Con Éric Zemmour un terremoto sacude a Francia

Compartir en:

El siguiente artículo es la traducción del que he escrito para el periódico francés Boulevard Voltaire. Por ello se da por sabido —nadie en Francia lo ignora— en qué consiste “el fenómeno Zemmour”. Expliquémoslo pues rápidamente para el lector español o hispanoamericano que aún pudiera desconocerlo.

Éric Zemmour, periodista y escritor de origen judío y nacido en Argelia —orígenes que dificultan que se le aplique la habitual reductio ad hitlerum...— es desde hace años el intelectual francés indiscutiblemente más brillante y de mayor éxito. Cada uno de sus libros se vende por cientos de miles de ejemplares;[1] sus constantes intervenciones televisivas son seguidas —hasta que son censuradas— por millones de personas. Sus posiciones son las de una implacable denuncia de la pérdida de valores, principios, arraigo e identidad que aqueja a nuestro mundo sometido a la plutocracia globalista, todo lo cual se plasma particularmente en Francia en la gran invasión inmigratoria, de carácter mayoritariamente islámico, que Zemmour combate con denuedo.

Rompiendo la baraja de la politiquería, careciendo de cualquier partido que lo apoye (todos le temen y odian, incluido el de Marine Le Pen, cuyas tibiezas, fracasos y claudicaciones Zemmour denuncia), este francotirador (sigue en esto el ejemplo de Macron hace cuatro años) va y se presenta en las elecciones a la presidencia de la República que tendrán lugar la próxima primavera. Aún no ha confirmado oficialmente su candidatura, pero es obvio que la presentará quien, en el espacio de un mes, ha pasado de un 5% a un 18% de intenciones de voto, desbancando a Marine Le Pen y colocándose en situación de combatir directamente con Macron en la segunda vuelta de las elecciones.

Y aún hay más. Uno se queda literalmente subyugado ante el nivel cultural, la brillantez intelectual y la cantidad de conocimientos, en particular históricos, que maneja el próximo —propícienlo los dioses— presidente de Francia. Algo totalmente desconocido, huelga decir, entre nuestros actuales dirigentes. Pero desconocido incluso entre los de tiempos anteriores. Habría que remontarse a muchos siglos atrás para encontrar algo relativamente parecido desde este punto de vista.[2]


El fenómeno Zemmour visto desde España


No estaba allí. Habían corrido insistentes rumores sobre su posible presencia, pero, al no tener el don de la ubicuidad, Zemmour no acudió a la gran fiesta en la que VOX congregó a más de 20.000 simpatizantes en Madrid el pasado fin de semana. Tampoco cruzó los Pirineos nadie del Rassemblement national (“Ay, debió de pensar Marine Le Pen, esos de VOX son demasiado radicales para nosotros”); con lo cual, Francia fue el único país que faltaba entre los representantes de las grandes fuerzas que componen este fantasma que, como aquel del que hablaba Marx —pero opuesto a él—, recorre hoy Europa y hace temblar a poderosos y biempensantes.

Pero si Éric Zemmour no estaba físicamente en Madrid, todo el espíritu que encarna, todo lo que defiende, estaba allí: empezando por el discurso de Santiago Abascal (más radical y, sobre todo, más “cultural” y “civilizacional” que de costumbre) y siguiendo por el gran revuelo que ha causado en el mundo identitario español el descubrimiento de que, justo al lado de nosotros, se está gestando un gran despertar que puede convertir la Gran Sustitución en la Gran Subversión.

La gran subversión de todo lo que amenaza, sea el país que sea, a nuestra civilización. Es eso lo que a uno le deja impresionado, es eso lo que constituye la gran fuerza de Zemmour: para él y para los miles que le siguen de lo que se trata ya no es de defender tales o cuales cuestiones, ideas, intereses... El reto es otro. Es el de la Vida contra la Muerte, de la Civilización contra la Barbarie, de la Belleza contra la Fealdad, del Orden contra el Caos, de la Identidad contra la No Identidad, del Ser contra el No Ser.

Todo lo demás —medidas económicas, sociales, educativas...— es, por supuesto, de la mayor importancia; pero secundario. Si se derrumba la casa, discutir sobre sus techos, maderas y revestimientos equivale a discutir sobre el sexo de los ángeles, como lo hacían los monjes bizantinos mientras el enemigo estaba a las puertas de la ciudad.

Hoy no sólo está a las puertas. Está ya dentro: incrustado, en primer lugar, en nuestra propia mente. En todas partes, en todos los países. En Francia como en España. En Italia como en Alemania. En el norte, en el sur y en el centro de esta Europa que sólo puede convertirse en nuestra gran patria civilizacional si nuestros corazones están instintiva, carnalmente arraigados en cada una de nuestras atávicas, indestructibles, indesarraigables  patrias nacionales.

¿Cómo entrelazar la gran patria europea con las patrias carnales, con esas naciones nuestras que nos dan ser y lengua? La pregunta es decisiva, pero sólo podrá plantearse de verdad cuando ya no estemos al borde del abismo. Mientras tanto, hay que ocuparse de lo más inmediato: del gran declive que nos amenaza.

Nos amenaza en todas partes, pero con características propias de cada país. Nuestra decadencia se compone de dos factores: por un lado, la decrepitud de nuestros pueblos que, sometidos a sus vergonzosas élites, no tienen nada grande en su horizonte; por otro lado, la invasión de multitudes sujetas a principios de Sumisión que nos son tan hostiles como ajenos. Pero estos dos aspectos, presentes por doquier, se combinan de manera diferente según las circunstancias, la historia y el genio de cada uno de nuestros pueblos.

Así, volviendo a España, es obvio que, por su posición geográfica, nuestro país está siendo duramente golpeado por la invasión inmigratoria. Y sin embargo, esta invasión se siente entre nosotros un poco menos duramente que en otras partes. Dos razones lo explican. En primer lugar, muchos de los flujos que llegan de África utilizan a España como sitio de paso hacia tierras aún más sumisas y generosas en sus subsidios. En segundo lugar, la mayor parte de nuestra inmigración no está marcada por el islam, sino por la cristiandad: por esas poblaciones hispanoamericanas que, habiendo bebido tanto del cristianismo como de la lengua y la cultura españolas, han tomado el camino contrario al de los conquistadores que durante 500 años les imbuyeron —con mayor o menor éxito, da igual— el espíritu de nuestra civilización.

Y aunque ello no resuelve nada, aunque semejante situación no deja de plantear también graves problemas (que VOX haría bien en examinar algún día), todo ello modifica obviamente el panorama al que estamos expuestos.


Como complemento, nos complace ofrecer dos podcasts del programa radiofónico La Caverna de Platón, dirigido por Domingo González, en el que, junto con él, participaron, para hablar de Éric Zemmour, Esperanza Ruiz, Carlos Marín-Blázquez y Javier R. Portella.

1. ¿El futuro del hombre es la mujer? Pensar lo prohibido con Éric Zemmour.

2. El Primer Sexo y la decadencia de Occidente. Pensar lo prohibido con Éric Zemmour.

[1] El primero que alcanzó tal éxito en Francia fue Le premier sexe, toda una demolición del hembrismo cuyo título remda y le da la vuelta a Le deuxième sexe, el famoso catecismo feminista de Simone de Beauvoir. Bajo el título Perdón, soy hombre, fue editado hace cosa de diez años por Ediciones Áltera, sello entonces íntimamente ligado a El Manifiesto. Ha sido reeditado recientemente por Homo Legens.

[2] Quien lo pueda seguir —está en francés— quedará maravillado ante este apasionante debate que celebraron recientemente el propio Éric Zemmour y el filósofo Michel Onfray. Enlace.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

Comentarios

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar