moral. Por primera vez el poder iba a residir de manera efectiva en el pueblo, que podría ejercerlo sin género alguno de limitación.
A priori, la izquierda habría de valorar a Internet como su aliada en pro de la realización de sus seculares sueños de emancipación. En su imaginario, la revolución electrónica se estaría haciendo contra las imposiciones, supersticiones y autoridades que desde el principio de las sociedades constriñen el insondable horizonte de las posibilidades individuales.
Sin embargo, en España y en contra de lo esperado, la resistencia al gigantesco progreso cultural que significa la Internet y sus promesas de libertad no ha partido de la derecha ultramontana. La revuelta se ha originado en las filas de la izquierda, y más específicamente en aquel sector de la elite izquierdista que denominaríamos “la kultura”.
La respuesta de los actores, escritores, cineastas y músicos de rock a Internet tiene muy poco que ver con el discurso manido y ramplón que por regla general les ha venido sirviendo como marchamo de respetabilidad democrática. Muy al contrario, su posicionamiento ante las oportunidades de progreso material y libertad que encarna Internet se ha revestido de tales visos de intolerancia y totalitarismo que hoy bien podría permitirnos recuperar aquella ocurrente imagen (de oscuro y pestilente antro) del “búnker”, utilizada en la Santa Transición.
En la segunda mitad de los 70 “el búnker” designaba el frente común de las fuerzas más reaccionarias y contrarias al cambio político. Hoy, el búnker es la SGAE y desde sus tripas de hormigón armado los más ilustres prohombres de “la kultura” (muchos de ellos comunistas, admiradores del colectivismo) se disponen a defender sus “derechos de autor” para eterna medranza.
En la primera línea de defensa, llama la atención la facilidad con que los ideales progresistas y libertarios son abandonados cuando el imparable avance “emancipador” de la ciencia y la razón, de la técnica en suma, da en tocar el fondo del bolsillo de un rockero, un actor o un cineasta. Mientras hallan alguna nueva forma de mistificación, el espectáculo (nunca mejor dicho) que nos ofrecen los artistas-rojos-millonarios desde el “búnker” de la SGAE es sencillamente delicioso. Pero, lamentablemente, la enormidad de los servicios prestados a la causa socialista gobernante desde “la kultura” permiten augurar la aceptación de sus presiones y el consecuente parón en el desarrollo de la Sociedad de la Información en nuestro país.
La gratitud debida es la única clave posible para comprender los motivos de fondo del anteproyecto de Ley de la LSSI que, según la Asociación de Internautas, pretende no sólo convertir a las entidades de gestión de derechos de autor (como la SGAE) en una suerte de órganos parajudiciales con capacidad (hasta ahora reservada a los jueces) para calificar como ilícita y culpable la actuación de un usuario de Internet, sino la de poner al servicio de sus decisiones a las compañías de telecomunicaciones, a la manera de “guardias de la porra” destinadas a hacer cumplir su santa voluntad.
“De una sola manera se pronuncia tu nombre… Libertad”.